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Mantenlo prendido
Mesa para cinco ·
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Esa ilusión que la vida-caja había filtrado por las esquinas y que creías perdida, sigue ahí. En el plato. Y la dueña japo no te deja pedir más sin acabar esaCuando la ilusión vuelca es complicado recogerla y volver a echarla al vaso. En Kioto, tras largos paseos entre tiendas de segunda mano y con el ánimo inflamado de imágenes de neón, cañas de bambú y esas cosas, paramos a tomar un qué sé yo ... en una izakaya del centro. Dani se hace el nipón y riega las viandas con sake, por favor, gracias, luciendo en voz alta un perfecto castellano. El sake se sirve de manera tradicional en unos recipientes rectangulares que eran, parece ser, fetén para el transporte y la mar de apilables. Pero cómodos no. Los palillos tienen sentido en un arroz apelmazado gracias al vinagre y en una dinámica de platos pequeños con poco caldo aptos para ser cazados como cazaba moscas el maestro Miyagi. Pero lo de los vasos-caja ellos saben que no funciona. Por eso te ponen debajo un plato. Nosotros debajo de los vasos ponemos posavasos, ellos debajo de esos recipientes cuadrangulares ponen platos. Es una aceptación tácita del error. Bueno la tradición es así, ya está.
Entonces cuando la ilusión vuelca es complicado volver a llenar el vaso. Dani intenta beber, a veces por la esquina, a veces por el lateral plano, pero el resultado es el mismo, la ilusión se le escapa por las comisuras, por huecos que uno no sabía ni que tenía en la boca, formas nuevas, fisuras rosadas por las que se escapa el sake a borbotones como la ilusión, y cae al plato. Se hace charquito. Lago. Lago de sake en plato. Y bueno, uno sigue viendo cómo se vacía el vaso-cuadrado-cosa y la ilusión cae al plato. Pasa con todo. Pasa con el amor. Con el trabajo. Con la música. Con los amigos. Con los juguetes. Con la ropa. Con los cromos. Con el fútbol. Con el sexo. Con la literatura. Con los viajes. La ilusión se cae por más que intentes beberla bien. Tomas un poco, es genial, el sabor del sake, esa mezcla entre la nada y un leve recuerdo a metal te refresca y te da calor, pero se va acabando y tú sientes que no es justo, porque más de la mitad de esa ilusión líquida que estabas tomando se ha ido por el sitio equivocado. No es justo. Se ha ido por una orilla. Por una esquina de un recipiente, nuestra vida, que se empeña en que malgastes la ilusión, y la tira al plato. Y tú la ves ahí, sin poder tomarla, haciendo charquito. Lago.
Y en el vaso-caja empieza a no quedar.
Entonces piensas que es momento de pedir otro montón de ilusión. Tal vez así. Tal vez si vuelvo a señalar con el dedo los kanjis exactos que según Google Translate son sake, la dulce señora que regenta su izakaya de Kioto tenga a bien traerme más ilusión. Y se lo dices. Vale guay. Piensas, vendrá, dejará su cigarro en la barra, y pondrá esa cara de alegría con la que cumplen tus sueños más sencillos, otro sake de ilusión. Porque la vida me lo ha tirado, y yo tengo más sed.
Dani encarga unos corazones de pollo sin querer, porque encarga la comida señalando con el dedo al azar en la carta y le dice con un gesto universal que otro, señora, otro sake, por favor gracias.
Y la señora le dice que no.
Que no y que no.
Dani no la entiende e insiste una y otra vez que sí que sí, y ella que no que no. Y él que sí, que ya no le queda sake en el vaso-cajón, que la ilusión se acaba y necesita una nueva. Y ella le dice en un perfecto japonés imaginario: mira tu plato.
Y ahí está. La ilusión que creías perdida. En el plato. Haciendo charquito. Lago. Esa ilusión por la música. El amor. Las amistades. Los viajes. La familia. Esa ilusión que la vida-caja había filtrado por las esquinas y que creías perdida, sigue ahí. En el plato. Y la dueña japo no te deja pedir más sin acabar esa.
Ahora es más difícil. La ilusión ha volcado. Tienes que aprender a recogerla del plato, hacer equilibrios, intuir e investigar cómo hacer llegar ese líquido transparente desde el plato hasta el cajoncito otra vez. E intentar volver a beberla, y si se cae, repetir la jugada.
La ilusión se nos cae. Pero un día en una izakaya de Kioto una señora te dice que no puedes abandonar tu ilusión y pedir otra. Que no seas cobarde. Que te toca aprender a recoger esa ilusión del plato, volver a echarla a tu vaso, y hacer todo lo posible por no dejarte ni una sola gota. De sake. Ni de ilusión.
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