'Creed III', un Rocky sin Rocky

Supongo que es culpa de los estrenos que hemos visto toda nuestra vida que las orgías se hayan asentado en nuestra memoria como algo glamuroso, selecto y sensual. Pero luego viene el Tito Berni, o Luis Roldán, y nos escupen la realidad a la cara. Visto lo visto, mejor nos seguimos quedando con los estrenos de hoy.

Una película de Rocky siempre funciona como un silogismo categórico cuyas dos premisas acaban en una conclusión en la que el boxeador, tras enfrentarse a mil adversidades deportivas y afectivas, sale triunfante, llegando corriendo a lo alto de una metafórica escalera de Filadelfia. Y eso es así hasta en la nueva 'Creed III'. Una saga que surgió como spin off de Rocky pero que ha cobrado vida propia, hasta el punto de que el mayor aliciente, para bien y para mal, es que en ella no sale Silvester Stallone.

Adonis Creed, el hijo del famoso Apolo, protagoniza esta tercera, en la que Michael B. Jordan, su protagonista, no sólo se atreve a despojarse de Rocky, sino que se hace también director. El enfrentamiento a muerte del retirado boxeador con un antiguo amigo recién salido de la cárcel, que nos recuerda a 'Ben-Hur' (1959), se sustancia no en una carrera de cuadrigas sino, como no podía ser menos, en un ring. Esclava de ese cuadrilátero el resto de la película pierde mucho interés.

Hugh Jackman es uno de esos actores, como Keanu Reeves, que no solo le cae bien a todo el mundo, sino que han hecho un pacto con el Diablo para no envejecer. Lo que sí que la edad ha conseguido es hacerlo un poquito mejor actor, aunque en realidad, como pasa con Keanu, eso poco importa. En 'El hijo' hace de padre divorciado de Laura Dern (hay gente así de loca) que ya con una joven esposa y un recién llegado bebé, debe volver la vista atrás para hacerse cargo de un hijo adolescente.

El choque con la realidad es muy duro para este arquetípico padre ausente que dejó un niño y ahora llega al lado de un hombre en prácticas. Es muy bueno el estudio de esa edad en la que tus abrazos no traspasan su piel, en que tu hijo vive en otro planeta del que no sabes si volverá, en que aún crees que conoces sus secretos, en que su soledad es acompañada, en que pierdes el contacto para siempre con una parte de su ser. Su director ya hacía algo similar con la senectud en 'El padre' (2020). No sé si conscientemente ha creado un díptico humano que nos analiza con certeza descarnada en un par de interesantes largometrajes.

Hasta al cine francés le gusta de vez en cuando hacer algo legible para todos los espectadores, y eso es lo que pretende con el entretenimiento familiar que nos ofrece con 'King, mi pequeño Rey'. Un cachorro de león se escapa a su llegada a la Galia y una niña y su hermano lo adoptan con el propósito de devolverlo a África. Es un telefilme lacrimógeno venido a más donde poco hay que rascar. Un producto que parece Disney + con baguette.

'Canta con una chispa de armonía' es una de esos films inescrutables para mí. La animación japonesa, como comer grillos, es una de mis asignaturas pendientes para siempre. Tiene un delirante argumento sobre una inteligencia artificial que se introduce en un colegio (los nipones y su calenturienta obsesión por los uniformes) para ayudar a los alumnos solitarios, y lo hace cantando. Al final se siente la misma pena con los personajes como con Harry y Megan por su palaciego desahucio.

Fuera de cámara asistí en Costa Rica al comienzo de la gira de Joaquín Sabina, ese autocalificado como ni cantante de orquesta, ni Dylan español. Muchas de sus canciones encierran auténticas películas. Unas de cine negro ('Él caso de la rubia platino'), otras de postguerra ('De purísima y oro'), muchas de amor fou ('Y nos dieron las diez'), demasiadas de cine quinqui ('Pacto entre caballeros'), y unas poquitas de colorida comedia ('Yo quiero ser una chica Almodóvar'). Incluso tiene película propia, 'Sintiéndolo mucho'. Por desgracia todo huele ya a The End.

Que tengáis una semana de cine.

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