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Sin fósforo, la llama agraria no prende. Este elemento, al igual que ocurre con el nitrógeno y el potasio, conforma un aporte básico en los planes de fertilización de cualquier cultivo. Pero nos vamos a quedar sin los yacimientos de donde se extrae. «El segundo nutriente más limitante para la producción agraria después del nitrógeno», como lo califica el científico titular del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura, Cebas-CSIC. Felipe Bastida, se agota. Este especialista del grupo de Enzimología y Biorremediación de Suelos y Residuos Orgánicos, que lleva cuatro años trabajando en una fuente alternativa, advierte de que las minas del antiguo Sáhara español, «que son la principal fuente de roca fosfórica, se van a acabar en las próximas décadas», abocando a la humanidad a una seria crisis de fertilizantes. El descubrimiento en los últimos años de nuevas minas en países nórdicos da tregua, pero no la solución, a una disponibilidad del recurso que ya resulta más complicada por las actuales dificultades geopolíticas de disponibilidad y accesibilidad a un producto que también precisa de unas pautas que garanticen la sostenibilidad.
Para campear el serio temporal que se cierne sobre el campo, el proyecto liderado desde el Cebas por Felipe Bastida, junto el también investigador José Luis Moreno, ya ha encontrado algo de luz en su proyecto de cuatro años, que concluirá este verano, si bien, aclara, «queremos mantener a largo plazo, dada la importancia de la temática en el sector agrario». Entre los resultados que han logrado hasta la fecha el científico destaca dos. Por un lado, han demostrado el uso de un fertilizando alternativo. Y, por otro, han comprobado cómo «la planta es casi más importante que el fertilizante a la hora de modular el funcionamiento del microbioma responsable de liberar fósforo».
Sobre el primer punto, adelanta el investigador, «hemos podido concluir que se puede hacer una fertilización más 'sostenible' que no esté exclusivamente basada en la fertilización mineral y que, además, nos permita realizar una economía circular de ciertos subproductos con alto contenido en fósforo». En un ensayo que acaban de publicar, incluida en la tesis doctoral de la especialista implicada en el proyecto Celia García, «hemos observado que podemos sustituir parcialmente la fertilización mineral convencional por residuos como harinas de hueso, estruvita, o incluso orgánicos como lodos». Los ensayos han demostrado, añade, «que podemos 'ahorrarnos' fertilizantes convencionales, hacer una fertilización más sostenible y, a la vez, mantener la salud del suelo o incluso mejorarla».
En cuanto al segundo hallazgo destacado, «para nuestra sorpresa, hemos observado que la planta tiene un efecto modulador del funcionamiento del microbioma mucho más potente que el propio tipo de fertilización», como ha quedado recogido en otra tesis ligada a estas investigaciones, en este caso de la bióloga y bioinformática Belén Barquero.
Los resultados obtenidos, aclara, «indican que el cultivo, conforme se va desarrollando, va 'eligiendo' a los microorganismos que habitan en su zona radicular en su propio interés para la obtención de fósforo». De este modo, se abre un campo con importantes aplicaciones biotecnológicas, explica Bastida, lo que resulta de gran interés «puesto que cada vez más se están utilizando soluciones basadas en la naturaleza (en este caso el propio microbioma) para diseñar fertilizantes».
El microbioma, por cierto, se podría definir como el «conjunto de especies de microorganismos y genes que, bien ordenados, consiguen que el suelo realce funciones de interés», siguiendo las palabras de otro investigador del Cebas, Carlos García, especialista en esta área. El cuidado del terreno donde se encuentra el microbioma y crece el cultivo es básico, insiste Bastida.
«Está claro que, si queremos mantener este sector, tenemos que fertilizar pero debemos hacer cambios paradigmáticos y pensar que no sólo tenemos que fertilizar la planta, sino que además debemos cuidar el suelo». Es algo, afirma, en lo que «los agricultores cada vez son más conscientes», de ahí que estén «aplicando estrategias más sostenibles».
Desde el ámbito de las empresas, el doctor en Química Agrícola Antonio Ruiz, que también ha investigado en el Cebas y ahora trabaja para la firma de fertilizantes fosforados de origen israelí-neerlandés ICS-SF, no cree que el sector agro «tenga entre sus principales preocupaciones la supuesta escasez de fósforo mundial procedentes de las reservas minerales». Pero, admite, lo que sí preocupa a los productores y agricultores es el precio de esos nutrientes que la planta absorbe en forma de fosfatos; su calidad, y las limitaciones normativas para aplicarlos en zonas vulnerables, como las próximas al Mar Menor, o su uso prohibido en agricultura ecológica.
Para Ruiz, el problema es la accesibilidad actual al producto, más que su escasez, que sí reconoce que sufrirán generaciones futuras. Las dificultades radican en cuestiones geopolíticas y de mercado, detalla, debido, groso modo, a que solo unos pocos países controlan su producción –Marruecos, China, Israel y países escandinavos–, ya que se precisa de una determinada calidad del producto para ajustarse a las normativas que se van imponiendo.
En todo caso, lo que los especialistas tienen claro es que los productores agrarios precisan de alternativas a la fuente mineral, que ahora resulta más difícil de obtener y que además genera unos residuos que precisan mejoras. De este modo, la solución ensayada por el Cebas-CSIC se suma a otros avances tecnológicos que se están logrando de forma «muy notable en los últimos años», en palabras de Ruiz. «Hoy día hay tecnologías que permiten recuperar el fósforo de aguas residuales, residuos orgánicos urbanos o incluso de restos de animales como el pescado o los huesos del ganado», ejemplifica. «El principal problema del uso de estas nuevas fuentes alternativas es el coste de producción, que no las hacen competitivo económicamente», lamenta, debido a circunstancias como que a menudo se encuentran muy dispersos por el territorio y a la baja calidad que suelen presentar, lo que obliga a costosos procesos de refinado.
Bastida coincide en que el peligro de agotamiento de las minas de roca fosfórica a escaso plazo se ha corregido en parte con el hallazgo reciente de yacimientos en países nórdicos. Pero, además de advertir de que esa escasez acabará llegando, también considera clave poner el acento en la obtención de soluciones de fertilización agraria más sostenibles con el medio ambiente, «y en particular el suelo».
El científico del Cebas se muestra esperanzado al apuntar que la agricultura de la Región de Murcia «está muy tecnificada y es ampliamente capaz de apostar por nuevas aproximaciones», como «de hecho se está haciendo en muchos casos». Como ejemplo cita que la aplicación de biofertilizantes basados en microorganismos es cada vez es más frecuente, aunque es un campo en el que todavía «nos queda mucho por entender». Se trata, resume, de una «opción muy interesante y con un gran potencial, pero todavía requiere de mucha investigación».
Otra opción, continúa, es la aplicación de subproductos minerales y orgánicos que permitan reciclar nutrientes esenciales para el cultivo, como la que han estado ensayando en el proyecto que ahora se encamina a su fin, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Esta alternativa conlleva una ventaja adicional, recuerda: «Si se hace de forma coherente y racional, podemos mejorar la salud del propio suelo que es algo a lo que la UE va a obligar».
Tanto porque las horas de las minas de fosfatos están contadas, a más largo plazo, como porque ahora resulta un bien caro, por sus dificultades de acceso, y con un reverso de degradación del suelo, «es necesario seguir investigando y apostando por la búsqueda de tecnologías y fuentes de fosforo alternativas a la roca fosfórica», afirma el doctor en Química Agrícola Antonio Ruiz. Este experto, que desarrolla su trabajo en una de las principales compañías del mundo en la producción de fertilizantes fosforados de, que cuenta con una sede en Totana, afirma que el avance tecnológico ya está permitiendo obtener resultados. «Pero ahora debe de acompañar la regulación y el mercado», en este segundo caso consiguiendo unos apropiados costes de producción, precisa. En ningún caso, advierte, podemos convertir el campo en «un sumidero de residuos». Y la solución que se use «debe hacerse con garantías de eficiencia agronómica y respetuosas con el medio ambiente y la salud». También será clave «no 'engañar' a los productores agrarios con productos de mala calidad».
En palabras del investigador del Cebas-CSIC Felipe Bastida, del departamento de Conservación de Suelos y Agua y Manejo de Residuos Orgánicos, «el suelo es un recurso natural no renovable a escala de tiempo humano», y que da sustento, literal, a nuestra existencia en la Tierra. De ese modo, subraya: «si lo destruimos, no se puede regenerar», de modo que en su cuidado sí que no existe alternativa.
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