GINÉS. S. FORTE
Martes, 30 de junio 2020, 00:45
La alcachofa murciana ya tenía interés para los romanos y, mucho después, para los árabes que dominaron estas tierras. En realidad, «siempre ha habido en todas las vegas de los ríos de la península ibérica en pequeñas cantidades», como explica el presidente de la Asociación Alcachofa de España, el productor murciano Antonio Galindo. Su boom, como ha ocurrido en esta región con otros tantos cultivos necesitados de riego, llegó con el Trasvase Tajo-Segura, a partir del año 1979. Pero la historia del éxito de esta hortaliza murciana tiene un prólogo singular que se sitúa en la guerra de la independencia argelina frente a la metrópoli francesa (1954-1962).
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Antes de que la producción de alcachofas murcianas se multiplicase por diez en una década gracias al agua del Tajo, hasta superar las 100.000 toneladas en la segunda mitad de los años 1980 (una cifra próxima a la actual), «la alcachofa violeta llegó en la década de los años 60 de manos de los franceses», apunta Galindo. La entonces recién estrenada independencia argelina, lograda tras una guerra que dejó en torno a 500.000 muertos, llevó a Francia a «buscar nuevas zonas de cultivo en invierno».
El presidente de la asociación española de promoción de este alimento explica cómo «Francia traía las zuecas [de alcachofas] para proporcionarlas a los agricultores de la Vega Baja del Segura (Almoradí y Callosa)», y el cultivo «rápidamente se extrapoló a las zonas de Lorca y Campo de Cartagena, dotadas de clima cálido, y buscando los escasos pozos de agua de buena calidad para el desarrollo de la producción». La posterior puesta en marcha del trasvase disparó las posibilidades de estas hortalizas en la Región, que, a partir de entonces, fueron «colonizando mercados». Galindo explica que en las décadas posteriores, hasta los años 90, se trabajó con estas verduras en las pedanías de Murcia, «sobre todo El Raal, cuna de este producto, donde familias enteras limpiaban alcachofas en la 'porchá' de las casas». El género se lo llevaban después «los exportadores», añade. «Las perolas, junto con los corazones de la alcachofa, servían para abastecer los mercados cuando faltaba el fresco», afirma.
Pero, posteriormente, la producción de alcachofa volvió al Norte de África, con un menor coste de mano de obra, lo que dio paso aquí a la entrada como alternativa de la alcachofa blanca, que resultó, «más cotizada por la industria en formato de corazones». La llegada de esta variedad «reactivó la demanda de producto en fresco, al juntarse con el cambio hacia hábitos saludables en la alimentación». Nutricionistas y dietistas extendieron las recomendaciones sobre unos «beneficios para la salud que con el tiempo se han ido demostrando», apunta Galindo. «Hoy en día es una verdura que no debe faltar en nuestra cesta de la compra», concluye.
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