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Casi siempre que voy a un italiano pido lo mismo. No sé lo que voy a cenar, pero suelo preguntar por lo que va a cenar el cocinero para que aparte un poco para mí. Cuando vengo a Catania, traiciono estos principios porque en El ... pirata preparan una pasta a la Norma irresistible para los cinco sentidos.
Acabo de llegar a la ciudad siciliana con cuatro horas de retraso. En verano los vuelos sufren demoras, pero la erupción del Etna ha salpicado de cenizas la ciudad y el aeropuerto ha permanecido cerrado durante días. Los cataneses viven con absoluta naturalidad que el volcán más grande de Europa despierte de vez en cuando, aunque todos conocen el peligro que corren viviendo a sus faldas.
He avisado al hotel de que llegaré tarde y he venido a mi trattoria favorita y amiga. Ya están cerrando, pero Pippo Mancuso y su familia me han reconocido inmediatamente y me invitan a pasar. Aldo, el hijo pequeño, se hace cargo de mi pequeña maleta mientras que Rocco, el otro vástago, me prepara la mejor mesa de El pirata. No hay otro rincón tan acogedor en toda Catania.
Pippo y yo nos conocemos desde hace muchos años. Nuestras madres fueron compañeras del colegio antes de separarse cuando nos marchamos a Málaga. Conoce perfectamente el motivo de mi visita ya que han programado Norma en el Teatro Massimo Bellini. Aunque soy profesor de Literatura, colaboro como crítico musical en una revista especializada en ópera italiana, a la que la familia Mancuso esta suscrita desde hace tiempo.
Lo primero que me recrimina mi amigo Giuseppe es mi último artículo sobre Puccini con motivo del centenario de su fallecimiento. Dice que no entiende en absoluto su música ni sus personajes. ¿Qué le pasa a Butterfly? me repite una y otra vez. Manuela, su mujer, está preparando la pasta que me fascina al tiempo que le llama la atención por incomodarme de esta manera tan suya. Ya tiene preparados los tomates, las berenjenas, el queso ricotta, el aceite y la albahaca que va a combinar tan deliciosamente con la pasta fresca que ella misma elabora siguiendo la tradición familiar.
Para Mancuso solo existe Vincenzo Bellini y, un poco por debajo, Rossini y Donizetti. Verdi lo etiqueta de otra categoría por lo que su música e ideas representaron para la nación italiana. Soy muy afortunado cuando estoy en el El Pirata escuchando a mi amigo sentado frente a mí, gesticulando frente a un mantel de cuadros y percibiendo desde la cocina los sonidos y olores genuinamente aderezados por la silueta de su bella mujer.
Manuela y Pippo tienen una hija que toca el violín en la orquesta del teatro de la ópera. Es la única de la familia que no trabaja en la trattoria, aunque siempre echa una mano los fines de semana. Para ellos, Marina es el orgullo de la familia y el enlace directo con la tradición lírica italiana por la forma tierna y elegante con la que toca a Bellini. Sin duda, es uno de los regalos que la vida ha dado a los Mancuso.
No suelo escribir nada hasta que cae el telón la ópera en la sala del Teatro Bellini, pero debo reconocer que mis comentarios están previamente contaminados por la pasión con la que Pippo me habla de Norma, Bellini y Marina. La muerte prematura del compositor de Catania, su formación napolitana, la amistad con Chopin, otro aristocrático de la música en palabras del hostelero o la sensibilidad literaria que llamó la atención del mismo Wagner, son ideas que emanan de la conversación con Giuseppe, que aprovecha que no puedo discutirle nada mientras saboreo la deliciosa pasta a la Norma de Manuela.
Si deseo que Pippo descargue todo su arsenal en favor de Bellini, sólo tengo que preguntarle cómo es posible que le guste escuchar esta música a todas horas y todas las noches. Esta irónica provocación despierta sus comentarios más sutiles sobre la exquisitez de sus melodías, los sencillos acompañamientos tan sugerentes a la vez, la efectividad de las armonías y los cromatismos o el carácter cantabile de los recitativos. Para él, no se puede cantar a Bellini si no se dominan a la vez, el bel canto y la tensión dramática. Sólo así se puede ser fiel a la concepción de la psicología de sus personajes, asevera Mancuso con la seguridad de un experto. Tampoco puedo contradecirle mucho en este momento porque estoy concentrado en el sabor de los crujientes cannoli que me ha ofrecido Manuela, sonriente por lo feliz que ve a su marido tras varias semanas de silencios entre ellos.
Aldo me trae rápidamente mi maleta mientras estrecho la mano de Pippo. Mañana seguiremos hablando del arte de Bellini. Desayunaremos una granita alle fragole acompañada de un brioche frente a la Catedral de Santa Ágata, lugar donde reposa el cuerpo de l´aristocratico catanese.
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