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Desde que el mundo es mundo, el hombre sigue preguntándose por el significado de la vida que lleva en este planeta a través de la poesía, una manera de cultivar la curiosidad y el asombro ante lo que desconocemos, como nos enseña Aristóteles en la ' ... Metafísica', siendo ambas herramientas fundamentales para cultivar la filosofía. Es lo que comprobamos al leer 'Desde que el mundo es mundo', el último poemario de Luis Bagué Quílez, dividido en cinco actos, como las obras de teatro clásico. Si la primera y la última sección, tituladas, respectivamente, 'Siglo XX©' y 'Comunidad digital', encuadran al ciudadano de este siglo XXI en relación con las retóricas del lenguaje publicitario y el informático, el meollo de la obra (los tres actos «centrales») pivota alrededor de esas preguntas cuyas respuestas nadie encuentra porque, como se afirma con tono aforístico: «Hay un demonio en todas las preguntas». Me refiero a 'Ética de mínimos', 'Ley de vida' y 'El libro de Isaac': aquí el tono se hace más intimista y, como el lector podrá descubrir en el anexo final 'Esto no es un paratexto', la familia, los recuerdos personales, la evocación de la pandemia que nos encarceló en nuestros propios hogares se convierten en ejes centrales a partir de los cuales desmontar el lenguaje de la publicidad, de la política, de la misma literatura, y lanzar una mirada sarcástica, irónica, pero, al mismo tiempo, melancólica sobre el mundo que nos rodea y, a veces, nos atrapa.
Autor Luis Bagué Quílez.
Editorial Colección Visor de Poesía. 78 páginas. Madrid, 2022.
Precio 12 euros.
Pienso en 'La generación de las hojas', poema en el que se evocan las muertes de los inmigrantes que intentan llegar a buen puerto a través del Mediterráneo y, en cuanto 'Póstumos descendientes de homo faber' demuestran una y otra vez (con cada muerte y cada naufragio) que «Desde tiempos de Homero son iguales / el dudoso destino de las hojas / y las generaciones de los hombres».
Pienso en 'Voz debida', poema cuyo título alude a la obra maestra de Pedro Salinas para evocar a su vez el llanto de Ulises cuando ve a su madre en el Hades y no consigue abrazarla: «He perdido una voz. / No responde si llamo», arranca el discurso de quien dice «yo»; «Llámame cuando llegues. / Da señales de vida», avisa ese mismo «yo» hacia su destinataria fantasma, consciente de que ya no la volverá a ver con vida.
Pienso también en 'Dura lex', poema en el que el acto de 'Detenerse a vivir' podría evocar el confinamiento duro de los primeros meses de la pandemia y, al mismo tiempo, el acto de quien, solo parándose a mirar la realidad exterior que lo rodea, toma consciencia de que «hay un ritmo vertical en la lluvia».
De lucha contra la horizontalidad y la fuerza de gravedad con la ayuda de la verticalidad se habla en 'Bípedos', el primer poema de 'El libro de Isaac', que el autor le dedica a su hijo: «Lo levanté otra vez / y él otra vez al suelo. / Continuamos un rato negociando / la verticalidad». De nuevo, aquí, percibimos la sombra alargada de Pedro Salinas: en un verso de 'La voz a ti debida' el «yo» lírico invoca a la amada con estas palabras: «Horizontal, sí, te quiero». Y si para el niño el conocimiento del mundo se lleva a cabo a través de una constante lucha contra la horizontalidad, para el adulto enamorado ocurre exactamente lo contrario: «El estar de pie, mentira: / sólo tender o correr», canta Salinas pensando en Katherine Withmore; «regresar al origen, / desarraigar los pies, / abrir bien los ojos / o conocer el mundo con las manos», afirma el padre que ayuda a Isaac a ser bípedo hasta que no llegan ambos a una solución a medio camino entre la horizontalidad que desarraigar y la verticalidad por conquistar: «Nos sentamos en el suelo los dos. / Anduve a gatas».
'Desde que el mundo es mundo' nos deslumbra por poemas como estos, por un intento contante de desmontar el lenguaje artificial de las retóricas que pretenden manipularnos en función de nuestro rol de homo economicus, y por iluminar lo que es nuestra 'Nuda vida'. Este es el título de un poema que es también cita literal de un sintagma de la obra de Giorgio Agamben, uno de esos filósofos que, igual que Luis Bagué Quílez, cultiva la curiosidad y el asombro para intentar entender eso tan difícil y tan fascinante a la vez: «La vida, pese a todo».
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