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Francisco Ojados
Lunes, 4 de septiembre 2023, 07:26
El Rubio de Caravaca es un hombre feliz. Su personalidad, bondadosa, y una sonrisa que no pierde desde la infancia, hacen, a quien lo conoce, cogerle cariño desde el primer momento. Antonio José López Pérez nació para ser torero el 7 de septiembre de 1983. A punto de soplar las cuarenta velas, ha recibido el mejor regalo de cumpleaños posible que, además, por inesperado, le llena de gozo. Veinte años después de su alternativa, podrá retirarse de los ruedos. Estuvo a punto de hacerlo en 2019, cuando estuvo anunciado en Cehegín, su plaza, pero una DANA inundó el ruedo y la corrida no pudo celebrarse.
Sin antecedentes taurinos en la familia, salvo la gran afición de su abuelo y su padre, Paco, Antonio José siempre estuvo atraído por la fiesta brava, hasta el punto de hacer de ella su vida. Recuerdo una de las anécdotas que me contaba su madre, Maravillas, cuando aquel chico de pelo dorado comenzaba a torear y se anunciaba en honor a su ciudad natal y al color del cabello como El Rubio de Caravaca: el niño le pedía a los Reyes Magos una vaquilla. Su juego era torear y cansado de manejar como capotes y muletas las toallas y los trapos de casa ante un toro imaginario, quería una vaca para darle capotazos y muletazos todos los días, sin saber que el animal aprende y que la vaca se torea una vez y no más.
Aquel infante fue creciendo, debutó sin picadores en La Paca (Lorca) el 6 de septiembre de 1998, alternado con Paco Ureña, y lo de dar pases a los bravos no se le daba nada mal. Tan es así que, cuando se creó la Escuela de Tauromaquia de la Región de Murcia, su entonces presidente, Pepe Soler, viajó hasta Caravaca para ficharlo. Como si de un futbolista se tratara. Antonio José era alumno de la Escuela de Hellín. Corría 1999 y al año siguiente le echó el ojo un cazatalentos, el empresario lorquino Juan Reverte, descubridor, entre otros toreros, de Alejandro Talavante, quien apostó por El Rubio, lo apoderó y el muchacho respondió con triunfos. Reverte le dio el debut con caballos en Cehegín el 25 de febrero de 2001. Salió a hombros y su carrera fue en crecimiento. El destino, en este caso vestido de infortunio, hizo que en febrero de 2002 recibiera un cornalón en Onda, que rompió en pedazos uno de sus sueños, la presentación en Las Ventas. Su temporada remontó, pisando plazas importantes hasta tomar la alternativa el 14 de septiembre de 2003. La plaza de Cehegín se llenó hasta la bandera. Con toros de Salvador Domecq se doctoró con César Rincón de padrino y de testigo a Pepín Liria.
En los momentos dulces de su carrera, Antonio demostró ser inteligente. Siempre miró por su futuro y mientras otros compañeros sesteaban el invierno, aprovechó para sacar todos los carnés de conducir. No abandonó los estudios, sacando la Selectividad con buena nota, matriculándose en la carrera de Educación Física. Era su momento álgido y Reverte lo mandó a vivir a Jerez de la Frontera, en contacto con el toro. Mientras que hay personas que no saben reconducir su futuro, Antonio demostró valentía y clarividencia para en 2006 seguir los pasos de su padre, guardia municipal, y preparar en seis meses las oposiciones que aprobó en el verano de aquel año. Sacó plaza en Cehegín, a seis kilómetros de su casa y su gran fortaleza en lo taurino. Allí es uno más del pueblo. Conoce a todos sus vecinos y sus gentes le tienen admiración como matador de toros y enorme cariño como guardián del municipio. Allí ha formado una familia, junto a su mujer, Lola, ceheginera. El matrimonio tiene dos hijos (dos becerristas los llama El Rubio), de 5 y 3 años, que verán a su padre torear por primera vez el próximo día 9. Una de las cosas que más le ilusionan.
Siempre se ha sentido torero, y el cambio del traje de luces por el uniforme sirvió para asegurar la economía doméstica, pero no para esconder definitivamente al diestro que lleva dentro. Esta despedida es muy especial para él, pese a que su mujer y sus padres se pregunten qué necesidad había de esto. Antonio se divide entre la ilusión y los miedos estos días, pero siente la necesidad de llenar un vacío, de poner un broche a una carrera muy digna, de sacar, por fin, a ese torero que lleva dentro y que cuanto más tiempo pasa, más pide a gritos esa última oportunidad. Una oportunidad que merece el hombre para abandonar al torero y reencontrarse con Antonio José.
En una entrega de premios, en el Club Taurino de Cehegín, Antonio afirmó que no hace falta ser figura para sentirse grande. Basta con ser feliz con los que se hace. ¡Ojalá el sábado disfrute esa felicidad! Será también la de los muchos que le quieren.
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