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El Archivo General de la Región de Murcia, conocido como Archivo Regional para la mayoría, es una fuente de historias espectaculares. Y el lugar de trabajo, casi una casa, o el obrador («siempre que vengas me vas a pillar con las manos en la masa»), de Esther Marcos Matilla, restauradora del Archivo General de la Región de Murcia. Ella es la única funcionaria de la Comunidad Autónoma dedicada a la conservación preventiva y restauración de bienes documentales, bibliográficos, fotográficos y otros materiales gráficos que llegan al Archivo Regional no siempre en condiciones de ser salvados del paso del tiempo. Para la Administración del Estado trabaja Cristina Romero Manso, encargada de la restauración documental en el Museo Naval de Cartagena.
LA VERDAD encuentra a Esther quitando los bordes sobrantes a las hojas que ha rellenado de dos protocolos notariales de 900 hojas. Son del año 1657, y llevan la marca del papelero. El Archivo Regional tiene unos 15.000 protocolos notariales, y el más antiguo data de 1450. Cuando cumplen 100 años, la institución es la encargada de recogerlos. Este año han ingresado en el Archivo los de 1923. Hay investigadores que están esperando a que se rebase ese siglo para poder consultarlos e investigarlos.
Es espectacular el resultado de estos procesos de restauración. «¡Alucinante!», asume el director del Archivo, Javier Castillo. Los documentos viejos, normalmente papel verjurado [en su acabado tiene unas leves marcas transversales de grosor variable, visibles al trasluz], sufren a lo largo del tiempo ataques de «bichitos». «Muchos nos llegan rotos por el centro. A mí me toca rellenar esos agujeros, a veces no tenemos el borde original y yo no tengo por qué saber cuál es el límite de hoja hasta que no comparo con las anteriores y las posteriores. Ese margen es el que yo voy quitando para dejar el borde original y que se quede en el tamaño en el que estaba».
La función principal del Archivo General de la Región de Murcia es custodiar y dar acceso a la documentación archivística, tanto de la Comunidad Autónoma de Murcia, y las instituciones que la precedieron, como de la Administración Periférica del Estado. El documento en el que trabaja Esther Marcos Matilla en este momento es un testamento del siglo XVII hecho con papel de trapos.
Hasta el siglo XIX el papel era de trapos, anota Castillo. El papel prensa que se hace después es mucho más frágil. «En el nombre de Dios Todopoderoso, y la bienaventurada siempre Virgen María... sepan cuantos de esta carta testamento y última voluntad de Damián Fernández, vecino de esta ciudad de Murcia, de la parroquia de San Antolín, estando enfermo en la cama de enfermedad que Dios nuestro señor ha servido darme...». Así arranca este testamento, que recoge las mandas testamentarias, esto es, el mandato que el testador incluye sobre la disposición de ciertos bienes o realización de obras, plegarias, misas, etc., sufragadas con los bienes de su patrimonio. Entre ellas, por ejemplo, declara que a Jorge Jiménez le ha vendido cuatro onzas de hoja de morera para la cría del gusano de seda. Todo escrito a mano por escribanos.
En este taller de restauración se trabaja a conciencia «para recuperar la integridad física y funcional que han perdido los documentos con el paso del tiempo a partir de estos tres criterios fundamentales: neutralidad [los materiales usados deben ser inocuos y estables a largo plazo para no provocar alteraciones que perjudiquen la conservación del soporte original], reversibilidad [los materiales incorporados en los tratamientos de restauración deben poder eliminarse en caso de necesidad] y discernibilidad [debe diferenciarse entre los materiales añadidos y los soportes originales sin entorpecer la contemplación del contenido]», señala la restauradora de la Comunidad. «Toda restauración debe ser minuciosamente documentada durante todo su proceso y realizada bajo el fundamento de la mínima intervención», remarca.
El Archivo trabaja con protocolos notariales, pergaminos, libros en general, planos, estampas, postales, fotografías... Los principales daños están provocados «por la acción de microorganismos (hongos, bacterias), la oxidación de tintas metaloácidas y elementos metálicos modernos, la actividad de insectos bibliófagos y por malas manipulaciones», asegura el equipo de Javier Castillo. Por eso, los tratamientos de recuperación, en cada caso, «dependerán del tipo de daños existentes y de su respuesta a los estudios analíticos previos».
Los libros de registro de las prisiones, hechos polvo por tanto uso, se van restaurando poco a poco. Lo mismo sucede con otros documentos. Pero hay también peticiones de instituciones y particulares, que son atendidas. En el caso de los particulares, previo pago de un precio público establecido. «Desde aquí prestamos asesoramiento técnico en relación con la conservación preventiva del patrimonio documental y bibliográfico a instituciones culturales públicas de la Región de Murcia y divulgamos esa labor a través de charlas, visitas guiadas y participación en diversos foros», indica Castillo a LA VERDAD.
Cada dos años en el laboratorio del Archivo General de la Región de Murcia se lleva a cabo una campaña para recuperar documentos de los ayuntamientos, a través del plan 'Restauradoc'. Estas intervenciones técnicas permiten que puedan ser consultados por las personas interesadas.
«Muchos ayuntamientos no poseen ni los medios ni el personal para llevar a cabo este tipo de trabajos, razón por la cual sin esta contribución del servicio de Patrimonio Cultural perderían sus legajos históricos», indica Carmen María Conesa Nieto, consejera de Turismo, Cultura, Juventud y Deportes. Entre 2008 y 2022 por las manos expertas del equipo de restauración pasaron 117 documentos de importante valía, entre ellos, por ejemplo, la carta de Enrique II a la ciudad de Cartagena, confirmándole todos los privilegios de gracias, mercedes y franquezas concedidas por Reyes anteriores (1371) y la Concordia de Hermandad entre las ciudades de Murcia, Cartagena, Lorca y otras villas de este Reino (c.1450), también de Cartagena. En los últimos dos años se han incorporado muchos más. Cada dos años, al menos seis meses dedica Esther Marcos Matilla a este proceso tras recoger las propuestas de los ayuntamientos y analizar las dificultades. «Baremamos varios aspectos», explica Javier Castillo. «La antigüedad del documento, la importancia que tenga desde el punto de vista histórico, el tiempo que puede llevar la intervención, a veces hay incluso un interés estético». La próxima convocatoria será en 2025.
El Archivo también restauró para el Museo Ramón Gaya de Murcia la etiqueta de un cuadro del pintor murciano que se cree que compartió sala con el Guernica de Picasso en París en la Exposición Internacional de París de 1937. Fue localizada en la parte posterior (adherida entre el bastidor y el lienzo) del cuadro 'Retrato de Gil-Albert. Palabras para los muertos', pintado por Ramón Gaya en 1937. La amistad entre el poeta y el pintor fue muy sólida: Juan Gil-Albert acogió en Valencia a Gaya y a su primera mujer, Fe Sanz, y fue padrino de su hija Alicia e impulsó, junto a Gaya y otros integrantes de las Misiones Pedagógicas, la publicación 'Hora de España', recuerda el director del Museo Ramón Gaya, Rafael Fuster. La restauradora realizó y entregó, además, el correspondiente informe técnico.
Esther trabaja en silencio. No se escucha de fondo ni Radio 3 ni Los 40. «Es que me canso, hay momentos del año que sí, pero yo estoy en silencio con mis pensamientos. Trabajando el tiempo se me pasa muy rápido», reconoce esta madrileña, que estudió la carrera de Restauración de Obras de Arte, e hizo la especialización en documento gráfico, es decir, todo lo relacionado con documentos, ya sean visuales como las fotografías o de texto como los incunables. Ella estudió en Madrid, «cuando solo se podía estudiar en Madrid y en Barcelona, ahora también la puedes hacer en Valencia, Galicia, Asturias, Granada... en Murcia todavía no se ha implantado». Era «como una especie de estudios de Artes Aplicadas, como el que estudiaba forja o madera, pero ahora ya es un grado de cuatro años». Cuando acabó le salió trabajo en una empresa privada que hacía este mismo servicio para la administración regional, «en la época boyante, pero cuando vino la crisis todos los contratos de servicios se fueron a la porra, el taller de restauración estuvo cerrado mucho tiempo, hasta que nuestro antiguo director, Rafael Fresneda, consiguió que se creara una plaza de restaurador, y se dotó». Esther Marcos Matilla estuvo interina unos dos años y ya es funcionaria de carrera desde hace unos meses. Este taller, tal y como se concibió, tenía tres personas trabajando, pero ahora está ella sola. Las instalaciones son muy modernas, y tienen muchas posibilidades. Hasta ahora han tenido dos estudiantes en prácticas. «Esto es algo muy especializado, pero es una maravilla. El resultado de los procesos es espectacular», insiste Castillo subiendo y bajando la cabeza. Muchos escolares pasan por aquí en visitas para conocer el mágico tratamiento.
«Sin restaurar, muchos de estos documentos aguantan toda la vida, así que imagina lo que pueden durar restaurados», reconoce Esther Marcos. «Una vez que tú mantienes las condiciones de temperatura y humedad como deben de estar, esto dura siglos y siglos y siglos. Yo he restaurado papeles del siglo XV», cuenta la restauradora, que emplea la cámara de humectación para la restauración de pergaminos, hechos con piel de animal, como los tambores. El instrumental depende de cada proceso de restauración. Por ejemplo, cuando cose un libro necesita un telar. De cada restauración se hace un expediente que recoge el estado y diagnóstico inicial, el tratamiento aplicado y el resultado.
A Esther Marcos le gustaba pintar. Con 8 años, cuando salía del cole los viernes, en lugar de ir a jugar al parque me iba a pintar a la escuela de dibujo. Fue la primera vez que yo vi a alguien en pelotas, porque se dibujaba del natural. Las cosas manuales me gustaban mucho. Yo estudié Historia del Arte cuando acabé Selectividad, y en una clase nos llevaron a un centro de restauración y ahí es donde yo flipé. Pensé. Yo no quiero investigar ni dar clase, sino hacer algo con mis manos. Cuando descubrí esto ya no quise hacer otra cosa». Dice estar encantada con trabajar en Murcia. «Como si me mandaban a China, llevo aquí desde 2008 superfeliz y pienso estar aquí hasta que me jubile». Antes pasó por Burgos, por el castillo del Monasterio de Sta. María La Real de Las Huelgas, de clausura, «donde yo restauré allí pergaminos del siglo IX, del X y del XI, con sus colores y en perfecto estado, se te iba la olla solo de pensar lo que tenías entre manos», reconoce. También trabajó en Pamplona, y en el Monasterio de El Escorial y en el Banco de España gracias a la empresa que le trajo a Murcia. De tanto mirar, admite que ha visto cosas «que no había visto nunca antes, y que luego se han vuelto a repetir».
El Archivo Regional también trabaja los fondos de justicia. Uno de ellos lleva adjunto una llave que abría un almacén, una prueba de convicción, de 1941. «Entraron a robar en un almacén, robaron unos neumáticos, y esta llave era la prueba que conservó la policía. Otra vez nos salió una bala, a unos ladrones se les escapó un disparo y la bala se quedó incrustada en la puerta, y ahí se conservó con la documentación», cuenta Castillo. La restauradora recuerda, en este sentido, un preservativo encontrado en un protocolo del siglo XVII. «Era como un marcapáginas, un trozo de papel cuadradito y un plastiquito que sería piel de cerdo, simulando el látex. Y metido en una funda de papel». Dice Esther Marcos que aquí no solo tiene trabajo hasta la jubilación, «sino que hay trabajo para mis hijos y para mis nietos». Ya quisiera la institución tener todos los documentos catalogados y digitalizados, pero van poco a poco.
Más del 60% de las consultas que se reciben en el Archivo son relacionadas con protocolos notariales, y hay, como apuntó antes, unos 15.000 tomos. «Más de la mitad de lo que restauramos son protocolos», indica Castillo.
Las fibras más habituales del papel de trapos eran lino, algodón y cáñamo, con las que se hacían las ropas. Antes no había sintéticos ni colorines, de modo que el papel que se utiliza hoy para el proceso de restauración de esos papeles de trapos implica el uso de fibras de lino y de algodón. Las planchas proceden del Molino de Papel de Capellades (Barcelona), que es museo y fábrica, «y son los que a todos los talleres de restauración de España nos dotan de ese tipo de papel natural, sin químicos, hechos como se hacían antes». En el taller del Archivo Regional, la restauradora los tiñe. «Esas planchas que llegan del molino de Capellades yo las hago palomitas: 30 gramos en 15 litros de agua, en una proporción de 2 a 1», explica Esther. «Mezclo distintas cantidades de esos cachitos de lino y algodón, y las tiño con los colores primarios, juego con el amarillo, el cian y el magenta. Y hago unas bolsitas, la máquina me disgrega todas las fibras para hacer la mezcla, la pulpa de papel con la que voy haciendo las muestras. Tengo una serie de muestras de papel que son como mi carta de color, y cada muestra la pongo debajo del color original y veo cómo puede quedar». Esas muestras propias de la restauradora tienen nombres puestos por ella: 'Gaya' (la que empleó para la etiqueta del cuadro de Gil-Albert), 'Mazarrón', 'Copito', 'Blanquilla'... Incluso tiene dos que nombró 'Águila Roja' y 'Whitney Houston'.
Restaurar un protocolo notarial de 600 hojas le lleva dos meses. El tiempo dependerá del deterioro que presente el documento.
No solo se restauran papeles, sino fotografías; más daguerrotipos que ferrotipos. El Archivo Regional ha recibido, además, donaciones de archivos privados, también mapas y planos, que han sido también restaurados en este laboratorio en el que cada segundo empleado es tiempo ganado para la conservación de nuestra propia historia. Una de las últimas donaciones recibidas es una colección de 200 placas de Francisco Miralles, hermano del pintor Obdulio Miralles, que ya se han digitalizado. Pasto para los investigadores.
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