Frente al modelo femenino de inspectora o detective sagaz y profesional que resuelve los casos con su mirada inteligente, el de la pardilla que aparenta ... una llamativa escasez de luces puede tener un inesperado atractivo. Un ejemplo lo hallamos en 'Fargo', la película de los hermanos Coen en la que la maravillosa actriz Frances McDormand hacía un insuperable papel de policía ingenua y cateta en un pueblo de la Minnesota profunda y que, pese a sus aparentes limitaciones, resolvía la intriga criminal con una inusitada solvencia gracias a su tenacidad metódica. La receta debió de gustarles a los Coen porque repitieron ese estereotipo en lo que luego fue una serie televisiva. En la tercera temporada, Carrie Coon interpretaba el papel de una jefa de policía rural que, con sus métodos rudimentarios, dejaba en ridículo a los veteranos del cuerpo.
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Algo o mucho tiene que ver con ese planteamiento argumental 'La presidenta', la última entrega del género negro de la escritora almanseña Alicia Giménez Bartlett. El lugar que hasta ahora había sido reservado en todas sus tramas policíacas a la inteligente, progresista y rebelde inspectora Petra Delicado y a su acompañante machista pero eficiente Fermín Garzón, es ocupado en esta ocasión por dos treintañeras inexpertas que acaban de salir de la Academia con un título de inspectoras que parece desbordarlas: las hermanas Berta y Marta Miralles.
Ed. Alfaguara. 342 páginas.
Precio: 19,9 euros (ebook, 11,99).
El caso criminal al que han de enfrentarse no podía ser más intimidante y peliagudo: en vísperas de su comparecencia ante el Supremo por una escandalosa trama de corrupción, la presidenta de la Generalitat Valenciana, Vita Castellá, aparece muerta en la lujosa habitación de un hotel madrileño. Esa es la imagen con la que se abre la novela y de la que se nos da una descripción poco piadosa: la de una ballena sin vida varada en una playa. A ese gráfico símil se añade el collar de perlas que no se quitaba ni para dormir y a este otros escabrosos detalles de un efectista realismo. En el revuelo que se ha organizado alrededor del cadáver, destaca la figura atribulada del director de la Policía Nacional, un tal Juan Quesada Montilla, al que le queda un año para jubilarse y al que no será difícil enrolar en la pantanosa misión de descartar la posibilidad del asesinato y de negar el envenenamiento con cianuro que pronto corrobora la autopsia. Es en el feo contexto de esa operación de despiste, en la que se halla conjurado el propio ministro de Interior, en el que son elegidas las dos inspectoras novatas con el evidente objetivo de que no descubran absolutamente nada. Y va a ser precisamente esa inexperiencia de las dos hermanas la que la autora sabrá explotar con una solvente técnica como aliciente paradójico de la investigación policial.
De este modo, no estamos ante la deslumbrante capacidad deductiva del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle ni ante la penetrante mirada del Hércules Poirot de Agatha Christie. Estamos ante dos personajes torpes y simplones, por no decir bobalicones, que, además discuten entre ellos en determinados momentos y que se pasan la novela dando rocambolescos palos de ciego hasta que de modo inesperado dan con la solución. A ese componente cómico, que quizá se dilata en el texto hasta lo exasperante, se suman las inevitables similitudes referenciales que, de forma intencionada, el caso guarda con el repentino fallecimiento de la alcaldesa de Valencia Rita Barberá. En este sentido, Alicia Giménez Bartlett no ha ahorrado, en la creación de su personaje novelesco, similitudes con aquélla por más superficiales que puedan ser estas: desde la apariencia física de la conocida líder conservadora de la política regional hasta las dramáticas y sensacionalistas circunstancias que rodearon su repentina muerte, pasando por los grotescos paralelismos en la trama corrupta en la que se vio enredada y por las descaradas afinidades fonéticas en la elección del nombre y del apellido, Vita Castellá invita al lector o bien al escarnio o bien a las más tenebrosas lucubraciones si bien ese aspecto morboso del libro le resta a su vez fuerza como verdadera intriga criminal. De este modo también, la nota de 'Advertencia al lector' que abre la novela sobre el carácter ficcional de lo que se cuenta, tiene un inevitable carácter irónico. Aunque más lo hubiera sido el tradicional 'cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia'.
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Ironías aparte, 'La presidenta' no deja de ser una novela bien escrita con el habitual dominio de la autora para aligerar el discurso narrativo intercalando ágiles y jugosos diálogos.
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