Si además de ser genios resulta que uno de ellos es Dios, la gracia es completa. Porque, según García Márquez -así se lo explica a una despechada Patricia Llosa que acaba de ver cómo su marido la abandona por una jovencita-, Vargas Llosa necesita que ... lo adoren. Y Mercedes, la esposa del escritor colombiano, apostilla: «Mario es Dios. Se siente Dios. Necesita que sus mujeres sean fanáticas religiosas de él». Jaime Bayly ha realizado un trabajo excepcional. Este escritor limeño, perteneciente a una de las últimas generaciones hispanoamericanas que ha irrumpido en el mercado editorial con una inusitada fuerza, sin dejar a un lado la verdad, los hechos reales y objetivos recogidos en su día por la prensa, lleva a cabo una encomiable labor que consiste, fundamentalmente, en hilar fino todo ese valioso material, dándole el equilibrio necesario para que este volumen sepa a novela y no a reportaje de revista del corazón.
Publicidad
García Márquez y Mario Vargas Llosa dan mucho de sí. Y no sólo por sus respectivas obras, que han merecido, en ambos casos, el Nobel de Literatura. Sus vidas merecían un capítulo aparte, con esas manías propias de los grandes genios, con esos rituales de los que ya se ven en lo más alto, con esa imperiosa necesidad de que sean reconocidos en su integridad, aunque ellos mismos sientan un cierto desprecio por la sociedad que los ha aupado a la cumbre.
Pero una vez concluida la obra, que posee una inequívoca estructura circular, puesto que acaba del mismo modo como comienza, con ese brutal e histórico puñetazo que el autor de 'La ciudad y los perros', por un asunto de celos, le propina al de Aracataca en el auditorio de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica de México, el lector se pregunta si Bayly, cuando habla de 'genios', sólo se refiere a estos dos escritores. Porque el desfile de figuras por estas páginas resulta abrumador: además de García Márquez y Vargas Llosa, con el fin de contextualizar los acontecimientos que aquí se narran, hacen su paseíllo torero, con un papel breve pero decisivo, artistas y autores de la relevancia de Pablo Picasso, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Bryce Echenique, Jorge Edwards o el español Juan Marsé que, en la Barcelona de aquella 'belle époque' de las letras, jugó un papel decisivo para que los novelistas venidos de América se sintieran queridos y arropados.
En tan sólo un par de líneas, el autor de esta novela describe, con gracia y una perfección absoluta, a uno de los primeros del grupo en desaparecer, Julio Cortázar, el autor de 'Rayuela', al que nos lo presenta como 'un torreón de sueños inalcanzables, un dragón enfermo de ternura, una torre de babel de erres arrastradas por los rieles del ferrocarril', haciendo así alusión a esa manera de hablar, tan afrancesada, del novelista argentino, que vivió sus últimos años en París.
Publicidad
Pero los genios no nacen ni se forjan por sí mismos. Necesitan el concurso de mucha gente a su alrededor para que, de vez en cuando, les pulan el oro del que están compuestos. De ahí que se considere todo un acierto que Bayly ponga sobre el tapete a todo un coro de secundarios cuyo papel en las vidas tanto de García Márquez como de Vargas Llosa fue decisivo.
Ahí está, por ejemplo, el editor Carlos Barral, que sacrificó su propia capacidad literaria para ponerse al servicio de aquellos a quienes descubría y publicaba sus obras. Lo hizo con Luis Martín Santos -del que se cumple estos días el centenario de su nacimiento- y su 'Tiempo de silencio', y lo haría, casi al mismo tiempo, con Vargas Llosa y 'La ciudad y los perros', su primera novela, que dejó patidifusos a los lectores más exigentes y a los críticos más exquisitos.
Publicidad
O Carmen Balcells, la representante de estos dos genios y de la mayor parte de escritores de aquellos dorados años: la Mamá Grande, como la llamaba con todo el cariño del mundo, Márquez. Una señora odiada y querida a partes iguales porque nunca pretendió ocultar sus intenciones: «Yo soy agente de mis escritores y de sus contrarios -llegó a afirmar, y así queda reflejado en lanovela-. Yo no tengo amigos, tengo intereses». Tan visible fue su presencia en la vida cultural de la época, que otro de sus representados, el mejicano Carlos Fuentes, se vio forzado a realizar una curiosa parodia del conocido microrrelato de Augusto Monterroso en estos términos: «Cuando Cervantes apareció, Carmen Balcells ya estaba allí».
Ni qué decir tiene que una novela protagonizada por estos dos genios, amén de todo ese excepcional reparto que los acompañan, tiene que ser divertida por obligación, o sería sin duda un trabajo frustrado. Interesa mucho la intimidad de los personajes, la cara b de sus vidas, aquello que, incluso, podría resultar vergonzoso.
Publicidad
Llama la atención que un personaje como García Márquez, tan amigo de Fidel Castro, tan comprometido con el socialismo y la revolución, rinda culto al Dom Perignon, que no es un escritor ni un pintor, sino un carísimo champán, sólo al alcance de los más ricos. Pero, al margen de los consabidos caprichos, de los que aquí nadie se libra, la intimidad también se extiende a los temores y temblores que sufren a lo largo de la vida los verdaderos artistas; como sucede con García Márquez, que se consideraba a sí mismo un hombre solo, «que siempre está huyendo de una multitud».
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.