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El ilustrador y pintor murciano Arturo Pérez ilustra para Ababol este texto inédito ofrecido por Jerónimo Tristante. El detective fuma en pipa después de desayunar en el Hotel Victoria de Murcia. Arturo (arturoartista.es)
Un insólito incidente
Ababol

Un insólito incidente

Este texto inédito de Jerónimo Tristante es el primero en el que cita a su personaje más célebre, el inspector Víctor Ros, protagonista de una saga de novelas que Televisión Española llevó a la pantalla. 'Ababol' ofrece esta historia que traslada a los lectores al año 1898 en Chamberí

Sábado, 22 de marzo 2025, 08:10

El 7 de septiembre de 1898, un extraño suceso tuvo lugar en una afamada casa de citas del madrileño barrio de Chamberí. Aproximadamente a las nueve de la noche, Marina Martínez Goyena, una distinguida dama, madre y esposa ejemplar, irrumpió en la habitación en que su marido, Blas Biedma Gutiérrez, disfrutaba de los servicios de una joven prostituta. Antes de suicidarse allí mismo, Marina terminó con la vida del padre de sus hijos.

El inspector de policía Don Víctor Ros Menéndez se mostró muy contrariado cuando dos agentes uniformados se personaron en su domicilio para comunicarle que se había producido un homicidio y que su presencia era requerida de inmediato en el lugar de los hechos. Don Víctor manifestó que aquel no era el mejor momento para importunarle, pues aquella misma noche se celebraba la puesta de largo de su primogénita, Cecilia.

A pesar de mostrar esa pequeña resistencia inicial, el bueno del inspector Ros se apresuró a acompañar a los agentes con la intención de hallarse de vuelta en un par de horas a lo sumo y cumplir con sus deberes como cabeza de familia.

Ya en el lupanar, se entrevistó de inmediato con Antonia Clavijo, alias 'La Madama', regenta y copropietaria de aquel prestigioso burdel. 'La Madama' declaró que Doña Marina Martínez se había personado en aquella, su casa, empuñando un revólver, muy nerviosa y preguntando a voz en grito que «dónde estaba su marido». Al ver que ninguno de los presentes contestaba, aquella pobre desequilibrada llegó a hacer un disparo de advertencia que impactó en una costosísima lámpara que a Don Víctor le pareció horrible y demasiado recargada.

De regreso al hotel Victoria después de cenar unos vinos de Jumilla en la calle Las Mulas. Arturo

-¡Mire, mire! ¡Inspector!- dijo aquella añosa meretriz señalando los desperfectos provocados por el disparo.

En el momento de la detonación, todos los parroquianos, fulanas y la propia dueña, abandonaron en tropel el local bajando por las escaleras con estrépito y desorden. Al parecer, Doña Marina irrumpió a continuación en el cuarto donde su marido, Don Blas, se beneficiaba de las habilidades amatorias de Rosa Vázquez, joven de veintidós años procedente de Don Benito y que trabajaba en aquella casa desde hacía un par de temporadas. Según declaró la asustada y temblorosa chica, la distinguida dama se presentó en la habitación gritando:

-¡Hijo de puta! ¡Hereje!. ¿Dónde estás?

La joven prostituta saltó de la cama dejando al sorprendido, desnudo y atemorizado cliente frente a su furibunda mujer. Al parecer, la esposa de Don Blas apuntó con el revólver al libertino, y tras decir «ésta por mí» le descerrajó un tiro en el estómago. Después, y tras añadir «... y ésta por los niños...», le reventó la mano izquierda con un segundo disparo.

A continuación, y con una frialdad digna de un asesino a sueldo, la enojada señora terminó disparando al gimiente Don Blas en la cabeza, dejando el cuarto repleto de sangre, sesos, pelo y fragmentos de cráneo.

Según parece, la dama dijo entonces «... y ésta por lo que has hecho a Nuestro Señor Jesucristo...», tras lo cual arrojó una fotografía sobre los restos de su esposo. Para sorpresa de Rosa aquello no terminó allí, sino que Doña Marina giró el ánima del arma hacia su sien y diciendo «... y yo, al infierno...» se voló la cabeza sin dudarlo un instante.

Don Víctor no sospechó que allí hubiera algo más que un crimen pasional. La primera inspección de la fotografía que la asesina había arrojado a su fallecido marido, le mostró la imagen de una iglesia o capilla de sección decagonal que permanecía unida a un templo de tamaño superior.

«... y esto por lo que le has hecho a Nuestro Señor Jesucristo...» había dicho la dama al muerto. Don Víctor pensó que aquello era una clara alusión al incumplimiento de los votos matrimoniales que había realizado la víctima. Ésa debía ser, sin duda, una fotografía del templo donde habían contraído matrimonio los fallecidos.

El detective con su revólver de seis balas fabricado en Éibar. Arturo

La presencia aquella noche en el burdel de un juez, un diputado a Cortes por Barcelona y un Subsecretario del Ministerio de Fomento, supuso una dificultad adicional a la hora de tomar declaración a todos los presentes, pero gracias a la prudencia de Don Víctor y, sobre todo, a su saber hacer, aquel escollo pudo ser salvado sin llamar la atención de oídos indiscretos.

Después de la llegada del juez se produjo el levantamiento de los cadáveres y tras realizar el informe de rigor, Don Víctor Ros pudo llegar a casa a tiempo para estar presente en el acontecimiento familiar que tanto le ilusionaba.

Nada le hizo sospechar de lo inoportuno de aquel crimen hasta que dos semanas después, el día en que el juez archivó el suceso como caso resuelto, una extraña manipulación de las declaraciones despertó una lucecita en su hábil y entrenada mente de sabueso.

Don Víctor Ros Menéndez era tenido por hombre cabal, escrupuloso y recto, y era conocida su tendencia a repasar minuciosamente todos los detalles de un caso antes de darlo por cerrado. Fue al releer las declaraciones recogidas en la instrucción del sumario cuando comprobó que, en el relato de los hechos realizado por la joven prostituta, Rosa, no se hacía referencia alguna a aquellas cuatro extrañas frases que había pronunciado Doña Marina. Don Víctor se extrañó sobremanera, ya que él mismo había tomado declaración a la chica. Habló con el mecanógrafo que había copiado sus notas y éste le aseguró que había transcrito sus apuntes tal cual los había encontrado, es decir, sin realizar enmienda ni modificación alguna.

Don Víctor acudió de inmediato a la casa de citas para entrevistarse de nuevo con Rosa, pero ésta, al parecer, ¡se había trasladado a vivir a París!.

Según 'La Madama', la joven se había hecho por aquellos días con una sustanciosa suma de dinero y había decidido cambiar de aires y vivir a lo grande en la ciudad del Sena. Don Víctor, hombre avezado y veterano investigador, supo en aquel momento que allí había gato encerrado. Tras entrevistarse con el juez instructor del caso, Don Juan Valverde, Don Víctor comprobó personalmente que el magistrado quería cerrar cuanto antes aquella investigación.

¿Por qué había cambiado alguien la declaración de una pobre puta?

¿Cómo era posible que una simple prostituta se fuera a vivir a París a malgastar dinero?

¿Sería posible que una mano amiga hubiera ayudado a Rosa a desaparecer?

Si era así, se trataba de alguien poderoso.

Blas Biedma, el marido asesinado, era un coleccionista y marchante de arte muy reconocido en los círculos más selectos de la capital que había sido favorecido por la fortuna en sus turbios y prósperos negocios. A Don Víctor no le cayó simpático aquel 'bon vivant' proveniente de la nobleza gallega, pues era todo lo contrario a él mismo. El inspector Ros conocía a la perfección hasta los últimos resquicios del sistema. Era así como había conseguido prosperar y pasar de ser un pobre raterillo analfabeto hijo de inmigrantes extremeños a un prestigioso miembro de la pequeña burguesía madrileña. Su desbordado afán por la lectura, que le llevaba a devorar cuantos pasquines, revistas, folletos, libros y publicaciones caían en sus manos, le había hecho progresar desde agente uniformado a inspector de policía unido en nupcias a una joven y prometedora belleza de la burguesía local, Clara Alvear. Don Víctor se había abierto camino con facilidad en un oficio donde la brutalidad y la sin razón estaban a la orden del día, y lo había conseguido haciendo valer su más preciado don: una mente portentosa.

Don Ros, momentos antes de entrevistarse con la vidente en el hotel Victoria. Arturo

Su inteligencia privilegiada, su facilidad para recordar de memoria hasta el más mínimo detalle de un caso, pero sobre todo su don gentes y su habilidad para leer en las personas como en un libro abierto, le permitían resolver hasta el más complicado de los casos. Y, en verdad, era temido y respetado por ello.

Aquel extraño asesinato era algo más complejo de lo que había parecido en principio. Un discreto pero efectivo y opaco velo había caído sobre aquel inaudito crimen. Bien es cierto que la opinión pública se hallaba conmocionada por los sucesos de Cuba y Filipinas y que la conciencia colectiva se encontraba convulsionada por el que parecía definitivo hundimiento del Imperio en Ultramar, pero el caso era que aquel crimen apenas si despertó el interés de la prensa sensacionalista y del público tan aficionado siempre a los sucesos truculentos.

Los superiores de Don Víctor insistieron en que el asesinato era claramente, un crimen pasional, y el juez dictaminó que la única culpable del mismo era Doña Marina Martínez Goyena. El inspector Ros, por su parte, intuyó que era más prudente no remover el lodo y decidió dar por cerrado el caso. Al menos oficialmente. Nadie recordó que conservaba la fotografía que Doña Marina había arrojado a su exánime marido.

Prudentemente y procurando no levantar sospechas realizó algunas indagaciones, de manera que, en las semanas posteriores, averiguó que los fallecidos se habían casado en los Jerónimos, o sea, que aquella desconocida iglesia, al igual que las misteriosas frases que había proferido la asesina, nada tenían que ver con su boda. Supo también que Don Blas se había especializado en el tráfico de obras de arte pertenecientes al barroco levantino y consiguió identificar la misteriosa iglesia de la fotografía. Una compañera de clases de francés de su primogénita Cecilia, era hija de un catedrático de Historia del Arte, Don Arnaldo Rodríguez, y éste tuvo la bondad de atenderle amablemente e identificar el templo como la Capilla de los Vélez, un precioso y visitado anexo a la Catedral de Murcia construido en el año 1527. Aquella capilla era para Don Víctor el verdadero origen de la disputa matrimonial, y no una infidelidad con una fulana de segunda fila. Muchos caballeros casados -por no decir todos- frecuentaban las casas de citas y no eran asesinados por sus santas esposas que veían aquello como un comportamiento normal en los varones de la época.

Don Víctor salió hacia Murcia dos días después tras solicitar dos semanas de permiso. Se hospedó en el regio y lujoso Hotel Victoria de la capital murciana y se entrevistó con varias personas entre las que se encontraban un arcediano de la Catedral y una conocida vidente. Tras una estancia de cinco días tomó el tren de vuelta a Madrid el día 17 de octubre de 1898. Ocupó el coche cama número 33 en el vagón número 27.

No llegó a Madrid. Su compartimiento se encontró vacío. No se halló ni rastro de su maleta y la cama estaba intacta.

Su familia y dos compañeros de comisaría, los subinspectores Javier Cantalapiedra y Pepe Murillo, iniciaron las pesquisas al respecto. El revisor que había instalado a Don Víctor en su coche cama -la única persona que al parecer lo vio entrar al tren- murió de un ataque al corazón una semana después de la desaparición del policía. No pudo declarar por tanto.

Los dos policías uniformados que habían acompañado a Don Víctor Ros en su visita al prostíbulo en la noche de autos fueron trasladados de inmediato a Marruecos. 'La Madama' permaneció muda con respecto al crimen acontecido en su reconocida y célebre casa. Rosa no pudo ser localizada en París.

Nada pues, pudo ser aclarado.

El autor, Jerónimo tristante (Murcia, 1969)

Jerónimo Tristante contó una vez a LA VERDAD que ha escrito sus mejores novelas cuando peor estaba de ánimo. La saga policiaca de Víctor Ros resulta familiar para infinidad de lectores en España y América. Es el personaje más célebre que ha creado -en 2006 apareció por primera vez en un libro-. Con el detective guarda «una relación muy bonita. Es muy satisfactorio para un escritor que un personaje suyo forme parte del imaginario colectivo y que los lectores lo vean casi como a uno más de la familia; quieran saber qué pasa con él y qué nuevas aventuras vive. Da mucho gusto tener un personaje así al que volver, porque es como volver a casa». Tristante estudió Biología en la Universidad de Murcia y compagina su carrera literaria con la docencia. 'El misterio de la Casa Aranda' fue la primera novela de una exitosa saga protagonizada por Víctor Ros, que reeditó de nuevo Algaida en 2023, y a la que siguieron 'El caso de la Viuda Negra', 'El enigma de la calle Calabria', 'La última noche de Víctor Ros', 'Víctor Ros y el gran robo del oro español' y 'Víctor Ros y los secretos de ultramar'. En 2015 se convirtió en serie de televisión con Carles Francino de protagonista. Su obra ha sido traducida al italiano, francés y polaco.

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