Para ponernos en el devastador contexto en que nos movemos os diré que 'El Padrino' fue la película más taquillera en el año del primer ... FICC, 1972. En el año de su edición 52, el filme que ha llenado las salas es 'Barbie'. (No hay más preguntas. Su testigo).
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En este nuevo mundo los intelectuales ya no bucean en las profundidades oceánicas del pensamiento sino que buscan ideas donde hacer pie, y el público abotargado, anestesiado y aborregado, no distingue el 'foie' de oca del pate La Piara.
No me entendáis mal, no es ni mejor ni peor que el otro tiempo, sólo distinto, pero no quita para que agradezca oasis como el FICC. En él podemos olvidar que no hay nada sólido, gracias a una programación que promete mucho (no me defraudéis), y nos recuerda que el cine aún puede aportarnos un soplo de algo distinto cuando el menú lo fijan los amantes del séptimo arte y no un algoritmo.
Me gustaría decir que ese aire fresco que desmelena a un calvo es 'Ex-Husbands', pero no. En el fondo es algo que hemos visto ya pero con decibelios subidos de pesadumbre. Se trata de una de esas comedias amargas americanas que tan bien le salen a Hollywood, con la dosis justa de industria para parecer independiente y el suficiente talento consagrado para que parezca aún por descubrir. Un hombre de mediana edad entra en crisis al divorciarse, andando más perdido que un adolescente con el móvil sin batería, y que decide colarse en la despedida de soltero de su hijo para no se sabe muy bien qué.
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El relato de esta 'Resacón en Las Vegas' existencialista tiene todos los elementos de la comedia, con sus secundarios, sus escenas pasadas de vueltas, sus pausas trascendentes, pero no llegan a cuajar. El director se queda a las puertas de algo más por una realización a la que le falta 'reprise' y le sobran subrayados (sabemos de sobra que ese padre y sus vástagos tendrán sólo ex espos@s).
Miles Heizer, el mejor personaje de la serie 'Por 13 razones', clava el de hijo desnortado, y Griffin Dune es un convincente desesperanzado hombre maduro, que se sentiría aliviado si lo invitaran a un oscuro sótano con el suelo enmoquetado de plástico.
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Como lo que cuenta es bastante previsible, por eso los 99 minutos de metraje llegan a parecer el tiempo de descuento de un partido cuando ya está todo decidido. Sin embargo, nos quedamos en las gradas porque nos entretiene y empatizamos con el atribulado protagonista pues sabemos que algún día todos seremos (quizás ya somos) ese pobre diablo.
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