![Partitura de cine social](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2024/11/28/ALTO-kOqE-U230147889813mZE-1200x840@La%20Verdad.jpg)
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Los festivales de cine son lo más parecido a 'First Dates', citas a ciegas con películas desconocidas. Vas a ellas sin saber si te vas a enamorar, y esa ausencia de prejuicios es lo mejor. Te permite sentarte en tu cómoda butaca de El Batel, ... convertido en mi casa estos días, y poder disfrutar de 'Por todo lo alto', de Emmanuel Courcol, sin importar no saber absolutamente nada de ella.
Resulta que iba sobre un famoso director de orquesta que descubre al tiempo que es adoptado y que tiene un hermano, que comparte con él la devoción por la música pero desde la modestia de una banda de pueblo. Eso nos hace reconsiderar la suerte de nacer en un lugar u otro (por si alguien es tan tonto de pensar que se merece haber nacido en donde lo hizo).
La banda sonora acompaña perfectamente los estados de ánimo de los protagonistas y el desarrollo de una acción llena de humor, que transita por los caminos de siempre pero para conducirnos a lugares diferentes a los esperados. Funciona la alquimia de conjuntar dos vidas distintas y distantes, y los mundos de ambos, que es como si Barenboim se fuera a vivir a 'Bienvenidos al Norte' (2008), acaban compaginándose sin adoctrinamientos manieristas.
La segunda de la jornada era bastante más dura que la anterior, una película que no coge prisioneros, que te taladra el alma y te machaca el ánimo (que ganas tengo de volver a los anestesiantes 'telefilm' navideños). 'Bird' es la historia de una hija y un padre con las alas cortadas, que harían rico a cualquier psicólogo. Su destino fatal está cartografiado en cada tatuaje de ese progenitor huidizo e inmaduro, perfecto para ir a un parque de atracciones pero impresentable en una reunión con el tutor del colegio.
La narración es desde el punto de vista de esa niña de doce años ya exvirgen, adulta a la fuerza, en algunos momentos incluso desde la cámara de su propio móvil. Vemos lo que ella ve: naves industriales abandonadas, edificios ocupados, verdes descampados de basuraleza, un crucero de lujo desfilando ante su ventana sin cristal, y un extraño amigo que observa todo desde la altura y es el cancerbero de una puerta a lo fantástico en un filme adornadamente realista.
La experimentada directora británica Andrea Arnold, con un bagaje amplio y exitoso, clava esta dramática historia nada recomendable para suicidas potenciales, gente con traumas infantiles y aporofóbicos. Fiel a su estilo da patente de corso a sus actores, que se aprovechan con desigual fortuna de ello. La chica está esplendida reflejando ese desvalimiento material y emocional en el que vive, donde el uniforme de sudadera de su generación no le basta como coraza para un mundo que les devora.
Es una apuesta arriesgada que pone al límite el aguante del espectador y de esa niña que ve cosas que no debería ver ni con ochenta años, que sólo tiene un momento de paz en un día de playa, una tregua filmada con luminosidad, un alto el fuego desmemoriado, un receso en el camino a convertirse en carne de cañón. Pero la directora también se encarga de que el drama pueda tomar oxígeno con pequeños rayos de esperanza que salpican el metraje, aunque pierde la oportunidad de tener un final a la altura (qué difícil es saber acabar una película).
Con los elementos místicos de 'Bestias del sur salvaje' (2012), del lumpen de 'Ladybird, Ladybird' (1994) de Ken Loach, y de la locura de 'Birdy' (1984), el resultado es una película que nos hizo cruzar el ecuador del FICC haciendo 'match' a la derecha.
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