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Museos Vaticanos. El grupo escultórico fue descubierto en 1506 en el Esquilino, en Roma, e inmediatamente se identificó con el Laocoonte descrito por Plinio como la obra maestra de los escultores de Rodas: Agesandro, Atenodoro y Polidoro.
Un brazo para la historia
Arte

Un brazo para la historia

Un anticuario, arqueólogo y marchante judío, Ludwig Pollak, descubridor de una copia marmórea de la Atenea de Mirón, vio en un taller un brazo flexionado en mármol. Su intuición no le engañó, estaba ante el auténtico del Laooconte

Martes, 11 de marzo 2025, 00:32

En enero de 1506 se encontraron bajo unos viñedos, propiedad de Felice de Fredis, en los alrededores de Santa María Mayor, en Roma, trozos de mármol que conformaban el grupo escultórico Laocoonte, el sacerdote de Apolo Timbreo que quiso impedir que los troyanos acogieran en su ciudad el caballo de madera. Fue atacado, junto con sus dos hijos, por dos serpientes.

Inmediatamente el papa Julio II mandó al arquitecto Giuliano da Sangallo, en cuya casa estaba Miguel Ángel. Fue precisamente el hijo de Sangallo, Francesco, el que décadas después, en 1567, en carta a Vincenzio Borghini, contó que fueron al lugar los tres y, tras ver su padre los mármoles, dijo: «este es el Laooconte, el que describe Plinio».

En la mente del padre, la 'Historia Naturalis' de Plinio el Viejo, libro popular desde que Cristoforo Landino lo tradujese en 1476. Plinio ubica el grupo escultórico en el palacio del emperador Tito: «obra que debe ser preferida a cualquier otra producción en pintura o estatuaría. Está esculpida de un solo bloque, tanto la figura principal como los niños y las serpientes con sus maravillosos pliegues. Este grupo está realizado conjuntamente por tres eminentes artistas, Agesandro, Polidoro y Atenodoro, de Rodas». Sin pensarlo demasiado, el papa Julio II lo adquirió, colocándolo en el Cortile Belvedere, acompañando al Apolo comprado en 1489, germen de los futuros Museos Vaticanos.

La obra queda también vinculada a Miguel Ángel porque apareció en siete trozos, participando el artista en la reconstrucción, como hiciera también con el Toro Farnesio. No se trataba de montar un simple puzle, se desconocía la disposición. Estaba desmembrada y había que recomponerla. Faltaban los brazos derechos de Laocconte y del hijo que está a ese lado, el otro carece de una mano, tal y como puede observarse en un grabado de Marco Dente da Ravenna, muerto en 1527 durante el Sacco de Roma.

Se decidió que los brazos faltantes estaban estirados hacia arriba, y así lo vemos en copias que se conservan: la de Baccio Bandinelli en la Galleria degli Uffizi, la de bronce del Museo Corsini en Roma y en múltiples grabados.

Apareció en siete trozos, y Miguel Ángel participó en la reconstrucción, como hiciera también con el Toro Farnesio

Esta solución no pareció convencer a Miguel Ángel, atento a la musculatura tensionada por la agónica lucha. Seguidor de la tradición florentina formada por Verrocchio, Leonardo da Vinci, Lorenzo Ghiberti, Leon Battista Alberti, que aconsejaban recrearse en la formación del cuerpo humano, de sus músculos, sus huesos, para poder representar mejor el desnudo. El mismísimo Leonardo, en su 'Tratado de la Pintura', presenta los apartados: 'De la articulación del hombro y su incremento', 'Del movimiento del hombre', 'De la gracia de los miembros'. En ese contexto hemos de situar el conocimiento de anatomía de Miguel Ángel, que diseccionó cadáveres en el convento de Santo Spirito de Florencia, lo que agradeció tallándoles un crucifijo en madera. Parece que al torso de Laocoonte no le correspondía un brazo estirado hacia arriba.

También hubo quien desconfió de la autoría clásica, ya que el joven Miguel Ángel «realizó un Cupido, de edad entre seis y siete años, recostado en actitud de dormir» que Pierfrancesco de Medicis le animó a preparar como si hubiera estado bajo tierra, y así venderlo como escultura antigua, siendo adquirido por el cardenal Raffaele Riario que supo, meses después, el engaño.

La anécdota no ha sido olvidada por quienes todavía hoy sospechan que el Laocconte pudo ser esculpido por él. Lo considero inverosímil ya que parece difícil enterrar una inmensa estatua de 2,42 metros sin que el papa se enterase. Además, no hubiera tenido sentido hacerlo sin una parte tan importante como es el brazo derecho del protagonista.

Tras el descubrimiento, toda la ciudad visitó el conjunto escultórico. Incluido el futuro cardenal Jacopo Sadoleto, que compuso en latín un poema asociando la obra al renacer de la nueva Roma papal, haciendo suyo el tópico de la piedra que habla: «Habéis culminado en animar la piedra insensible con trazos vivientes, y hacer respirar al mármol transmitiéndole la vida y el sentimiento. Vemos los movimientos, la rabia, el dolor; oímos casi los gemidos». Lessing, al igual que Winkerman y Goethe, escribió sobre el grupo escultórico y recogió este poema en su Laocoonte.

La obra influyó en muchos artistas: en Miguel Ángel destacan las esculturas «Esclavo rebelde», que se retuerce para quitarse las cuerdas que le atan las manos por detrás, y «Esclavo moribundo», con el codo en alto mientras la mano se posa sobre su cabeza, ambos hoy en el Louvre. El Greco pintó su Laooconte con la ciudad de Toledo al fondo. El éxito fue tal que Tiziano la parodió en un dibujo convertido en grabado por Niccolò Boldrini, donde aparecen monos en lugar de seres humanos.

«Ahora es de mi propiedad»

Cuatro siglos más tarde, a pocos metros de donde fue descubierta, un anticuario, arqueólogo y marchante judío, Ludwig Pollak, descubridor de una copia marmórea de la Atenea de Mirón, vio en un taller un brazo flexionado en mármol. Su intuición no le engañó, estaba ante el auténtico brazo del Laooconte, con un fragmento de la serpiente que pasaba entre el brazo y el antebrazo, tal y como percibió Miguel Ángel. En 1903 le cuenta con orgullo a su amigo Wilhelm von Bode, futuro fundador del Kaiser-Friedrich Museum: «Ahora es de mi propiedad».

Pese al alto valor comercial, Pollak comprendió que ciertas cosas están por encima del dinero, razón por la que donó el brazo a los Museos Vaticanos. En octubre de 1943 fue deportado con su mujer y sus dos hijos a Auschwitz, donde murieron. Catorce años más tarde, en 1957, se le colocó a la escultura el brazo sin restaurarlo.

Hoy, al entrar en el patio octogonal del Cortile Belvedere, dentro de los Museos Vaticanos, miro el conjunto escultórico y veo a mi izquierda ese brazo doblado con el codo sobresaliendo, carece del brillo del resto, lo que percibo como un sentido homenaje a Miguel Ángel que lo intuyó y a Ludwig Pollak que lo halló.

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