Sábado 17 de junio: hace una semana que Nuccio Ordine ya no pisa la Tierra y nos ha dejado huérfanos (de su amistad, de su sabiduría, de su generosidad). Temblando, y con una extraña e indefinible sensación de violar la intimidad de alguien que ya ... no podrá contestar mis mensajes, que ya no podrá enviarme sus audios, vuelvo a abrir el chat del móvil en el que Nuccio me preguntaba por la traducción correcta (o por la mejor versión al italiano) de unos versos de Antón de Montoro, un poeta del que nada sabía, por aquel entonces (solo hoy descubro que fue un converso del siglo XV y que publicó un 'Cancionero' lleno de poemas satíricos, burlescos, y también eróticos): «… yo soy como la abadesa / que sus monjas castigaba, / mostrándoles castidad, / que salvación endereza, / con humill honestidad; / y las bragas del abbad / rebueltas en la caveza».
En el fragmento que me enviaba de este texto, se esclarecía que, evidentemente, ya en pleno Cuatrocientos, también en España se conocía y se alababa el 'Decamerón' de Boccaccio: de hecho, estos versos de Montoro remiten directamente a la novella segunda de la novena jornada de la magna obra del autor italiano.
Tras este mensaje aparece una «llamada perdida». Deduzco que, evidentemente, tuve que volver a llamarlo y Nuccio volvió a leerme con su viva voz su traducción al italiano de los dichosos versos: «e le mutande dell'abate rigirate sulla testa» (esta traducción es mía; he olvidado la suya; no puedo rescatar su voz desde esa llamada que mantuvimos hacia febrero de 2023, ya no puedo volver a pedirle que me repita su versión en la lengua de Dante).
«Grazie, caro. Un abbraccio». Esas fueron sus últimas palabras para mí, cuando todavía ninguno de los dos sabía que iban a ser las últimas
Seguidamente aparecen una serie de intercambios rápidos para organizarnos para poder vernos en Calabria, en Rende, en su casa, aprovechando una estancia mía de dos semanas como visiting en su Universidad y una vuelta suya rápida a Italia de su estancia como visiting en París (los dos «visitantes» en dos sitios que no se corresponden entre sí ni coinciden con nuestros lugares de nacimiento: él Calabria, yo Abruzzo, los dos «meridionali»).
Lo primero que hizo al vernos fue abrazarnos con ternura y amistad sinceras. Luego nos dejó pasar y nos improvisó una visita guiada por su Biblioteca de Babel: más de treinta mil volúmenes en tres plantas donde la luz del sol lo ilumina todo y los cristales enormes de las ventanas crean unos ambientes diáfanos en los que a uno le encantaría poder sentarse y leer o estudiar con calma y durante horas (la casa inmersa en el verde de la campiña de Rende).
Vuelvo con la memoria a ese día lleno de sonrisas, de «pinse» (una pizza con masa más ligera), de helados al «tartufo», de intercambio de ideas sobre la literatura italiana, sobre la cultura europea, sobre lo que no funciona en el mundo académico actual y me conmueve constatar que la pasión que caracterizaba el discurso del profesor Ordine en público seguía siendo la misma, intacta, en el discurso privado e íntimo de Nuccio.
Ese día me regaló un tomo de la colección Classici della Letteratura Europea (de la editorial Bompiani y por él dirigida) con las obras completas del humanista italiano Giovanni Pontano, cuyo tratado sobre la Fortuna tuvo una repercusión notable en el siglo XV y del que, de nuevo, nada sabía antes de que él me lo descubriera, en la edición crítica y la traducción al italiano al cuidado de Francesco Tateo.
Así que, vuelvo a mirar el tomo que descansa en mi mesa de noche y el chat archivado en mi móvil (la mirada bifronte de Jano, entre pasado y futuro): entre nuestros últimos intercambios aparecen sendos pdf de los dos artículos que Carmen Pujante Segura y yo publicamos en LA VERDAD para homenajearle y celebrar en la distancia el gran logro de Nuccio Ordine al haber sido galardonado el día 4 de mayo con el Premio Princesa de Asturias de 2023 en el ámbito de las Humanidades y de la Comunicación. Su respuesta: «Grazie, caro. Un abbraccio».
Luego ya nada. La comunicación se interrumpe, o, mejor dicho, se corta para siempre. Ya no hay más documentos a compartir, ni traducciones sobre las que reflexionar en viva voz, ni tampoco fotos de artículos para celebrar su fama internacional. Ni sonrisas, ni «pinse», ni helados al «tartufo», ni tampoco ideas y opiniones sobre las que enfrascarnos con la misma pasión de siempre. No tengo el valor de darle al play a los audios que se quedan aquí, a mi lado, presencias fantasmales de alguien que ya no comparte mí mismo aire.
Algún día abriré las obras completas de Giovanni Pontano y leeré cómo ese humanista del que yo nada sabía interpreta el concepto de la Fortuna, esa diosa que determinaba en la Antigüedad y durante toda la Edad Media y el primer Renacimiento los altibajos de los mortales, esa fuerza implacable que trastoca las existencias de los hombres sin tener en cuenta su clase social, su estatus económico o su circunstancia personal.
Y uno entonces se da cuenta de repente de que los maestros no son solamente esas personas que nos dejaron una huella indeleble en nuestra manera de entender y de mirar el mundo, sino también esos que siguen hablándonos incluso cuando ya no están aquí a nuestro lado, ni pueden contestar nuestros mensajes, ni tampoco pueden leer nuestras palabras. «Grazie, caro. Un abbraccio». Esas fueron sus últimas palabras para mí, cuando todavía ninguno de los dos sabía que iban a ser las últimas. «Gracias, querido. Un abrazo».
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