Tendría que ser más cuidadoso. Debería serlo. Planear de alguna forma mejor y con más calma mis decisiones. Mis planes de pensiones. Fortificar mis posiciones y en fin, ya sabes, guardar para mañana. Construir un hogar y fundar una familia. Debería dejar de ser un ... adolescente.
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Debería, lo sé, lo saben los bancos y las hipotecas, dejar de comprarme guitarras. Y teclados. Invertir en casa y no en canciones que nadie va a escuchar. Comprar un coche bueno. Sembrar el jardín. Abonar el cielo, para que cuando llegue el momento alguien me cuide, me tape, o me eche de menos.
Debería pensar en el rédito. En el dinero que saco de lo que hago. Coger el hotel barato. El tren lento. Para tener. Para engordar la hucha. Para no dejar caer por la loma eso que llaman patrimonio.
Debería, de una vez, dar gracias al cielo por no haber muerto con 27 y no mover mucho el árbol. No sea que se seque. Y sentarme a ver caer despacito los derechos de alguna canción televisiva exitosa. Celebrar la suerte. Y con algo de maña y calma conducir esa potra económica, cabalgarla un par de décadas, sacarle un buen dinero a los ayuntamientos que nos contraten mientras dure el chollo y luego descansar y mirar las olas.
Debería también dejar de soñar proyectos. De montar bandas. De pagarle a todo el mundo lo que me pide. De hacer giras absurdas. De estudiar carreras que no voy a ejercer. De presentar proyectos que nunca salen. Dejar de malgastar mi tiempo y mi dinero.
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Debería dejar, lógicamente, de planear mi mudanza al otro lado del charco, de pensar a qué agente argentino o mexicano enviarle mi nueva colección de temas para empezar una nueva carrera en Sudamérica al filo de cumplir los 40.
Debería, digo yo, diréis, dejar de hacer cosas sin ningún sentido.
No me sale.
Lo siento, ojalá, de verdad.
Ojalá pudiera parar. Edificar el amor. Sentar las bases. Ampliar mi parque de viviendas. Dejar de comprar guitarras. Teclados. Dejar de comprarme viajes y canciones. Dejar de gastar mi tiempo en libros. Estudios de grabación. Horas tecleando páginas de novelas que nadie me ha pedido. De canciones que nadie quiere.
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Pero no puedo. No me sale. Soy el adulto que quería ser cuando era un adolescente. Y resulta, cáspita, ahora me doy cuenta, de que ese adulto que quería ser, ha resultado ser un adolescente.
Ahora lo entiendo.
Decía René, de Calle13, en uno de sus temas: soy como los boxeadores, manejo mal el dinero, invierto todo en mi carrera, porque el arte va primero.
Y yo con 800 palabras intentando decir lo mismo.
Sé del brillo del amor. Del calor del hogar. De la ilusión y el tacto de un pijama ajeno bajo la manta, viendo una peli. Sé del olor de las palomitas en casa, del sabor de las galletas de avena, plátano y chocolate cociéndose en el horno mientras Netflix pregunta si sigues ahí. Es bello. Es mágico. Es hermoso. Lo sé. Lo ha vivido.
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Pero ahora camino solo por las vías.
Egoísta. Diréis. Egocéntrico. Tal vez. Poco solidario. Con unidades muy básicas de empatía. Quizás.
Pero en realidad soy absolutamente consciente de mi fortuna. La fortuna de mi tiempo. De mi salud. De lo bien que están, cruzo todos mis dedos, mis familiares y amigos. De que nadie depende de mí. De que no debo nada a nadie, tal vez a algún camarero en Madrid, como mucho. De que la edad no me importa. De que el mundo se levanta cada mañana y cuando abre los ojos, yo ya lo estoy esperando. Con un café y un libro, con cuarenta ideas locas que nunca son lo que parecían, y con mi gata que me mira mientras sale a pasear por el vecindario pensando, no tardes en volver, pedazo de loco.
Y como soy consciente de esa fortuna, voy a usarla hasta que no quede ni una moneda. Si un día me voy, será vacío. Habré hecho todas las canciones. Todos los versos e imágenes que llevaba dentro. Me iré luchando por aprender algo que aún no sepa. Algo nuevo, excitante o divertido.
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Y como soy también consciente de que todo puede cambiar en un giro, en un accidente de coche, en un chequeo médico o en una bancarrota, voy a brindar con vosotros con horchata fresquita, y me voy a la estación. Algún tren saldrá pronto. No me lo quiero perder.
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