Si me encuentro con el actor Daniel Albaladejo, fijo que repetimos abrazo y saludo: «¡Solo no puedes, con amigos sí!», nos decimos, gracias a que ambos veíamos en su día 'La Bola de Cristal'. No sé cómo se saludarán Augusto Ferrer-Dalmau y Arturo Pérez- ... Reverte cuando se encuentren; dos buenos amigos que se aprecian y se admiran mutuamente, que comparten pasiones, trabajo bien hecho, curiosidades y amor por la historia de España, y cuya relación da sus frutos más allá de sus alegrías en privado. Sé lo buen amigo de sus amigos que es Pérez-Reverte, que lo continúa siendo incluso cuando la muerte se ha cruzado en el camino y dejado una espina y un vacío y una gratitud que ya siempre te seguirán como tu sombra. Ambos compartimos el privilegio y el gozo de la amistad con un ser irrepetible, el maestro de Gramática José Perona, uno de esos no tantos profesores de universidad que dejan huella en sus alumnos, y sin duda el tipo más divertido con el que poder tomarte una cerveza de cuantos habitaba en este planeta. Y sé de su amistad a prueba de catástrofes nucleares con otra gente afortunada, como el también cartagenero Julio Mínguez.

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¿Cómo se saludarían Ferrer-Dalmau y Pérez-Reverte hace unos días en Cartagena, cuando el escritor, académico y aventurero llegó en su barco a puerto para asistir a la inauguración de la exposición 'Cuadros para la historia', con la que, ¡buena noticia!, se abre de nuevo al público el Centro Cultural de la Fundación Cajamurcia, ubicado en esa joya que es el Palacio Pedreño; una exposición en la que, comisariada por María José Solano, se comparte una selección del quehacer pictórico del artista, conocido como 'el pintor de batallas' y cuya obra brilla en la recreación de escenas históricas militares. Ambos no sólo se llevan muy bien, sino que Arturo le debe a Augusto, entre otras cosas, algunas ilustraciones excelentes para sus libros, y Augusto le debe a Arturo, nada menos, que haya ampliado sus horizontes temáticos, prestándole más atención a la riqueza de nuestra historia naval, gracias a lo convincente que resulta el creador de Alatriste, por citar sólo a uno de esos personajes suyos que tienen su cama siempre preparada en nuestras bibliotecas.

Gracias en gran medida a él, se ha adentrado ilusionado Augusto en la aventura, entre plácida y a ratos tormentosa, de ilustrar episodios navales, y no únicamente terrestres, y con un resultado que merece la pena contemplarse.

Fotografía: Pepe H.Tipografía: Nacho Rodríguez

Qué bien tener amigos, «quien lo probó lo sabe». Qué suerte mayúscula si, además, esos amigos fieles, con los que sabes que siempre podrás contar, te resultan encima inspiradores, te abren la mente a nuevos mundos, te incitan a correr riesgos, a no quedarte preso de la rutina, ni del victimismo; te abren el apetito de conocimiento, no te dejan hacer imbecilidades, te enriquecen tu propio lenguaje, y te contagian de sus propias aficiones, lecturas imprescindibles, paisajes hermosos, personas...; esos amigos que no dejan de ser nunca un descubrimiento que tiene consecuencias: jamás te aburrirás.

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Si a Augusto se le veía feliz, tanto en la inauguración de 'Cuadros para la historia' [abierta hasta próximo día 21], como en la posterior presentación, en el Museo Naval, de su obra 'Preparación de la botadura del navío San Ildefonso', que tanto inquietaba a la Royal Navy en el siglo XVIII y que fue ensamblado en el Arsenal cartagenero, lo mismo digo de Arturo. Feliz por su amigo, contento por él. Hay un cuadro que pronto volará a México, a una colección privada, y que merece ser disfrutado aprovechando esta oportunidad. 'Los doce primeros' refleja, con una humanidad que te gana, la llegada de doce misioneros a América, tras cruzar el Atlántico, hace 500 años. Miren sus sonrisas, su humildad, esas miradas deseosas de hacer el bien. Me gustaría ver cómo ilustraría Ferrer-Dalmau la novela 'Silencio', de Shūsaku Endō, que llevó al cine con regular acierto otro maestro, Martin Scorsese. Y me gustaría que también un día crease imágenes para una frase que Pérez-Reverte lleva adherida a su vida, que le gusta repetir a modo de alumbramiento del mundo y que encierra en sí misma una sabiduría y una belleza literaria de las que venimos disfrutando desde hace siglos: «Llueve en las orillas de Troya mientras zarpan las naves» (Homero). Alaba a Homero porque alaba, con certificado de haberlo disfrutado, todo lo hermoso de la vida.

Infancia junto al mar

¿Qué pensaría Arturo al llegar a puerto cartagenero? En su ciudad disfrutó de «una infancia feliz junto al mar», y de allí partió para vivir «una juventud de viajes y aventuras muy intensa», y allí escuchó algo que tampoco olvida: en el entierro de su padre se dijo de él que «era un hombre honrado y un caballero».

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Si te aproximas a Arturo estás 'perdido', porque te contagiará «ese cierto impulso infantil o juvenil de acercarte a un libro como una aventura» que «te mantiene vivo». Es un guía excelente de lecturas, y hace que te intereses por lo que merece la pena, incluyendo el vino, el aceite, la belleza del mármol o navegar por la memoria de los pueblos acudiendo siempre a las fuentes más fiables. Y te pone deberes, ay: el respeto por el adversario, la dignidad personal, el valor cuando estás solo... ¿Cómo se saludarían Augusto y Arturo en Cartagena, y qué travesuras habrían hecho juntos de haberse conocido de niños? Imposible porque trece años más de experiencias vitales les separan.

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