¡Venga ya, pero si tú llevas tacones! Esa fue la respuesta de una persona muy cercana cuando le dije que tenía novia. Yo, que ... ejerzo de lesbiana solo en mi vida privada, aprovecho cada celebración del Orgullo para actualizarme con las nuevas consignas, así que, aunque no participo en acto reivindicativo alguno –exceptuando el más revolucionario de todos: vivir mi vida–, veo necesario que siga existiendo. Eso sí, no está de más recordar que no hay nada subversivo en el Orgullo LGBT. No ahora. No en España.
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Así, he podido ver cómo esas siglas han ido creciendo para incorporar diferentes orientaciones sexuales e identidades de género hasta que alguien con dos neuronas decidió que aquello se había vuelto impronunciable y propuso incluir el signo '+'. No descarto que se termine definiendo por negación: todo lo que no encaje en la estricta heteronormatividad cisgénero. No es una exageración; acabo de ver un debate en el que se hablaba de 'no-men' para eludir responder a qué es una mujer, esto es, la hembra humana adulta. Ahí, en nombre de la igualdad han llegado a lo más rancio y machista. No, hombre, no.
Siguiendo una lógica similar, franjas de colores en diferentes angulaciones han ido transformando la clásica bandera arcoíris. También me parece bien. Que no quede matiz sin incluir. No hay dos seres humanos iguales. No queremos a nadie fuera. ¿Entonces, esa bandera es suficientemente inclusiva? Bueno, siempre puedo recurrir a la 'lipstick lesbian', 'butch', 'labrys' o la 'orange-pink lesbian flag' –hay que ser experto en vexilología–. El consenso es imposible porque siempre hay quien se sentirá excluida. Una bandera por persona. A ver si comparto menos cosas con las de «mi colectivo» que con un hombre blanco hetero de clase baja. A ver si las condiciones materiales, entre otros, van a ser más determinantes (pensé al ver el concierto de Mónica Naranjo en la nueva casa de los Javis).
En España un 10% de la población dice ser homosexual. A nivel mundial hay otras minorías: un 20% de negros, un 10% de zurdos, otro un 10% de ojos azules, un terrible 2% de pelirrojos y un 0.01875% de murcianos. No se me sulfuren, que mi tesis no es que sea algo totalmente equiparable, sino que, puesto que se trata de rasgos, características o circunstancias que no se eligen, debería ser igual de importante: anecdótico. ¿Se puede estar orgulloso de aquello que viene dado? Como poco, podemos desear que no sea motivo de vergüenza ni discriminación. Somos decididamente diferentes pero tenemos los mismos derechos. No tenemos las mismas capacidades pero sí las mismas oportunidades. Vamos, que la vida no es justa. Y desde la aprobación esta semana de la Ley de paridad lo será todavía menos: la presencia de mujeres en los órganos de poder podrá superar el 60%, no siendo así con los hombres.
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Todo encaja, ya sabemos que el sexo, el género y la identidad son más importantes que los conocimientos o la experiencia. ¿No se trataba de conseguir lo opuesto? No quiero decir con esto que no exista ningún tipo de discriminación, sino que las cuotas nunca serán el camino, y ahora parece la única obsesión de ciertos agentes. Como programadora de CENDEAC se me afeó que en un curso hubiera cuatro ponentes varones, pero no supuso ningún problema que en el anterior fueran mujeres el 70% o el 100% en otros ciclos. Usaré su mismo lenguaje: en ese caso estaba atendiendo a otro tipo de opresiones al invitar a un 75% de personas no heteronormativas cuya media de edad supera los 60 años. Sería interesante, por otra parte, hacer un estudio que recogiera la orientación sexual de directores, programadores, comisarios y artistas, porque quizá estemos sobrerrepresentados.
Volviendo a las banderas LGBT, me gustaría hacer ver que ninguna se parece estéticamente a la polémica banderola que ha elegido Madrid para el Orgullo de este año. Fuegos artificiales, copas de cóctel, condones, flores o tacones. ¿Es representativa? Después de años convirtiendo el Orgullo en una celebración excesiva y carnavalesca quizá esto sirva para detectar sus contradicciones. Para mí, el principal problema es que es horrorosa, porque bien que a Carmena no le levantaron el banderín cuando bajo su mandato se prescindió de esos símbolos que ahora tanto se echan de menos. A Almeida, en cambio, se le acusa de borrar reivindicaciones, de caricaturizar o de boicotear el evento y tanto desde la izquierda cultural como política se ha pedido su retirada. Bob Pop se pregunta en X «qué bollera se ve representada por unos tacones». Ejem. No existe bandera en la que este señor y yo quepamos.
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