Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936-Castilfrío de la Sierra, Soria, 2023). EP
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Fernando Sánchez Dragó, un autor raro y necesario

Aplicando la máxima kantiana de 'sapere aude', nos alentaba a saber, convencido de que las lecturas y los viajes son la mejor ilustración -y entre los mayores placeres- para una vida bien aprovechada

Sábado, 29 de abril 2023, 08:11

La primera vez que escuché hablar sobre él, invierno de 1979, fue a mi profesor de Literatura en 3º de BUP en los Escolapios de Logroño, José Miguel Rosel. Nos comentó que andaba leyendo un ensayo heterodoxo y muy original titulado 'Gárgoris y Habidis', una ... historia mágica de España, y la polémica suscitada por partes del mismo que no se ajustaban a una historia «rigorista», si es que -apuntaba el docente- alguna versión de la misma podría considerarse así, ya que ninguna contenta a todos los estudiosos. Presentada en un estuche de cartón con cuatro tomos, compré la obra en la librería Ars y se la regalamos a nuestro padre con motivo del día del ídem. Gran lector, nos dijo semanas más tarde que había disfrutado y aprendido mucho entre sus páginas; adolescente entonces, yo no me atreví con las mismas hasta tiempo después. Ese mismo año la obra recibió el premio Nacional de Ensayo y catapultó al autor a una fama de la que, a menudo por voluntad propia, ya no se ha desprendido nunca.

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Para quienes hemos seguido -y admirado- su producción literaria y su infatigable tarea de promoción cultural en diversos medios escritos, radiofónicos y televisivos, resulta un desafío resumir en pocas palabras la personalidad y el oficio de Dragó. A veces él lo intentaba con un par, «escritor y anacoreta»; en su epitafio, sólo cinco: «Escritor, amante de los gatos». O aquel rótulo que se colgó a menudo, «disidente de todo y militante de mí mismo». Muy culto, espíritu renacentista y pionero en tantos temas -incluso, hace décadas, en el cuestionamiento de la sexualidad convencional, ahora moda-, poliédrico y fecundo en la palabra escrita y la hablada. Un maestro.

El crítico de cine y contumaz lector Carlos Boyero lo retrató como «inteligente, leído, viajado, seductor, comunicador, ágil y brillante ante la cámara, el micrófono y la página en blanco; (…) sólo un imbécil, un miope o un sectario podría negar la exuberante personalidad y la torrencial expresividad de este señor».

Portadas de 'Gárgoris y Habidis' y 'Esos días azules'.

Aunque, como tantos creadores, alimentó polémicas variadas, coincido con Boyero en que quienes reniegan de Dragó lo hacen desde la ignorancia sobre la calidad y cantidad de su obra, magnificando alguna 'boutade' -de muestra, la reciente con su amigo Tamames- o azuzados por posibles sentimientos de envidia hacia su nutrido curriculum de artículos, libros -premiados muchos-, viajes y amores, o, cómo no, por esa vitola de año y medio en la cárcel franquista cuando revestía algún mérito declararse comunista. En España el talento es delito, lamentaba el valleinclanesco Max Estrella.

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Recuerdo una anécdota de la primera vez que lo escuché en persona. Dando una conferencia, mediados de los 80 en un repleto salón de Cajamurcia, falló el sistema de sonido. Mientras procedían a repararlo, él, a la vera de un gintonic, anunció al respetable: «Se sirven refrescos en el ambigú», broma que además de ingenio evidenciaba su taurofilia.

«Nací raro, y lo sigo siendo; quien raro nace, muere raro», confiesa en 'Esos días azules', primer volumen de sus memorias (Planeta, 2011), que prolongó hace tres años con 'Galgo corredor: los años guerreros (1953 a 1964)', relato de la que, en expresión de su biógrafo Joaquín Arnáiz, es «una vida mágica». Confiemos en que dejase al menos apuntes en algún cajón soriano para la tercera parte, no quedando así y allá truncadas tales memorias.

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Raro y necesario, titulo arriba. Mientras escribo esto resuena en mis oídos 'Todo está en los libros', aquella canción con letra de Jesús Munárriz -audaz editor de 'Gárgoris y Habidis', rechazada antes por tres editoriales- y música de Aute que acompañaba de fondo a programas como Biblioteca Nacional, 'Negro sobre blanco' o 'Encuentros con las letras', entre otros, que resultaron tan necesarios para la divulgación y la animación cultural, siempre con la imagen del Nano -le llamaban sus íntimos- ante libros que asaeteaba de papelitos con anotaciones. Aparte, lucen en su haber otros formativos y amenos programas-debate, como aquel de 'El mundo por montera' donde su tocayo Arrabal y otros ilustres invitados reflexionaron sobre el «milienarismo», perdón, milenarismo.

Porque, aplicando la máxima kantiana de 'sapere aude', Dragó nos alentaba a saber, convencido de que las lecturas y los viajes son la mejor ilustración -y entre los mayores placeres- para una vida bien aprovechada.

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Me comentaba un compañero en la Universidad de Murcia, Paco G. Costa, que se decidió a ir a la India animado por los escritos de aquel sobre esta. Otro amigo y compañero universitario, Pablo Beneito, ante la extrañeza por la muerte del escritor -rara como él mismo anticipó, ya que dada su vitalidad parece prematura-, me cuenta que a finales de febrero escuchó una conferencia suya en Zaragoza y estuvo «impresionante».

Termina 'Gárgoris y Habidis' conjeturando al lector que «quizá tu camino y el mío estén a punto de bifurcarse». Tal vez, Fernando, aunque parafraseando el comienzo de tu novela 'El camino del corazón', te aseguramos, con gratitud, que seguiremos viéndote. No te irás de nuestras pupilas.

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