'En busca del nido' (1882). Óleo sobre lienzo adquirido al autor en 1882; Museo de Arte Moderno, 1896-1971; Museo del Prado, 1971. No expuesto.

En el centenario de Alejandro Seiquer

De ojos expresivos y «barba abundosa», pasó sus últimos años condolido por la indiferencia de sus paisanos, apartado de la popularidad y sin encargo alguno de obra. El 19 de agosto hace 100 años que nos dejó

Domingo, 15 de agosto 2021, 07:56

Aunque para muchos, el nombre de Alejandro Seiquer solo sea el de una céntrica calle de la capital, antes llamada 'del Zoco' y popularmente 'de Correos', la muerte del pintor Alejandro Seiquer López, el 19 de agosto de 1921, ahora hace un siglo, conmocionó a ... la sociedad capitalina en una ciudad mucho más pequeña que la actual, donde casi todos se conocían y los artistas eran respetados, admirados e incluso queridos.

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Alejandro Seiquer falleció al anochecer de un viernes estival, (antes de que se impusiera la actual costumbre de abandonar la ciudad ese día de la semana hasta dejarla desierta, y poseída solo por el calor reinante), en el número 43 de la calle López Puigcerver, con 70 años, siendo director del Museo de Bellas Artes y presidente de la hoy inexistente Comisión Provincial de Monumentos, además de miembro de la Junta de Patronato del citado Museo, de la que era presidente el senador vitalicio Isidoro de la Cierva y miembros de la misma Sánchez Picazo, Llovera, el alcalde Pérez Mateos y otros. Estos se reunieron corporativamente al conocer la noticia del óbito, para decidir asistir al entierro y funeral, ofrecerle una corona fúnebre y dedicarle un número extraordinario del boletín que editaba periódicamente aquella Junta de Patronato. Podemos imaginar que en aquella reunión de urgencia se habló largo y tendido de Seiquer, el anciano y popular personaje de trato llano, afable y sencillo, tanto en su porte como en sus maneras, que volvió de París cargado de laureles y no quiso alejarse más de su tierra.

De ojos expresivos y «barba abundosa», pasó sus últimos años condolido por la indiferencia de sus paisanos, apartado de la popularidad y sin encargo alguno de obra «que asegurara con su resultado la holgura económica de su honrada y gloriosa vejez» (según Alberto Sevilla en 'El Liberal' del 4 de octubre siguiente).

'Al borde del precipicio' (1885). Óleo sobre lienzo adquirido al autor con destino al Museo del Prado en 1895; pasó al Museo de Arte Moderno, hasta 1971; Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2016. En depósito en el Museo de Huelva.

Y es que, Seiquer, D. Alejandro, que nació en Murcia el 16 de diciembre de 1851, se incorporó muy pronto a la creación plástica como dibujante en el Ministerio de Obras Públicas, desde donde regresó a Murcia para volver de nuevo a Madrid, donde ingresó en el estudio del pintor Carlos Haes, con quien le unió una entrañable amistad en adelante (el belga afincado en España, representante máximo del género paisajístico realista), dedicándose durante tres años al dibujo de carbones (de los que el rey Alfonso XII le adquirió dos). Luego marchó a París, donde se consagró como pintor al obtener el premio de honor en la Exposición Internacional de 1878, siendo adquirido el lienzo premiado por el emperador Guillermo II de Alemania, lo que le dio a conocer en Francia, Alemania y otros países europeos.

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Ante la extrañeza de todos, y en pleno apogeo de su fama como pintor, regresó a Murcia, de donde no volvió a salir, dedicándose en adelante a la docencia en la Real Sociedad Económica de Amigos del País y en el Círculo de Bellas Artes, además de dirigir el museo ya referido.

En sus años de formación cultivó todos los géneros, sin embargo, donde mejor se encontró siempre fue en la faceta animalista, aunque sus pinceles no olvidaron el paisaje, que tan bien aprendió a interpretar de su maestro Carlos Haes, practicando un realismo que tendía a ennoblecer y dulcificar la experiencia de la realidad.

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Al parecer, Seiquer se inició en Murcia en la carrera eclesiástica que pronto abandonó, llegando a París en pleno movimiento revolucionario pictórico cuando, paralelo al ultranaturalismo literario de Zola y sus amigos de Médan, se imponía en la pintura el impresionismo que representaban Sisley, Pisarro, Renoir, Maury Clasat (la dulce ninfa del impresionismo) y Degas. Seiquer supo huir de la influencia de estos «disecadores de la luz y de la vibración, para seguir el naturalismo de Rosa Bonheur» (según el crítico Gil de Vicario), la pintura de los animales y las huellas de Corot en sus paisajes. Seiquer sorprendió con el lenguaje de los gatos, pequeños felinos que sonríen, juguetean y se entristecen en las obras del maestro, y de esos pollitos que se asustan en sus lienzos, como el vuelo de las aves camino de ninguna parte.

'El amigo del ciego' (1883). Óleo sobre tabla, 58 x 48 cm. Propiedad del Museo del Prado (no expuesto).

Tras su regreso de París, en los últimos años del novecientos, asistió con asiduidad al gimnasio instalado en la carretera de Algezares, encontrándose cada noche allí con Federico Mauricio, Joaquín Báguena, Sánchez Picazo, Pepe Atienzar, Paco Miralles y, a veces Antonio Meseguer, José María Sanz y Julián Calvo; cuando Antonio Clamares, Manolo Clavel, Marín Baldo, Pedro Nolla y Agustín Escribano eran estudiantes que aunaban los trabajos propios de su carrera con la fortaleza corporal, ejercitada por medio de la esgrima y de los aparatos gimnásticos. En aquel gimnasio (según Alberto Sevilla), convivieron ricos y pobres; doctos y profanos, en un ambiente de paz y armonía que solazaba a los asistentes con fraternidad envidiable.

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Pocos meses después de morir, su viuda puso a la venta los cuadros del maestro que poblaban las paredes de su casa. Era el único patrimonio que dejó Seiquer, el cual se desperdigó por destinos desconocidos. Una ocasión perdida por la Administración Provincial de entonces, para haberse hecho con una colección que se despreció por la poca sensibilidad de los políticos del momento. Los murcianos, ajenos al drama de la indigencia familiar, dejamos partir aquel legado artístico, sin hacer nada para que la obra de Seiquer permaneciera en Murcia, de manera más generosa.

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