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Pedro Jesús Fernández
Politólogo y ambientalista
Sábado, 2 de marzo 2024, 07:49
La comarca natural de la Huerta de Murcia, formada por los municipios de Alcantarilla, Santomera, Beniel y Murcia, que además de sus núcleos principales acumulan un centenar de pedanías, barriadas y poblados dispersos, posee un patrimonio cultural ingente y singular. Pero este patrimonio, a excepción ... de algunos palacios, iglesias y ciertas edificaciones, presenta en la mayoría de los casos un estado lamentable, cuando no directamente de desidia, abandono y riesgo inminente de destrucción.
Pero no es fruto de conflictos bélicos, catástrofes naturales ni fenómenos de difícil predicción, sino más bien de una 'tormenta perfecta' en la que se mezclan la inacción institucional, la dejadez de los propietarios (ya sean públicos o privados), la no aplicación de la normativa vigente, y la escasa protección de estos bienes en los catálogos, inventarios y censos oficiales, tanto municipales como autonómicos.
Casas-torre, molinos, almazaras, azudes, acueductos, acequias, ermitas, castillos, conventos, panteones funerarios, murallas y yacimientos son solo un ejemplo de los centenares de bienes culturales de nuestra comarca que, día a día, van degradándose sin que sus propietarios ni las administraciones locales y autonómica tomen las medidas oportunas de salvaguarda.
Incluso el Ministerio de Cultura, con su alta inspección sobre la expoliación, debería intervenir sobre los BIC en peligro en vez de acumular expedientes al fondo de sus cajones.
El paso a manos públicas de determinados bienes tampoco ha sido la solución en muchos casos. Como podemos ver en la casa de Antonete Gálvez, que desde que es propiedad del Ayuntamiento de Murcia ha ido cayéndose, hasta su derrumbe casi total. O el Castellar de Churra, otro ejemplo de desidia pública y notoria, para vergüenza de sucesivas corporaciones.
Igual que Torre Falcón, que mientras estuvo habitada se conservó en unas mínimas condiciones y que podía haberse habilitado para su uso público y social con un proyecto sin necesidad de grandes inversiones, pero que, tras pasar a propiedad municipal, se ha ido dañando y deteriorando hasta su penosa situación actual.
Es por ello por lo que, cuando hay quien aboga por la municipalización de otros bienes en peligro, como determinadas casas, torres y molinos, o aquellos amenazados por promociones y proyectos inmobiliarios o especuladores, podamos considerar que su paso al patrimonio público no solucione su mantenimiento y conservación.
Como en muchas otras cosas, en el ámbito patrimonial y cultural falta una verdadera planificación, tanto de usos como de tiempos y necesidades. En Murcia no tenemos modelo de ciudad, tampoco en la comarca de la Huerta tenemos una verdadera planificación metropolitana global, ni siquiera cultural.
Es «una verdad universalmente reconocida», si nos atrevemos a parafrasear a la universal Jane Austen, que un aprovechamiento económico, turístico, social y cultural del patrimonio cultural genera cuantiosos beneficios a los pueblos que saben valorar su legado histórico y social.
Tenemos verdaderas joyas escondidas, que también son un maravilloso tejido de recursos que permean toda la comarca para poder aprovecharlo. Pero para eso necesitamos gestores públicos valientes, con altura de miras y que entiendan que todas estas construcciones no tienen por qué ser museos o espacios solo culturales, sino que se pueden aprovechar para crear aquellos espacios que muchas poblaciones necesitan, ya sean sociales, comunitarios o incluso comerciales y gastronómicos.
Cuando uno pasea por capitales europeas puede ver distintas muestras de ello. Por ejemplo, en Dublín encontramos tanto una iglesia convertida en oficina de turismo y tienda de recuerdos, como otra en la que se han instalado una pista de baile (en la cripta), un bar tipo pub (en las naves) y un restaurante (sobre las capillas).
Y todo ello, sin colocar horrendos luminosos ni carteles estridentes, sino aprovechando focos y elementos desmontables. Ideas fácilmente aplicables, que para eso somos tierra de grandes ingenieros y creadores.
Cuando hace ya más de quince años empezó a alzarse la voz de Huermur [Asociación para la Conservación del Patrimonio de la Huerta de Murcia] en defensa del patrimonio cultural y del regadío tradicional de la Huerta de Murcia, este suelo fértil se veía como un espacio para construir, esperando el ansiado maletín con el que vender el huerto familiar o participar en alguna promoción urbanística.
Hoy, con ese modelo acabado y en la ruina o con la justicia habiendo anulado decenas de planes y proyectos urbanísticos, la Huerta de Murcia y su patrimonio ya se ve de otra forma: un espacio agrosocial en el que aprovechar sus potencialidades.
Estas características lo hacen único, con un paisaje cultural heredado de nuestros antepasados que debemos cuidar, recuperar y valorar, y como ejemplo de ello, volver a dar vida a casas, torres, molinos y otros ejemplos de nuestra arquitectura popular, un legado que agoniza pero que todavía podemos salvar. Hagámoslo.
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