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Cuando apareció 'Cuentos de la Alhambra', de Washington Irving, en 1829, España pasó a ser una especie de Oriente cercano para los europeos. Veían este país como una tierra de gente humilde pero reciamente caballerosa en la que los crímenes de honor eran sello de la casa, un país romántico idealizado por Hans Christian Andersen, que llegó a Murcia a través de Cartagena para presenciar procesiones y campos yermos. En la pobreza de ciudades como la nuestra los viajeros encontraron a veces ese encanto del tercer mundo que los turistas modernos anhelan como la medalla de buen viajero. Se solía ir a Sevilla, a Toledo y a Madrid, más o menos como ahora, pero algunos encontraron el encanto más allá de la luz del flamenco y el Prado para lograr el hallazgo en esa antigüedad esencial de las aldeanas vestidas de luto en los pueblos vascos y castellanos. Fue otro tipo de viajero Emile Verhaeren, que en 1888, junto a Darío de Regoyos, escribió 'España negra' marcando para siempre una imagen de país vinculado al color de los muertos y la tinta de periódico.
En esta mínima genealogía de nuestra historia a través de la mirada del viajero hay una fase en la que Murcia tiene un capítulo, y es la llegada de excombatientes británicos a la vega del Segura después de la Segunda Guerra Mundial. Habían luchado en los distintos frentes europeos y llegaron por varios caminos y razones, como Dersie Japp o Whyndham Tryon. Pero los más singulares fueron Jan y Cora Gordon. Habían sido sanitarios en Yugoslavia y luego se lanzaron a una vida bohemia en París hasta que vieron una guitarra española. Gente caprichosa y rica, quisieron comprar una y les hablaron de un lutier de Murcia. Hicieron las maletas y aparecieron en la estación del Carmen.
Sus dos libros sobre nuestra tierra deberían ser obligatorios en los colegios. Aquella Murcia atrasada y encerrada en el casco medieval aún no había superado las antiguas murallas, de hecho hasta los años 60 no llegaría hasta el actual Corte Inglés. Se enamoraron de esto y él realizó una serie de litografías, que le regaló luego a Garay, en las que la vida es palpitante. Escenas de taberna con carteles de anís, gente tocando la guitarra en Puerto Lumbreras, caminos polvorientos en burro… gente pobre de España, la fascinación de un país tan lejano como la mítica Estambul pero prosaicamente real y cercano.
En aquella Murcia había cuatro periódicos: El Liberal, Levante Agrario, El Tiempo y LA VERDAD. Todos mostraban la anécdota y la noticia internacional enhebrado en sus posiciones políticas en tiempos revueltos de monarquía y dictablanda pero solo uno sobrevivió y llegó hasta nuestros días. La historia de esta exposición empieza a la vez que un golpe de estado, el de Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923. En noviembre de aquel año las rotativas del periódico se ponen al servicio de las letras por deseo su director, Francisco Martínez García. Encargó a dos de sus redactores, el veterano Raimundo de los Reyes y al recién contratado José Ballester esta empresa que arrancaba con Walt Whitman para recorrer, hasta 1926, la literatura local y la nacional, los nombres monumentales de Unamuno o d'Ors y las promesas.
En aquella Murcia reinaban escritores que hoy, para nosotros, son solo calles, como Selgas o Jara Carrillo. Este último había escrito nuestra 'Madame Bovary' el gran folletín entre Clarín y Galdós: 'Las caracolas', un libro condenado por su supuesta adhesión a otros modelos, como 'Cañas y barro' pero es, en realidad, una enorme belleza huertana con todo el drama de una riada como la de Santa Teresa, personajes carismáticos, un incesto y una arcadia frutal en la que los tragedias y las alarmas se comunicaban haciendo sonar grandes caracolas marinas. Un mundo se desvanecía y otro, cantado por Ballester y Raimundo de los Reyes, nacía mirando a una España que debió ser la de Giner de los Ríos y su Libre Institución de Enseñanza.
Hubo una Murcia que ya no quería ser esa mítica ciudad perdida en el tiempo y una revolución se orquestó en un piso de la calle Riquelme donde un grupo de pintores leía con voracidad los libros de arte que traían y escribían los Gordon. Allí se montaban tertulias que hoy interpretamos como momentos epocales: Pedro Flores, Luis Garay, Garrigós, Clemente Cantos, José Ballester y un joven secretario del ayuntamiento: Juan Guerrero Ruiz. Este último fue amigo y también secretario de Juan Ramón Jiménez, que en esta historia interpreta el papel del general en 'Las caracolas', siendo la autoridad moral entre jóvenes, un cierto dictador en la distancia.
El gran maestro, odiado y amado según las facciones, era la referencia estética para todos y el hombre más respetado junto a Ortega y Gasset en la letras pero también en las artes de entonces. A aquel piso llegarían después Sobejano, Bonafé y hasta el jovencísimo Gaya. Allí se debatían los poemas de los insurgentes franceses o italianos en una ciudad a la que en 1926 llegó el otro gran personaje de este relato, Jorge Guillén, como catedrático de literatura de la Universidad. Eran los últimos tiempos del Suplemento Literario, la mejor etapa en la que leemos a Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y al gran amigo de Guillén, Pedro Salinas. Eran los tiempos en los que en Murcia recibíamos aún caliente el 'Romancero gitano', de Lorca.
Los tres, Guillén, Guerrero y Ballester, deciden dar un salto, continuar hacia arriba la línea magistral del Suplemento Literario' y fundan 'Verso y Prosa' colocando a Murcia en esa red de la modernidad española que miraba a París como miraba a los olivares andaluces en los años en que Picasso era ya el más importante artista vivo, en los que Solana creaba mundos oscuros y densos de pintura esencial. Se acercaban los años 30. Maruja Mallo, Margarita Alonso, Federico García Lorca y Salvador Dalí fueron a pasear por la madrileña Puerta del Sol. Todo normal salvo que salieron sin sombrero provocando una ola de irritación que alcanzó los niveles de altercado público. Las apedrearon por semejante insolencia. Años después, cuando esta historia esté por acabar, Federico se pasearía por la Trapería sin sombrero también.
Todo el saber y la experiencia de los tres años de Suplemento Literario eran la base de algo muy sólido. La ciudad había cambiado aunque no quisiera. El flujo de información era constante y las cartas llegaban al número 22 de la calle de La Merced, la nueva sede de este grupo inasequible al desaliento. Hay algo que hay que saber aquí, y es que una revista, una vez impresa, hay que enviarla por correo al destinatario. En estos tiempos de quioscos y Amazon todo llega volando y en horas pero entonces 'Verso y Prosa', como 'Litoral' en Málaga y todas las revistas que nacieron del deseo de modernidad en la España de los años 20, eran proyectos voluntaristas con pocos fondos económicos y cantidades de fe grandes como Groenlandia. Aquel escueto equipo mantenía correspondencia con Machado y Unamuno, sobrevolaba el trabajo de los linotipistas y revisaba pruebas de impresión. Luego había que meter cada número en un sobre y llevar el paquete a la estación del Carmen. Entonces, como en un virus bueno, se producía el milagro de la contaminación y la España moderna se excitaba recibiendo aquellas hojas humildes de material e inmensas de contenido en las que volcaban mundos futuros Benjamín Palencia, Vázquez Díaz, Alberti o Bergamín. Gente joven furiosamente generosa iluminaba la España que debió ser pero no fue.
Detrás, a veces en primer plano, otras en segundo, LA VERDAD, a la que Juan Ramón Jiménez da la enhorabuena, en una carta a Juan Guerrero Ruiz «por la labor ejemplarísima que hacéis con esa pájina literaria (Suplemento Literario). Si en cada provincia hubiera una así -¡es pedir a lo fantástico-, España sería el Paraíso de los escritores honrados». El periódico fue un soporte durante toda la década, un espacio físico y mental que fue imbricándose con una sociedad convulsa e interesante, algo que nos hace pensar en lo que hoy somos y ocurre. De sus máquinas saldría el siguiente proyecto, 'Sudeste', e irían tomando posiciones Carmen Conde y Antonio Oliver, enriqueciendo la precedente nómina, de tal altura que hoy suena a ciencia ficción.
Una exposición no debe ser un conjunto de cuadros colgados, eso es un conjunto de cuadros colgados y ya está. A lo que se debe aspirar cuando se lleva a cabo un proyecto como este es a elaborar un relato, ese término que tanto utilizamos hoy. Hace un año más o menos Alberto Aguirre me propuso celebrar el centenario del Suplemento Literario con una gran muestra. Era un reto muy grande que acarreaba una responsabilidad abrumadora. El legado del Suplemento es tal que lo más fácil era fracasar.
Ha sido un año de trabajo e investigación en los que se han reactivado, a la manera de conexiones nerviosas, las vías de comunicación de hace un siglo a través de los descendientes de los protagonistas y las instituciones que hoy albergan sus legados. Esta exposición es fruto de la generosidad que hace hoy un siglo hizo a Murcia una capital cultural de primer orden. Había que escribir sobre letras y era necesaria la participación del profesor Francisco Javier Díez de Revenga, que respondió a la propuesta con una energía asombrosa, dejando el texto que ilumina cada rincón de una historia tan emocionante como la de Guerrero y Ballester.
Había cosas obvias y relativamente sencillas, como conseguir obras de los artistas que ilustraron las tres revistas, especialmente Gaya, Pedro Flores, Bonafé o el fundamental y discreto Garay pero surgió una cuestión, y es que el artista al que más espacio dedicó 'Verso y Prosa' era Cristóbal Hall. Hijo de un diplomático británico y pintor, trabó amistad con Jorge Guillén, por lo que llegó a Murcia por una senda distinta a los Gordon. Una vez aquí entendió el talento de Flores y Garay pero sobre todo de Gaya. Fue un hombre al que se le tuvo un respeto proverbial pero que marchó pronto a Valladolid manteniendo el contacto con Ballester y Guerrero. En el 39, cuando la mujer de Ramón Gaya murió en el bombardeo de la estación de tren de Figueras, él fue el que se quedó con la custodia de Alicia, la hija del pintor, entonces un bebé. Durante su exilio en México Hall fue prácticamente un padre para la niña, que ya se quedó a vivir en Lisboa con ellos.
Siendo alguien esencial en este tiempo y de este grupo no se había expuesto pintura suya en la ciudad, aparte de algún dibujo que se custodia en el Museo Ramón Gaya. El diario 'El Norte de Castilla' conserva en su colección dos de sus grandes obras, tan interesantes como desconocidas, el retrato de Jorge Guillén y el de José María de Cossío. Hace ahora algo más de una semana los dos cuadros llegaron a Murcia, al Palacio Almudí. Cada obra que se abre para montar una exposición acelera el pulso, cada paquete es la inminencia de una revelación pero, cuando abrimos los dos Hall ocurrió algo distinto. Salieron esplendorosos de su embalaje y fue como si siempre hubieran estado aquí. De alguna manera sentimos continuar aquel tiempo. Las dos pinturas, sobrias y tan apegadas al retorno al orden de los años 20, cierran un círculo, sellan el lacre de una carta de amistad a través del tiempo y son testimonio de nuestro respeto y devoción por la obra de ese grupo legendario.
Cuando visitamos las exposiciones parece que todo ha estado allí siempre, pero el trabajo detrás de cada coma de cada cartela es muy grande y en este esfuerzo se han volcado tres instituciones fundamentales en la Región: Gobierno Regional, Ayuntamiento y LA VERDAD. Luego están las personas y todo esto ha ocurrido gracias al esfuerzo, que no cuenta horas, de Maravillas Pérez por parte del ICA. Luego la voluntad de colaborar de algunas de las mejores colecciones de arte de España, como Mapfre, que ha traído una selección de joyas del dibujo español del siglo XX, o la Fundación Antonio Ródenas García-Nieto, un tesoro por descubrir que casi ha cubierto completamente el homenaje a Benjamín Palencia. A esto unimos los museos regionales, como el MUBAM o el de la Ciudad de Murcia, así como la Asamblea Regional y los muchos particulares que nos ha ayudado a cumplir un sueño, el de estar a la altura de los que hicieron Murcia grande como nunca ha sido. A ellos está dedicado todo este esfuerzo como lo está a LA VERDAD que lo hizo posible.
Gracias.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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