
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Cuando enterraron las cenizas del actor Paco Rabal junto a un almendro de la aguileña Cuesta de Gos, su mujer, la también actriz Asunción Balaguer, le dijo a una vecina del lugar. «Por la mañana que se lave la cara, le das un café y no le dejes salir hasta muy tarde». Lo cuenta el hijo de ambos, Benito Rabal, nacido en 1954, en sus memorias tituladas 'Gracias por mi vida' (La esfera de los libros), ya a la venta. Hermano también de la actriz y cantante Teresa Rabal, él optó por ser director de cine, guionista y escritor. El libro está lleno de anécdotas jugosas, diversión, emociones y personajes estelares de la cultura española; no falta ni la duquesa de Alba, de la que cuando Paco Rabal representaba 'Edipo Rey' en Madrid, se decía que había acudido al teatro más de una vez «para verle las piernas a Rabal».
–¿Qué le ha quedado claro escribiendo este libro?
–Tengo clarísimo la maravilla que ha sido ser hijo de mis padres, y la suerte de haberme encontrado a lo largo de mi vida con personas de las que te dejan huella. Y también la suerte que he tenido al haber amado mi oficio y, sobre todo, no haber sentido jamás que esto de vivir no merecía la pena. Nunca me he peleado con la vida.
–¿Cómo ha vivido?
–Como he querido, he vivido como me ha dado la puta gana; eso lo aprendí de mis padres, que hay que vivir como uno quiera, y si no te dejan, luchar contra los que te lo quieren impedir. Yo lo que he hecho ha sido vivir feliz, no hacer daño a nadie y luchar contra los que sí que dañan a la gente. Y con humildad, porque hay que ser humilde.
–¿Qué sigue haciendo?
–No hay nada mejor que hacer que seguir aprendiendo cada día.
–¿Usted se arrepiente de muchas cosas?
–No me arrepiento de nada, así de contundente se lo digo. Es más, volvería a repetir los errores cometidos, porque también de los errores aprende uno. Incluso cuando bajas a los infiernos, que también he bajado, se aprende.
–¿A qué errores se refiere?
–Poca cosa: no haber aprovechado bien alguna oportunidad que se me ha presentado, o haberme creído en algún momento más listo de lo que era, quizás influido por las sustancias alcohólicas y químicas. Es que no creo haber perjudicado a nadie a conciencia, jamás he tenido esa intención. Y si he perjudicarlo a alguien sin quererlo, desde aquí, desde LA VERDAD, pido disculpas.
–¿Y esos infiernos a los que dice haber bajado cómo son?
–Pues muy calentitos, y muy divertidos hasta que, de repente, tomas conciencia de dónde estás y te entra mucho miedo. Y entonces lo que quieres es salir de allí, y como ya estás tocando fondo lo que haces es dar una patada cuando llegas, tomar impulso y largarte hacia arriba. A los infiernos bajas porque has abusado de la confianza en ti mismo y has perdido un poco el sur, y digo el sur porque yo el norte lo perdí ya hace muchísimo tiempo. Recuerdo que un día me echaron de un bar con muy malos modos, como si yo fuese un vagabundo peligroso. Fue en una época bastante mala, de sustancias y de todo. Ahí tomé conciencia de que debía cambiar algunas cosas en mi vida. Llámale alcohol, llámale tabaco, llámale ansiolíticos, llámale de todo menos heroína y drogas duras, que nunca tomé. Jamás me he metido con las drogas duras, que han sido un arma contra el progreso.
–Deme una buena noticia.
–Me he casado hace un mes, estoy encantado con el amor y con la vida. El amor siempre tiene que estar presente, es el sentimiento más revolucionario del mundo. Te pase lo que te pase, hay que estar enamorado siempre.
–¿Y el desamor?
–A mí me han dado calabazas como a todo el mundo, pero creo que me lo he tomado bastante bien. Yo suelo ser muy respetuoso con las decisiones que tomen los demás, siempre que no vayan destinadas a joder a otras personas. Respeto a todo el mundo, menos a quienes no me respetan a mí, ni respetan a los demás.
–¿Entre quiénes dice usted que se divide el mundo?
–Lo tengo claro: el mundo se divide ideológicamente en dos tipos de personas, las que creen que es lícito vivir del sufrimiento de los demás, y las que creen que no lo es. Y las que sí lo creen, normalmente no respetan al ser humano. Y yo a ellos tampoco.
–¿Qué imagen le viene ahora mismo de su padre?
–[Lo piensa unos segundos] Pues mire, la imagen de mi padre cuando lo hicieron doctor 'honoris causa' por la Universidad de Murcia (UMU). Cada vez que lo recuerdo se me saltan las lágrimas. Mi padre apenas pudo ir a la escuela, pero toda la vida se la pasó devorando cultura. Sentía muchísima admiración por los poetas, los escritores, los pintores, los cineastas... Y, de repente, verle ahí con el birrete, rodeado de sabios, de personas que él admiraba tanto... Su nombramiento como 'honoris causa' en Murcia creo que quizá fue el momento más feliz de su vida.
–¿Y de su madre?
–Mi madre era una mujer extraordinaria...; recuerdo ahora mismo, por ejemplo, cuando gracias a ella mi padre hizo 'Los santos inocentes' [1984, dirigida por Mario Camus], porque estuvo a punto de no hacerla, de decir que no. Ella me llevó como testigo cuando le dijo a mi padre: 'O haces 'Los santos inocentes' o me separo de ti'. Y la hizo; de lo contrario hubiese sido para no parar de darle hostias.
–¿Cómo los recuerda a los dos juntos?
–Como dos personas inseparables, que se complementaban y no entendían la vida sin estar juntos. No he conocido a ninguna otra pareja que se complementara tanto y que disfrutasen tanto de la vida los dos juntos.
–¿Las infidelidades de su padre qué le parecían?
–Ese tema es algo que les pertenecía a ellos. Yo creo que en una pareja no cabe un papel de fumar, y si ellos estaban felices como estaban...; de todas maneras, a mi padre se le atribuyen más aventuras de las que en realidad tuvo. No era tan fiero el león como lo pintan [risas]. Ahora bien, era un hombre lúdico, guapo, simpático, seductor, un actor de éxito, y es normal que tuviera sus historias. Y también era otra época. Pero le digo algo importante: yo nunca he visto a mi madre sufrir.
–¿Seguirá viviendo en Águilas?
–Que no le quepa duda, a mí no me sacan ya de Águilas ni con ácido sulfúrico, aquí vivo en el paraíso con mi mujer, con mis perros, con mis paisanos, y con mis hijos y nietos cuando vienen a visitarme y disfrutamos como locos. También con los hijos de mi mujer estoy encantado.
'Gracias por mi vida' es un botín de recuerdos entrañables, como este de sus primeros años: «Aprendí a andar en un pasillo de los estudios Cinecittá en Roma. Parece ser que estaba yo distraído en el ir y venir de la variopinta galería de personajes rusos que formaban el elenco de la película 'Guerra y paz', que allí se estaba rodando bajo la dirección de King Vidor, cuando divisé a mi padre al final de un largo corredor». Y, entonces, «sin previo aviso, y ante la sorpresa de mi madre, me levanté tambaleante y, echando un pie tras otro, corrí a arrojarme en brazos de mi progenitor». «Imagino», precisa, «que el trayecto no fue tan directo, es más, seguramente estuvo salpicado de humillantes caídas y culetazos, pero el orgullo con el que mi padre contaba que fue el amor filial lo que me hizo abandonar el gateo, me obliga a contar así la historia».
Teresa Rabal también es protagonista destacada: «Mi hermana y yo acompañábamos de vez en cuando a nuestros padres en sus salidas nocturnas. Era una manera de poder estar juntos». «A diferencia de lo que sucedía en la mayoría de los hogares», cuenta, «no sólo no ocultaban sus vidas, sino que además querían que las disfrutáramos, lo cual, llegadas las tres o las cuatro de la mañana, a veces era mucho querer», recuerda sonriendo.
Qué familia. Narra Benito Rabal cómo, por ejemplo, «cuando estrenaron piso en Madrid, en la calle Sainz de Baranda, junto al parque del Retiro», aquella casa lo que parecía era «una estación de tren en periodo de vacaciones de abarrotada que estaba». A saber: «Repartidos entre las tres habitaciones, aparte de mis padres y mi hermana, se habían instalado mi abuelo, mi tía Lolita, la [bisabuela] 'Madre María', la chacha Dolores y su hijo Paquito, además de las frecuentes visitas de otros familiares y paisanos».
La muerte de su padre, un 29 de agosto de 2001, durante un vuelo de regreso a España, tras haber recibido en el Festival de Montreal el Premio al Mejor Actor, fue un disparo en el corazón:
–'¿Quieres algo de Canadá?', le preguntó su padre.
–'Sí, el último disco de Leonard Cohen', le respondió él. Fueron las últimas palabras que se intercambiaron.
Recibido el premio en Montreal, su madre le dejó un mensaje en el contestador diciéndole que esa misma tarde volvían a España para llegar a tiempo al Festival de Donostia, donde recibiría otro premio a toda su trayectoria. Más tarde... sonó el teléfono. Era su hermana:
–'Benito, papá ha muerto'.
No sabe por qué razón, tal vez por el llanto de su hermana que hacía difícil reconocer su voz, él creyó que le estaban gastando una broma de mal gusto.
–'¿Teresa? ¿Eres tú?'.
–'Papá ha muerto', repitió ella.
La noticia dio la vuelta al mundo. Decidieron enterrar sus cenizas al pie de un almendro en la Cuesta de Gos, la tierra que lo vio nacer. Un lugar para el que el banquero aguileño Alfonso Escámez, que «tal vez haya sido la única persona sobre la que mi padre no ha hablado bien», encargó una escultura a Santiago de Santiago, escultor conocido por sus obras dedicadas a 'los Caídos' y a la Legión, con la que la familia de Rabal no estaba de acuerdo, si bien «ni siquiera las lágrimas de mi madre le hicieron desistir».
Tiempo más tarde, trasladaron la urna con sus cenizas al cementerio de Águilas. Ahora, junto a las de Asunción Balaguer. Antes de cerrar el nicho que guarda las de ambos, «dejamos en su interior una botella de moscatel, la bebida preferida de mi madre, dos copitas y una campanilla de cristal con la que mi padre solía llamarla cuando no le alcanzaba la voz». Le gusta a Benito Rabal «pensar que están juntos. Es mentira. Ya no están. Pero a veces, cuando voy a visitar tu tumba, me parece escuchar el tintineo de la campanilla y un entrechocar de copas».
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