Juan Jesús Yelo Cano
Viernes, 14 de julio 2023
El texto de José Ballester es absolutamente contemporáneo. Mejor dicho: refleja el pensamiento y el sentir de la mayoría de espectadores actuales. Cuando hablamos de paisaje, aún seguimos entendiendo «paisaje natural» e incluimos mar, nubes, árboles, montes, campos u horizonte. Y obviamos «paisaje urbano» como ... deudor del mismo concepto estético: si Ballester habla de que la contemplación de la belleza del paisaje natural da como resultado la calma espiritual del espectador, ¿no puede éste alcanzar ese equilibrio con la contemplación de la Gran Vía de cualquier capital con sus coches en movimiento y multitud de personas desplazándose de un lado a otro?
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Aún tenemos que profundizar un poco más en el concepto de paisaje. El propio Ballester apunta que el paisaje real, en contraposición al paisaje de la pintura, posee no sólo estímulos visuales, sino que pone en juego todos los sentidos. De ahí que hablemos también de «paisajes sonoros» cuando queremos centrar nuestra atención en la escucha de nuestro entorno.
Y una vez más, volvemos a la ya citada identificación de paisaje sonoro con «paisaje sonoro natural», dejando de lado otros paisajes sonoros como el urbano, el industrial y, por qué no, nuestro propio paisaje sonoro interior, capaz de imaginar sonidos que nadie ha escuchado aún (véase Pauline Oliveros). Los propios futuristas italianos ya nos invitaban a disfrutar «combinando idealmente los ruidos de tren, de motores de explosión, de carrozas y de muchedumbres vociferantes» (Russolo, 'El arte del los ruidos', 1910).
Las propuestas sonoras aquí presentadas responden a dos lecturas diferentes del paisaje. La primera de ellas presenta paisajes de nuestra región, ya sean naturales o urbanos, e incluyen los elementos fundamentales de los mismos: sonidos tonales (presentes de modo continuo y que, al pasar los minutos, dejamos de escuchar de forma consciente), señales sonoras (esporádicos, normalmente de gran volumen y que desvían hacia ellos nuestra atención) y marcas sonoras (sonidos identitarios de un lugar, como la acequia en la huerta). La segunda es una manipulación de estos sonidos originales, trabajándolos de la misma manera que el pintor abstracto hace con las figuras o colores en sus obras.
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En cualquier caso ambas propuestas requieren, como si de un cuadro se tratara, de una escucha tranquila, sosegada, que no se vea alterada ni contaminada por otros sentidos. Se recomienda, pues, el uso de auriculares circumaurales (tipo «cascos»), sentados tranquilamente, en semioscuridad y con predisposición a la contemplación sonora, dejándose llevar por el discurso de la obra.
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