Sólo con un sólido suelo intelectual, elevadas dosis de curiosidad y un talento innegable, una nota de suicidio colgada en internet puede llevar a una ... creadora como Gala Hernández a investigar sobre un desconocido, y conducirla a ganar el Premio César al Mejor Cortometraje Documental por 'La mecánica de los fluidos'.
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No estamos ante un trabajo para todos los públicos –escribir esto en el segundo párrafo es invitar a dejar de leer los siguientes–, pero ese es precisamente uno de sus aciertos. En un universo cinematográfico tan pueril da gusto asistir a cuarenta minutos de metáforas que no son obscenamente obvias en una cinta que nos interpela y nos obliga a reflexionar.
Porque la arriesgadísima apuesta consiste en mostrarnos un mundo desconocido sin juzgarlo, forzándonos a sacar nuestras propias conclusiones tras atravesar sus múltiples capas. No pretende que simplemente hagamos 'match', ni lograr selfis con su directora en el Mercadona.
La carta que desencadena todo la firma un avatar autodenominado Anarquista Anatemático. Internet es la piscina donde reposa su cadáver boca abajo, cual William Holden en una mansión de Sunset Boulevard. Las palabras escritas por él son la primera pista de la guionista y realizadora en su búsqueda, vivo o muerto –como en el oeste–, de un hombre que puede ni existir.
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La indagación nos conduce a su tribu de conspiranoicos. Surfeando por las redes sociales nos presentan a los 'incels' –yo también busqué lo que eran, con cinco millones de entradas en la red sobre ellos–.
El sujeto investigado era uno de estos célibes involuntarios, pero no descubrimos si era profeta, apóstol o discípulo. Sólo que era un hombre atrapado en un círculo de autoexclusión de una sociedad tan falsamente abierta como embusteramente feliz. Enfermo de la peor soledad, esa de no tener a nadie a quien decir que te sientes solo, porque a nadie le importa que lo estés.
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Una propuesta de arte postinternet, con un original desarrollo y un poderoso montaje, que conjura el peligro de la reiteración de las capturas de pantallas con una dosis acertada de imágenes reales. La narración te va situando donde quiere, en un viaje a Ítaca en el que Ulises ha desaparecido, quedando la masculina tripulación de su nave. Seres que se autoafirman con monólogos basados en premisas absurdas que conducen a conclusiones ilógicas. Sufren un proceso como si fueran jedis camino del reverso tenebroso de la Fuerza: la soledad les lleva a la frustración, la frustración a la irá, y la irá a la violencia –aunque sea virtual–. En el film se definen acertadamente esos foros como 'cajas de resonancia de vuestro dolor'.
Un prólogo deprimente abre el relato de esa sociedad de náufragos que, en el fondo, rehusan la barca que los rescata, prefiriendo mantenerse acodados en la barra de su bar virtual. Su empeño en culpar al mundo de lo que les pasa evita que tengan que esforzarse, y provoca que la empatía inicial dure lo que un azucarillo en el café. Unos chats que son un onanista y grupal desahogo emocional que eyacula insultos hacia la mujer y compasión hacia los 'Machos Alfa' –sin cursos de deconstrucción de la masculinidad–. Es el bucle melancólico provocado por la segmentación de nuestras interacciones que nos hace ser los otros de los otros.
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Es una obra 'voyeur' que convierte ese chat en un terrario, el ciberespacio en una FFP2 social y la webcam en una muralla con aspillera. La soledad conectada de la que habla la autora sirve, paradójicamente, para comunicarse con los espectadores.
La influencia de la Nouvelle Vague, con disquisiciones a lo Godard, no evita que la joven cineasta haya encontrado su voz propia y su particular manera de incomodarnos viendo a alguien simplemente dormir. Es el efecto que quiere, convertir la intimidad en algo público, traspasar la cuarta pared. El corto tiene cerebro, pasión, inteligencia, arte a borbotones, pero le falta –me arriesgo– algo de corazón y le sobran algunas gotas de academicismo.
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La cultura del 'yo' no nos ha conducido al paraíso al ver colmados todos nuestros deseos egoístas. El demoledor descubrimiento que figura entre líneas en este –merecidamente– premiado corto, es que para conseguir la felicidad necesitamos a los demás.
La película es un mensaje en una botella, y hay que tener una certera fe en uno mismo para realizar un trabajo tan brillantemente difícil como este y tener el valor de arrojarla al mar en busca de unos ojos que la aprecien como se debe.
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