León Martínez protagoniza 'Llobàs'.
Crítica de cine

'Llobàs', érase una vez un lobo

Sobre la adaptación de la novela 'Lobison' (2012), del murciano Ginés Sánchez, viajado y premiado escritor que impregna a sus personajes de indudable humanidad

Miércoles, 31 de julio 2024, 23:57

No hay nada más parecido a un sueño que una pesadilla, ni nada que se parezca más a la realidad que un cuento. 'Llobàs' es la recreación de una leyenda, la de los hombres que son lobos, en este caso un chico mudo que huye ... de pueblo en pueblo con su hermano (una trabajada mezcla de estupidez y ruindad) y la novia de este.

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Adaptación de la novela 'Lobison' (2012) del murciano Ginés Sánchez, un viajado y premiado escritor que impregna a sus personajes de una indudable humanidad, algo presente en el film, que es fiel a sus temas y a sus tonos.

El chico-lobo es el catalizador de un fresco social integrado por gente que trastabilla moralmente, desarrapados moviéndose en los márgenes, rodeados de una corte de Monipodio sin gracia, que prefieren hacer de 'dummy' a trabajar, que no dejan de dar pruebas de que la estulticia es más castigo que el hambre, y que la mala suerte se puede buscar.

No hay determinismo social, todos los personajes hacen lo que quieren menos uno: Adrián. Su destino está trazado en su naturaleza y en las vejaciones de hasta los que dicen quererlo y, sobre todo, por el espanto de sí mismo. León Martínez logra con su interpretación ser un perro maltratado que no quiere molestar, buscando el perdón de sus faltas. Sus ojos tristes son de animal herido, deseoso de que un veterinario le duerma. Pero su mejor momento es cuando su rostro se transforma en lobo (se agradece la ausencia de gore y que los que son atacados se lo merezcan).

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Tiene fuerza el expresionismo logrado con la fotografía naturalista, la austera iluminación y los espartanos encuadres. Todo al servicio de una narración lineal donde los personajes evolucionan, que no sufre por los 'flashback' explicativos, y que con cada paso nos acerca a la inevitable tragedia. Las desgracias se suceden y los remansos de paz, como la escena de la playa, son sólo para tomar carrerilla y poder golpear más fuerte en donde duele.

A veces la inmersión falla por la falta de fluidez del relato, demasiado cortado en distintos cuadros, y como si actores y director, el casi novel Pau Calpe, estuvieran demasiado atentos de ponerse en sus marcas. Pero es una película diferente y notable, que no busca la metáfora fácil ni la moraleja edificante, que nos cuenta cómo el lobo, al final, es una dulce y desvalida Caperucita.

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