Bailar es contagioso

mesa para cinco ·

Hacía meses que no veía gente moverse. Tan cerca. Sin mascarilla. Sin distancia social. Sin problemas. Fue una esperanza fugaz y candente

Domingo, 26 de septiembre 2021, 00:50

El jaleo de los días de feria ya se oía a un kilómetro del pueblo, y un extraño acento en el hablar de los que hallé por el camino. La prueba de sonido ha terminado. El sol sale de un juzgado para caer como plomo. ... El verano agoniza pero aún tiene unas cosas que decir. Un coro de muchachas y una vieja están haciendo cola para entrar a la plaza. San Sebastián de los Reyes no puede celebrar sus encierros. Bullen las nuevas ideas. La cola para apuntarse al zumba llega hasta la calle principal. Ya huele a morcilla y café con alcohol. Tegüis. Mangüis. Sol y sombra. Un jovencito de broma peligrosa haciendo gala del orgullo local. Todo suena bien y nosotros estamos contentos de tener al menos un concierto. El camerino es el salón de plenos del ayuntamiento. Cuelgo mi ropa brillante en el sillón de la alcaldesa. Es ya la hora del aperitivo y todavía no funciona el tiovivo. He ido a por un café y al volver por mitad de la plaza veo unos puntos rojos. Separados entre sí apenas medio metro. Ni eso. No sé para qué son. Está siendo un verano complicado. Apenas unos pocos conciertos. Todavía somos afortunados. Hay amigos que llevan muchos meses sin asomarse a las tablas. Solo tocan las verbenas. Para que sude el músico ambulante su condición de vagabundo. Busco la acera en sombra y la ventana donde huele a flor. Veo cómo la gente de la caseta blanca recita sus datos de forma civilizada. Hace chanzas familiares. Llevan licra. Los señores mayores miran a las jóvenes deportistas. Tenga esta rosa blanca señorita a cambio de su negro pensamiento. Dos chicas y un chico suben al escenario en el que acabo de dejar todo preparado para actuar. Van a hacer zumba. Van a bailar zumba. Van a perpetrar una zumba. No sé qué verbo se usa para zumbear. Zumbear seguro que no. La poli me dice que me aparte. Quítese usted de en medio forastero que ya no quedan señoritas en el bar. Están todas en la plaza. Llevan una pulsera naranja fosforescente y los micros de los profesores comienzan a acoplar mientras dan la bienvenida. Las chicas y chicos de licra, bajo el sol del mediodía, inmisericorde, se reparten civilizadamente sobre esos puntos rojos que yo he visto en la plaza. A escasos centímetros. Y zumbean. Y zumban. Los profesores saludan. Esta es su canción y el baile va a empezar. El más bajo de los artes marciales. La más indigna de las danzas. La vergüenza del teatro corporal. La zumba. El zumba. La coreografía no binaria. La decantación del aerobic. Primo del pilates. Sobrino del tai chi. La indefinición hecha deporte. Por algún motivo temblaban mis labios. En mis ojos el fondo de un volcán. Hacía meses que no veía gente moverse. Tan cerca. Sin mascarilla. Sin distancia social. Sin problemas. Fue una esperanza fugaz y candente. Como el momento exacto en que una fruta madura y al poco cae. Después de la zumba va mi banda. Tal vez los que zumban ahora bailen después. Un pensamiento rectilíneo y evanescente en mi maraña de dudas. Lorenzo aprieta y una ambulancia recoge al primer caído por el esfuerzo físico. La ambulancia que hace dos años recogía valientes corredores de encierros sanguinolentos. Hoy lleva prosaicos deportistas flojos. Lipotimias de hoy, cornadas de ayer. El espectáculo termina. Yo entro de nuevo al hemiciclo de Sanse y mientras me coloco las lentejuelas digo: 'Chicos, aquí la gente ha hecho zumba sobre puntos rojos'. De pie. La esperanza es un pistola cargada. No somos gente de armas. Apuramos el trago de media mañana. Pasamos por la ventana enrejada. Suavecito empezamos a silbar. Espero en las escaleras del escenario. Siento que floto en la luz artificial que apenas se nota bajo la claridad del mediodía. Han sido dos años muy duros. Muero de ganas de hacer bailar a esa gente sobre puntos rojos. Pero al salir, en el tiempo en que yo me ceñía una falda, han llenado la plaza de sillas de plástico. Han tapado los puntos rojos que vencen a la Covid. Han llenado de asientos de blanco aburrimiento estático lo que antes era una orgía de movimiento. Porque todavía se puede hacer zumba, se puede estar a dos centímetros del otro sudando, se puede hacer cola en el súper, se puede ir al cine o al centro comercial. Pero no se puede bailar. Porque bailar es contagioso. Y las salas de conciertos siguen cerradas. Y nuestra industria muerta. Y sentí la alegría del olvido. Y al andar descubrí la maravilla. El sonido de mis propios pasos en la gravilla.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad