Los Nabókov.
REPORTAJE

El hermano en la sombra

Serguéi Nabókov, apenas once meses más pequeño que el autor de 'Lolita', es un espectro que aparece de fondo en muchas de sus obras literarias

IBON ZUBIAUR

Lunes, 6 de marzo 2017, 21:49

La obra caleidoscópica de Vladímir Nabókov está tan llena de guiños, acertijos y alusiones que invita como muy pocas al desciframiento. A raíz de un pionero artículo de Lev Grossman ('The gay Nabokov', 2000), se ha especulado mucho sobre la influencia que pudo tener en ella un personaje evanescente y entrañable al que el gran escritor se refirió como «una sombra al fondo»: su hermano Serguéi.

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Según los que les conocieron, rara vez habrá habido dos hermanos tan distintos. Vladímir era el favorito indiscutible de sus padres, deportista consumado, dominante y altanero. Serguéi, apenas once meses más joven, era un melómano tímido y sensible: un esteta decadente frente a su apolíneo hermano (a Vladímir la música le pareció siempre «una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes»). Criados en la abundancia aristocrática y educados en Cambridge, ambos destacaban por su cultura y por su don de lenguas, sólo que el pobre Serguéi era tartamudo; en la bella formulación de Lucie Léon Noel, «ayudarle solo lo confundía, así que había que esperar a que dijera lo que tenía en mente, y por lo general merecía la pena». Nunca se entendieron; su hermana Elena habla incluso de «una especie de aversión».

Vladímir evoca a Serguéi, como no podía ser menos, en su autobiografía 'Habla, memoria'. Confiesa la incomodidad que le genera (acreditada por más fuentes) y relata el episodio que explicaría su mala conciencia: siendo ambos adolescentes, leyó el diario de su hermano, en que relataba su amor por un compañero de clase, y se fue con el cuento a su tutor. Serguéi fue retirado del colegio y la familia se atuvo a una sobria política de 'don't ask, don't tell, don't pursuit'. Pero Vladímir, que de niño había tenido que aguantar el favoritismo rayano en el abuso de su tío Ruka (lo sometía a caricias en su regazo y le legó una fortuna que se volatilizó con la revolución), conservó toda su vida una marcada antipatía hacia el homoerotismo, cuya presencia recurrente (y tópica) en su obra «tiene rasgos de manía», en palabras de un estudioso perspicaz de su obra como Michael Maar.

La sospecha de que el homoerotismo pudo ser el punto negro en la conciencia de Vladímir viene alimentada por la trágica suerte de Serguéi. Mientras el novelista logró abandonar París y Francia por los pelos, en mayo de 1940, antes que llegaran las tropas alemanas, Serguéi y su pareja Hermann Thieme son detenidos en 1941 por «fornicación contra natura». Thieme, ciudadano del Reich e hijo de un destacadísimo empresario, es enviado a un batallón en África; Serguéi, exiliado ruso, es condenado a cuatro meses de prisión. Tras cumplir su pena, sometido a vigilancia y sin pasaporte, se asienta en Berlín y es asignado como traductor a una filial del Ministerio de Propaganda. En diciembre de 1943 lo arrestan de nuevo (por «observaciones hostiles al estado») y lo recluyen 'sine die' en el campo de concentración de Neuengamme, uno de los más duros en suelo alemán. Sucumbió allí en enero de 1945. Muchos supervivientes relatarían luego que el antiguo dandy se distinguió hasta el final por su desprendimiento y solidaridad.

Influencia en su obra

Grossman sostiene que Nabókov habría escrito 'Barra siniestra' como respuesta a la muerte de Serguéi, aunque ni la cronología avala esta hipótesis ni queda claro por qué justamente el tirano de la historia es un tartamudo homosexual. También sugiere que la relación tirante entre los dos hermanos está en la base de Sebastian Knight. ¿Es Serguéi «la llave al autor de 'Lolita'», como llegó a titular 'The Guardian'? ¿Es el modelo del Dr. Charles Kinbote en 'Pálido fuego'? ¿O el de Lucette en 'Ada', como apunta Brian Boyd? ¿O el doble, el gemelo, el espejo que recorre obsesivamente la obra de Nabókov? Todas estas preguntas pertenecen menos a la hermenéutica literaria que a la psicología de la creación. Pero los factores biográficos que alimentan la gestación de una obra encierran también lecciones morales, y la vida de Serguéi, relegada hasta hace poco, merece su cuota de atención.

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La aclamada novela de Paul Russell 'The Unreal Life of Sergey Nabokov' (2011) rinde homenaje a sus virtudes, aunque sus licencias ficcionales han dado lugar a nuevas confusiones al exaltarlo como resistente al nazismo y mártir gay. Un documentadísimo y certero artículo de Dieter E. Zimmer ('What Happened to Sergey Nabokov', 2015) lo devuelve al plano empírico y rescata detalles sorprendentes de su biografía: su romance con el aristócrata polaco Jósef Czapski, por el que se convirtió al catolicismo (Czapski está traducido al castellano), o cómo para poder domiciliarse en Berlín, en plena guerra, seguramente tuvo que tratar en la Oficina para Refugiados Rusos con los asesinos de su padre.

Compañero de juego

Todo esto es interesantísimo y dibuja un retrato de época plástico y luctuoso, que completa el de la bohemia parisina (Serguéi trató con Cocteau y Diáguilev) bien trazado por Russell. Muy poco de ello pudo llegar al conocimiento de Vladímir, pero sin duda es inspirador leer sus novelas a la luz del espectro de su hermano. Aunque ni Serguéi ni nadie explican obras de arte tan complejas como 'Ada' o 'Lolita', ya Richard Rorty destacó el miedo a la falta de empatía como vector central en la obra de Nabókov ('Contingency, Irony, and Solidarity', 1989), y Michael Maar recuerda que «el sentimiento de culpa es un impulso casi ideal -el perpetuum mobile- de los motivos». Sería excesivo concentrar la mala conciencia de Nabókov en el recuerdo de su hermano, aquel muchacho delicado que creció a su sombra, pero ni mucho menos cabe desdeñar su rastro.

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Para Marina Ledkovsky, prima de los Nabókov, Serguéi fue siempre un caballero, talentoso y brillante, capaz de recitar de memoria (y sin trastabillarse) cualquier poema ruso, francés, inglés o alemán. «De no haber sido tan tímido y receloso, y de no haberse sentido tan... fuera de lugar, ¿quién sabe?, podría haber estado a la altura de Vladímir». Vladímir, por su parte, nos dejó una descripción muy sintomática de su pareja de dobles en Cambridge: Serguéi, comenta, carecía de revés, pero no cometía dobles faltas.

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