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JOSÉ MARIANO GONZÁLEZ VIDAL
Viernes, 17 de junio 2016, 07:45
«Todos los políticos son unos mangantes», sentenció en el Hotel Siete Coronas
Entrevista para 'La Verdad' en febrero de 1973
Camilo José Cela en Murcia, fotografiado con el abogado y escritor José Mariano González Vidal y el periodista Pedro Soler (derecha), quien lo entrevistó para 'La Verdad'. Fue a principios de febrero de 1973. Cela visitó Murcia para dar una conferencia en el salón de actos de la Casa de Cultura, patrocinada por la Caja de Ahorros de Alhama de Murcia. Habló sobre 'La explicación del milagro (pequeñas filosofías en torno a un tema de nuestro tiempo: la publicidad). González Vidal comentó, en la presentación de la conferencia, que «la voz de timbal cañonero de Camilo José Cela, de contrabajo sochantre y canonical, de bombardino atronador, va a ser, esta vez, el espectáculo». :: LV
Siempre que venía a Murcia recalaba Camilo José Cela en la sombrerería de Carlos Ruiz Funes -en sus palabras, «ágora de humanidades y asilo de caminantes»-, aledaña a la taberna de Paco 'el de La Viña', de notoria celebridad local por la excelencia de sus vermús y carajillos, ese brebaje murciano de nombre fálico, según bautismo de don Gualterio-Walter Fitzwi-lliam Starkie, un trotamundos irlandés amigo de Cela.
Había declarado el escritor en una ya muy lejana entrevista: «Asomarse a Murcia sería, a no dudarlo, un bello experimento». La ocasión se la propicia a Cela un tal Francisco Ferrer, vecino de Zeneta, «domador de abejas en la gentil tierra de Murcia». Y escribe: «Sobre la huerta de Murcia, sobre las acequias de Murcia, sobre los naranjos y los limoneros de Murcia, sobre las dalias de Murcia, vuela, como un raro y minúsculo pájaro de mil colores, la fama del domador de abejas».
Hace ya casi cincuenta años que conocí personalmente a Camilo José Cela, en Murcia, y en la coyuntura de una conferencia suya sobre la obra literaría del pintor Solana, su discurso de ingreso en la Academia. Desde entonces sostuvimos una larga y cordial relación en la que el sentido de la amistad de Cela siempre se ha desbordado de lealtad y generosidad. Podría escribir un libro de muchas páginas contando anécdotas celianas de sus viajes y estancias en Murcia, pero estimo frívolo e insustancial reducir a lo meramente anecdótico el pródigo favor de su amistad. No obstante, ahí van algunos botones de muestra para paladeo de curiosos.
C. J. C. se descolgaba de cuando en cuando por la ciudad y la Región para dar conferencias, pregonar fiestas en los pueblos y presentar libros. Le acompañé en una firma de sus obras en El Corte Inglés y, al terminar, le pregunté el título del más vendido de sus ejemplares. Esta fue su respuesta: «No lo sé; solo sé que he vendido 487». Los políticos locales y nacionales terciaban en estos actos folclórico-culturales por aquello de arrimarse a buen árbol, aunque con cierto y receloso respeto. En un cóctel, tras la presentación por Cela de un libro, el poncio de turno espetó al presentador: «Don Camilo, ustedes los académicos ¿tienen tratamiento de excelencia?». Y Cela respondió: «Sí, señor, y vitalicio. Cosa que usted dejará de ser cuando le resignen del cargo».
En otra ocasión vino Cela a Murcia, también para presentar un libro, y viajó esta vez acompañado de una señorita catalana, boticaria, bella, esbelta y rubia, porque su corazón era tan generoso como su pluma. A veces, andaba rondado por mozas de muy bien ver, y de mejor tocar, según su inapelable experiencia. La señora gobernadora civil, no recuerdo si también la militar, y demás pías consortes de los mandarines locales, no cesaban de santiguarse y hacerse cruces, cuando se les informó, caritativa o aviesamente, vaya usted a saber, de que habían compartido sofá y departido obsequiosamente con una concubina confundida con la santa esposa del escritor, que veraneaba plácidamente en Finisterre. ¡Jesús, María y José!, ¡qué bochorno, que vergüenza/desvergüenza! El suceso acaeció en el Hotel Siete Coronas de Murcia, en el piscolabis ofrecido tras la presentación de un libro titulado 'Pregón de ciegos'. Y como trueno gordo de la traca, Cela declaró que «todos los políticos son unos mangantes», destacado titular de uno de los periódicos locales. Hubo sus más y sus menos, pero prevaleció esa bula que siempre ha amparado al entonces futuro premio Nobel. Cela siempre ha dicho lo que quería decir. Alguien tiene escrito que podía decir culo o cojones, lo mismo que Rubén Darío decía nenúfar.
Anécdota en El Rincón
Cuando venía a mi casa, mis hijas, que entonces eran niñas, revoloteaban a su alrededor como mariposas en torno a una luz. Les dedicó uno de sus libros más líricos y emotivos, 'La Rosa', sus memorias de infancia, y así reza la dedicatoria: «A... con el más tierno abrazo de su amigo Camilo José que también fue niño un día». En la intimidad, en las veladas privadas o familiares, Cela se comportaba como un dandy eduardiano de trato exquisito y cautivado. Decía que había sido educado para pequeño lord, asomando la solera de su buena crianza, aflorando la rama británica de su genealogía. Era el antípoda de ese tipo huraño con gesto de cabreo perpetuo, de esa imagen hosca e histriónica que se fabricó como señuelo publicitario, mediático y mercantil.
En las comidas, o no hablaba o no dejaba hablar a nadie. En un yantar copioso y generosamente regado, en el Rincón de Pepe, evocaba Cela la mucha confianza -decía- de las putas de una mancebía vecina del restaurante. El alcalde de la ciudad, que como anfitrión presidía la mesa, pidió de postre un plátano, un intruso en la fruticultura huertana. Era el mes de junio y un bodegón murciano de albaricoques, melocotones, paraguayos, nísperos, cerezas, ciruelas, sandías y fresas se desbordaba sobre el mantel. Cuando llegó el plátano, don Camilo lo cogió, dirigió un reverente cabezazo a la presidencia y lo devolvió al camarero diciendo: «Que se lo introduzcan por vía anal a la primera autoridad local».
Uno de los últimos libros de Camilo José Cela hace referencia a Murcia. Es un libro raro, un auténtico incunable del siglo XX que se titula 'La sima de las últimas inocencias'. Es un libro de lujo, de esos que le daban horror a Josep Pla y los incluía junto a los curas bien vestidos y las señoritas inexpertas. En una de las fábulas de este libro -'Ofelia'- cuenta Cela lo que dice que contó Shakespeare: Que Ofelia por no saber nadar murió ahogada en el Mar Menor, frente a Santiago de la Ribera. Y su cadáver «fue llevado por las olas algo hacia el sur, y su cabeza y sus pechos cubiertos de corales se llaman hoy Isla del Ciervo e Islas Hormigas». Otras heroínas de esta gavilla son la hetaira Miss Priscila Flagelación Pic, Melitona sin Camisa, llamada también Melitona la de las Tres Tetas, y Mademoiselle Mauricette, que se mecía en un columpia, mostrando al aire sus vergüenzas sin importarle la turbación que causaba en seminaristas y caritativas almas pías. La crítica sitúa este libro en la estética del barroco y Cela, maestro, se revela una vez más como alarife de la palabra. Es un libro que sinceramente recomiendo.
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