La desinformación es un obstáculo para el avance de la humanidad. Es cierto que no se trata de un problema nuevo, pero preocupa cada vez más su expansión y su poder. La información falsa o engañosa constituye actualmente un recurso espurio para reivindicar fines sociales ... e ideológicos. Y desde hace demasiado tiempo los políticos, tanto del eje de la derecha como de la izquierda, han apreciado este aspecto en sus campañas, en los púlpitos institucionales y más recientemente, en sus perfiles de redes sociales. Podemos encontrar muchos ejemplos al respecto, pero hoy no me quiero detener aquí.

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El problema particular que deseo exponer en esta pieza es que detrás de la muerte de la verdad habita tristemente la muerte de la razón. Una parte de este problema, como sostiene el psicólogo y neurocientífico norteamericano Daniel J. Levitin en 'La mentira como arma' (Alianza, 2019) radica en las fuentes. Internet ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con los hechos y el conocimiento, favoreciendo la distorsión de los mismos o haciendo que sea complicado distinguir la información real de la información engañosa o parcialmente engañosa.

Como ciudadanía, estamos inmersos en un terreno pantanoso en cuanto al tratamiento de la información. Lo vemos a menudo: ¡hasta los más inteligentes caen en la trampa! Tan peligroso es que una noticia falsa no sea una noticia como el sesgo mediático que acompaña la firma de muchos medios y periodistas. Todo ello, entendido como una ausencia de objetividad e imparcialidad, guarda relación con la desinformación.

Pero, asimismo, dicha cuestión pone en entredicho la salud democrática y el amor por el conocimiento de nuestra sociedad. La desinformación es una forma de alienación y condiciona, con sigilo, nuestras relaciones y valores. Antes la emocionalidad y el dogmatismo se intuían como infantiles, propios de personas inmaduras e irresponsables. Ahora no solo son parte de muchas reivindicaciones sociales, también de los cebos informativos. Estamos ante una cuestión simple, pero profunda: sin pensamiento crítico, la 'verdad' reside en la intensidad de nuestras creencias y prejuicios.

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En ese sentido, se hace cada vez más necesario que jóvenes y adultos dispongan de habilidades y estrategias para evaluar si una información es fiable, si los datos están fundamentados y si los hechos se exponen de una forma neutral, al margen de otros intereses, ya sean de carácter comercial o ideológicos. Como parte de este proceso, especialmente cuando la información pudiera ser contradictoria, es importante conocer la jerarquía de las fuentes y aprender a distinguir a los expertos.

En general, un experto posee una competencia y experiencia destacable sobre un tema concreto. Es cierto que esta pericia, tal y como sostiene Levitin, puede ser relativa. ¡Es muy fácil ser persuasivo! Sin embargo, podemos valorar su especialización, talento y autoridad atendiendo, más allá de su formación y compromiso académico, a su actitud intelectual. Los expertos se orientan a través de criterios como la neutralidad, revisan el trabajo previo, analizan hechos y pruebas, sintetizan la información y establecen conclusiones de acuerdo con los métodos empleados.

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Además, los expertos no temen poner a prueba las buenas ideas, utilizando para ello instrumentos científicos y eludiendo la falacia de autoridad. Y, a riesgo de ser incomprendidos o malinterpretados, se atreven a introducir matices sobre los temas de discusión, evitando entonces una homogenización ideológica. Esa actitud, que denota pasión por el saber, se puede apreciar incluso cuando ofrecen una crítica, pues se realiza desde el conocimiento de las investigaciones y los modelos teóricos. Obviamente, el experto no es inmune al error, pero posiblemente tiene mayor probabilidad de acierto.

Estas recomendaciones, por bienintencionadas que sean, no aseguran la posesión de la verdad en términos absolutos. Pero aprecian el razonamiento científico, el empleo de la lógica, desarman la mentira y ayudan a mantener la salud democrática de una sociedad, en particular, en el debate público. Asimismo, constituyen una herramienta legítima para desafiar nuestras creencias. Nos aterra el conocimiento porque desestabiliza el origen y contenido de nuestros prejuicios.

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