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Miguel Fernández
Periodista y escritor, autor de 'Yo no soy esa que tú te imaginas'
Sábado, 28 de septiembre 2024, 07:17
Yo no sé lo que es un recreo de colegio, cuenta con un hilo de voz al periodista, tener compañeros, jugar con otros niños. Hace un silencio, toma aire. Fue mucha, muchísima soledad… Ahora entiendo mejor tu melancolía, responde el entrevistador.
Desde que se dedica a la música es raro que no le pregunten por su niñez en una entrevista. Sin embargo, tardará más de diez años en componer una canción sobre esa etapa de su vida. Al filo de los treinta, una noche de enero de 1976, empieza a darle forma. Mi infancia fue rebelde, creció como un sarmiento, proclama en los primeros versos. La imagen del vástago de la vid le parece la más apropiada para describirse: es largo, delgado, flexible y nudoso; frágil, pero lleno de savia; imprevisible en la forma, hasta que alcanza un punto de apoyo y se liga a un tronco recio. Así debieron de ser ellos también, sus ascendientes.
El más antiguo de todos fue también el más famoso. Sin abandonar nunca Murcia, la ciudad en la que nació el 12 de mayo de 1707, Francisco Salzillo Alcaraz llegaría a convertirse en uno de los artistas claves del Barroco español. El escultor tuvo dos hijos. El primero murió con apenas un año. De la segunda, María Fulgencia, descenderán diez generaciones en las que abundarán nombres ilustres de la sociedad murciana: pintores, escritoras, juristas o militares.
Una de las tataranietas de Salzillo se casará con Luis Pasqual de Riquelme y Palavicino, séptimo marqués de Peñacerrada. La hija de estos, Trinidad, contraerá matrimonio el 1 de mayo de 1914 con el militar Francisco Pérez-Miravete Martínez-Bretón.
Tendrán tres hijos: Francisco Luis, Mari Trini y Gonzalo. La familia se instala en Madrid después de que Francisco, coronel de infantería, de profundas convicciones monárquicas, se diera de baja en el ejército durante la Segunda República y empezara a trabajar en la delegación de la Ford en la capital española. -Allí les sorprende la Guerra Civil -cuenta Gonzalo Pérez- Miravete Mille, el hermano menor de la cantante-. Un grupo de milicianos se presentó a detener al abuelo porque era militar, pero no se hallaba en casa. Enfurecidos, se pusieron a registrarlo todo y encontraron un recibo de una hermandad religiosa a nombre del hijo mayor, el tío Paco Luis, que debía ser una persona excepcional, tenía entonces veinte años y estaba en segundo o en tercero de Medicina. Dicen que era muy aficionado a la pintura y a la poesía. Lo llevaron detenido a la checa de Fomento y el 28 de septiembre de 1936 fue asesinado en el palacete de La Moncloa. Al ser exhumado en 1940, el cadáver presentaba intactas incluso sus ropas, según detalla el diario 'ABC'. Cinco años después, la Iglesia católica abrió una causa para su beatificación.
Al término de la contienda, Francisco Pérez-Miravete Martínez-Bretón será gobernador militar de Murcia. Poco después de su fallecimiento, en septiembre de 1946, los diarios ABC y LA VERDAD informan del enlace del abogado Gonzalo, el tercero de los hijos del militar, de veintisiete años, y María de las Nieves Mille Campos, de veintidós. La novia es hija del capitán de corbeta y primer jefe y organizador del Arma Submarina Española, Mateo Mille y García de los Reyes, asesinado en Paracuellos del Jarama en 1936. La boda se celebra en la capilla de la finca de La Manzaneta, en la localidad alicantina de San Juan, propiedad de la familia Campos, acaudalados industriales de la zona, desde 1900.
La pareja se instala en un piso amplio de más de cien metros cuadrados situado en la primera planta del número 5 de la calle Alejandro Seiquer. Allí, a las diez de la noche del 12 de julio de 1947, nace la primera hija de la pareja a la que bautiza el presbítero Manuel Nadal Hernández en la parroquia de San Lorenzo con los nombres de la tatarabuela, la abuela y la tía paterna, que además será la madrina y una de las personas más queridas por la niña. Mateo, el abuelo materno, firmará como padrino.
En la casa siempre se la llama Mari Trini, explica mucho tiempo después María Mille Campos, la madre. Su nombre no me gusta nada, reconoce mientras un fotógrafo la retrata sobre el césped de un complejo hotelero de Alicante, pero se lo pusimos porque era el de su abuela. Ahora que es famosa, sus amigos la llaman Mari a secas. Pero en casa siempre llevó unido el de Trini.
A principios de los años cincuenta, la familia, que ya ha tenido otros dos hijos, un bebé fallecido a los siete meses y Miryam, deciden instalarse en Madrid, primero en un piso de la calle Velázquez y más tarde en un luminoso ático del número 126 de la calle Claudio Coello, frente al Museo Lázaro Galdiano. El inmueble pertenece a la familia Mille. Gonzalo centra su actividad profesional en la gestión y explotación de una patente textil francesa.
La primogénita, rubia y de ojos azules, como su abuela materna, acusa esos cambios. Con su hermana, acuden al colegio Asunción. Su madrina Mari Trini le ha regalado una guitarra, una profesora particular le enseña a tocarla y, con apenas siete años, compone su primera canción, 'Pía, pía, pajarito', inspirada en un jilguero que le había regalado un peón de la finca familiar en Murcia. Nunca llega a interpretarla en público, pero la menciona constantemente en las entrevistas. Los padres llevan a la niña a un estudio y pagan la grabación y la edición de un disco.
Mi casa estaba llena de guitarras, anotará ya de adulta, convertida en un personaje popular. Mis tíos, mis primos, son grandes aficionados al flamenco. Mi madre también tenía conocimientos musicales y hasta mi padre rasgueaba con cierto estilo cuando llegaba la ocasión.
A pesar de llevar una vida desahogada en un Madrid que dejaba atrás la escasez de la primera posguerra, los Pérez-Miravete Mille no pierden el contacto con sus raíces murcianas y alicantinas. Siempre que pueden, regresan a las fincas familiares, entre las que reparten los días de vacaciones de Navidad, Semana Santa o verano. -Aunque en nuestra casa nunca se hicieran diferencias por pertenecer a una familia u otra -cuenta Gonzalo , indiscutiblemente la sociedad era muy clasista en aquella época, y nos chocaba. Cuando llegaba al campo, con diez años, me llamaban «el señorito». Mi reacción era mirar a un lado y otro, a ver dónde estaba el «señorito», porque en Madrid éramos unos niños sin más. Era otro mundo. En Beniel, los niños me decían «marquesito», y a mi hermana, que tampoco lo entendía, «marquesita». Parecía lo normal en aquella época -concluye. Mi infancia no fue fácil, escribe esa noche de 1976, convertida ya en todo un fenómeno de masas. Por testigos pone a «los chopos, los matojos, acequias, juncos, rastrojos» de los veranos en las fincas familiares de Singla, la pedanía de Caravaca de la Cruz, San Juan o Beniel, siempre bajo las atenciones y hasta los mimos de la tía y madrina Mari Trini, con la que también pasará temporadas en Marsella y en algunos destinos diplomáticos del marido Juan Avenzana Sagastizabal, vizconde de la Rivera de Adaja. Allí se trasladan todos -hermanos, tíos, primos- cuando el calor aprieta en la capital. -Para todos los hermanos, la madrina fue la figura central -sigue contando el hermano menor de la cantante-. Era una mujer muy especial, no tenía hijos, pero en ningún momento intentaba ocupar una figura materna, no pretendía ser una segunda madre. Sabía cuidarnos y querernos.
¿Cuáles son los mejores recuerdos de su niñez?, le pregunta un periodista. Lo primero que amé fueron los animales, responde. La primera emoción, ver parir a una yegua. Y aquel caballito pequeño fue la primera canción que yo hice. Tenía nueve años. Y me abrí a la naturaleza, a las gentes, mantenía grandes charlas con un viejo de ochenta y dos años que vivía por allí, por el campo, me contaba historias, decía que había cavernas que antaño estuvieron habitadas. Y ahí me tienes, cavando desde la madrugada para encontrar tesoros.
Algunas noches, en aquel paraíso, Gonzalo, el padre, toma una guitarra y se arranca a cantar. Le gustan las rancheras, pero, sobre todo, la vieja jota que Imperio Argentina interpretaba en Nobleza baturra, la película que Florián Rey estrenó en 1935: «La niña cuando va a misa, ole, ole, carretero, qué jaleo lleva el tren». Mi madre no cantaba canciones, recuerda en una ocasión la artista, pero mi padre tocaba la guitarra siempre, allí.
Mari Trini crece debilucha. Antes de alcanzar la adolescencia los médicos le diagnostican glomerulonefritis, una inflamación de los filtros pequeños de los riñones que la obligará a guardar reposo absoluto durante casi siete años. Más adelante, ya de mayor, sabrá que se trata de una dolencia autoinmune. El organismo genera anticuerpos que llegan a dañar el tejido renal. Ni en aquella época ni hasta mucho después hay un tratamiento eficaz.
La enfermedad llegó de pronto, sin que yo me diera cuenta de qué era aquello que me retenía en el lecho, explica. Es como si a una golondrina, de repente, le cortan las alas. Y yo solo tenía siete años. -Al levantarse, una mañana, descubrieron que había orinado sangre -me cuenta Miryam Pérez-Miravete Mille en su casa de Marbella-. Claro, aquello alarmó a mi madre y empezaron a llevarla a los mejores médicos. La vio primero Carlos Younger de la Peña, una autoridad en la urología, pero no consiguió dar con el origen de la infección. Luego, a los nueve años, Francisco Antolí-Candela Cebrián, el pionero de la otorrinolaringología en España, descubrió que tenía una muela atravesada en el paladar.
Todo lo que nunca se ha contado sobre Mari Trini está en 'Yo no soy esa que tú te imaginas', el libro de Miguel Fernández (Granada, 1962), con el que arranca la temporada del Aula de Cultura de LA VERDAD y la Fundación Cajamurcia. El acto de presentación será el 2 de octubre, a las 19.30 horas, con entrada libre, como anticipo de la Feria del Libro de Murcia.
De ahí venía todo, pero el daño en el riñón ya era crónico. Acabaron por desahuciarla porque en aquel tiempo era difícil curar la nefritis. No podía acudir a clase con regularidad y cada día le costaba más salir de casa. A los once años tuvo que dejar de ir al colegio. Venían a casa profesores y, como podía, iba aprendiendo lo más elemental. Le costaba mucho, estaba muy grave.
El cura se acercó a mi cama para darme la extremaunción, relatará en 1983 al actor Adolfo Marsillach. Cuando sus manos tocaron mis pies, me agarré a la vida con tanta fuerza que aquí estoy. Tenía entonces once años y una infancia desesperada como un mal sueño. -Después de operarla, Antolí-Candela Cebrián advirtió que la niña, sin haber cumplido todavía los doce, no podía cansarse -continúa Miryam-. Tenía que reposar, y eso se traducía en pasar el día postrada en una cama. Para ella era muy doloroso, pero para nuestra madre también, que se entregó en cuerpo y alma a su salud. Cualquier cosa que se le hiciera a Mari Trini, por insignificante que fuera, suponía un castigo seguro; no se le podía rechistar. Sí, estaba muy mimada, muy consentida.
Yo sentía tantos celos que un día mi madre me dijo: «Mañana te vienes con nosotros al hospital para que veas lo que sufre tu hermana y por qué se le cuida. No hay razón para que seas así con ella». Cada semana le pinchaban directamente en el riñón, sin anestesia ni nada, para seguir la evolución de la nefritis. La oí gritar y llorar tanto en el quirófano, que desde aquel día cambié por completo. Si me decía «arrodíllate», yo obedecía. Si decía «vamos a pinchar a tus muñecas», también. ¡Lo que ella quisiera!
Mientras la primogénita permanece varada en su cama, sus dos hermanos salen y entran, corren y juegan. A veces, incluso, se pelean. Aunque le gustaría levantarse y seguirlos, la enferma no se amilana. Con astucia, se vale de muñecos a los que ata una cuerda para poder recuperarlos después de que los haya lanzado contra quienes la incordian. Le obsesiona la historia de aquel caballo de cartón con el que tanto se entretenía y que, inexplicablemente, una mañana amaneció roto a los pies de la cama. Y, por supuesto, como espectadora, desde la convalecencia asiste al lento discurrir de los días: ha de acostumbrarse a escuchar de lejos las conversaciones sin participar en ellas, debe familiarizarse con el silencio, con las largas horas en blanco, con el insomnio. Me acostumbré a estar con los adultos, ningún niño quería estar al lado de la cama conmigo, contará poco después de cumplir los treinta.
A los catorce experimenta una progresiva mejoría. Vuelve al colegio, aunque, como no ha podido presentarse a los exámenes, debe incorporarse al curso que abandonó, uno por debajo del de su hermana. -Tampoco lo pasó bien entonces -sigue recordando Miryam-. Tomaba una medicación muy fuerte que le provocó un desarrollo prematuro. Empezó a tener pecho, le creció el vello en algunas zonas y engordó. La cortisona hinchaba mucho. Mamá le canturreaba una canción que decía: «Dacortín, mister Clean, antibiótico para ti». Pero a la criatura la medicación no le sentaba bien. Las otras niñas eran un poco crueles. La adolescencia fue complicada para ella, porque queríamos comernos el mundo y salir y entrar con primos, con amigos, ir a guateques… Tenía, incluso, un enamorado, un primo que vivía enfrente y venía a verla todos los días, pero no le hizo caso.
Pasé seis largos años en la cama, relatará la cantante. Alguna vez me levantaba, pero era angustioso, porque siempre sabía que iba a recaer… Y recaía. Recuerdo la tremenda ilusión y, a la vez, el tremendo miedo a incorporarme, a ser como los demás. Siempre llevaba pantalones para no coger frío. Antes de que pudiera levantarme, mamá me regaló unos de ante. Jugaba a recortar trozos de periódicos como si fueran billetes y les llenaba los bolsillos.
El día que por fin me levanté, estuve unas horas con mis pantalones de ante. Cuando pude volver a ponérmelos otra vez, había crecido tanto que ya no me servían. Durante el resto de su existencia tardará en conciliar el sueño, dedicará las noches a escribir, a componer, a leer. Es una de las muchas secuelas que la larga convalecencia dejará en su personalidad. También, a los ojos de los demás, se mostrará siempre retraída, distante. Cada año que pasaba era para mí como cinco, repetirá la artista.
-Mari Trini era la reina de la casa, eso marcó mucho su carácter toda su vida -afirma con rotundidad Miryam-. Luego, ya de adulta, cuando le tocó pelear duro, de repentesacaba un pronto muy fuerte, de niña mimada, pero, a la vez,era tremendamente sensible. A la gente, esa forma de ser le chocaba. Por un lado, la sensibilidad y, por otro, el genio que la empujaba a decir barbaridades, aunque después se arrepintiera.
En su carácter tuvo mucho que ver la manera en la que había sido criada. Sufrió mucho, admitirá en una entrevista María, su madre. La convivencia en clase con niñas menores que ella, sumada a la dificultad para recuperar el hábito de estudio, la empujan a abandonar el colegio. En realidad, me tomaban por retrasada mental, asegura después a un periodista. Había pasado unos años difíciles. Tomé una decisión: mi vida tenía que llenarse de alguna manera. Supongo que de aquel tiempo me ha quedado un hábito: alejarme de todo lo que me rodea y desagrada, admite ya de adulta. Desde chiquilla estoy acostumbrada a hablar sola. Hablo sola y, lo que es peor, me contesto yo misma. No, no es una locura. Se trata de crear un mundo al margen de aquel en el que tengo que vivir. Imagino cosas que nunca han sucedido y que nunca sucederán. Yo tengo un libro particular de la vida.
Me gusta encontrarme con gente en la calle, charlar con los demás. Hay que dar a los otros siquiera un cuarto de hora. A veces, la necesidad de comunicarnos con los demás es acuciante, tan fuerte como la necesidad de crearnos una existencia al margen de la realidad misma. -Una experiencia así, a una edad temprana y tan dilatada en el tiempo, deja una profunda marca en el carácter de cualquier persona -observa el psicólogo Enrique Vázquez Oria-. La interpretación que hace Mari Trini, ya adulta, de aquella realidad la lleva a un alto conocimiento introspectivo, a una capacidad de análisis y de resistencia ante la frustración fuera de lo común -añade-. La futura mujer se convertirá en un ser resistente y resiliente -intuye el especialista-, forjado en pocos metros cuadrados con cimientos basados en la soledad, que está detrás de fuertes personalidades, y de las más terribles depresiones y tristezas. A buen seguro, la artista visitó todos los recovecos de esa singularidad. Justo eso es el carácter, la experiencia mezclada con la interpretación que de la realidad hace quien la vive. No debemos confundirlo con el temperamento, que es el armazón biológico que traemos a este mundo, la forma de sentir desde la cuna prácticamente, sin que medie vicisitud vital alguna. Ambos conforman la personalidad. En el caso de Mari Trini, parecen darse ambas circunstancias para explicar lo que años más tarde, convertida ya en una mujer, definirá su periplo vital.
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