Sucedió un 13 de noviembre de 2015. Era viernes noche y se jugaba un Francia-Alemania en Saint-Denis. La juventud se divertía en las calles parisinas. Poco frío para un mes tan otoñal. Las terrazas de los bares parecían primavera. Llenas a rebosar, sonaba ... música de fondo. Se bebía vino, se fumaba de pie, siguiendo el ritmo de los acordes. Tráfico alegre por los distritos bobo, corbatas, faldas cortas y libertad. Se conversaba como si la vida fuese una sustancia imperecedera, asegurada. Occidente rebosaba de optimismo. ¿Quién lo impediría, si el mundo es nuestro? El mundo y la juventud. Los años de nuestro lado, pesarían los chicos, cerveza en mano. Las ciudades se habían convertido en oasis culturales. Las nuevas generaciones abarrotaban las universidades y las salas de conciertos. Esa noche, en Bataclan, tocaba un grupo de hard rock, Eagles of Death Metal. Y llegaron las 21:16.
Primero, una pequeña explosión en los aledaños del Stade de France hace saltar las alarmas. Poca cosa. Después, a las 21:25, un comando terrorista para su furgoneta en la rue Bichat, delante del restaurante étnico Le Petit Cambodge. Actúan a conciencia, con frialdad, como un frutero ordena un cesto de cerezas. Cuatro personas pierden la vida. Cinco minutos después, el segundo atentado suicida en los alrededores del estadio. En el mismo momento, aparece de nuevo la furgoneta. Acelera por la rue Fontaine-au-Roi, a los pies del canal Saint-Martin. Los terroristas disparan sus kaláshnikov hacia las terrazas de dos restaurantes: À la Bonne Biere y La Casa Nostra. Al menos cinco muertos. Seis minutos después, a las 21:36, en el cruce de la rue Charonne con Faidherbe, la furgoneta aminora hasta detenerse delante de La Belle Équipe, un bar de moda, y abate a 21 personas. A las 21:45 aún está por llegar lo peor. Cuatro terroristas entran en la sala de conciertos Bataclan y disparan a bocajarro contra la multitud, inmolándose finalmente. Al menos ochenta personas pierden la vida. La pista de baile es un amasijo de carne muerta y alaridos. A las diez aún hay una tercera explosión en las inmediaciones del Stade de France. Treinta y cinco minutos bastaron para contar 130 víctimas mortales y cientos de heridos. Media hora para golpear no a una ciudad, sino a una forma de entender la vida.
'V13'. El juicio y el escritor
No en balde, Zola fue francés, el escritor que inauguró un nuevo tipo de escritura, comprometida, pegada a los hechos, desde las ardientes páginas de 'L'Aurore', defendiendo al capitán Dreyfus en 'J'accuse'. A Carrère no le ha tocado acusar ni defender a nadie, pero sí ha asumido el papel de testigo del juicio a los terroristas del Bataclan de una forma estoica, durante nueve meses, asistiendo a cada sesión, escuchando los testimonios de víctimas y verdugos, intentando indagar en el alma humana, por muy oscura que parezca, cuando sobre las manos pesan decenas de muertos inocentes.
«Se juzgará a segundones, ya que los que mataron han muerto». Se juzga, pero se advierte: Europa luchará por defender la libertad, la música en las calles y la falda corta. Y Carrère escribe sobre esa sociedad que se niega a claudicar
Es el último giro de un escritor comprometido con la vida y con su vida, necesitado de esclarecer sus días y darle sentido al mundo que le ha tocado vivir. Carrère ha escrito un libro que trasciende lo judicial y lo histórico. Ha arrojado a los ojos de la contemporaneidad un tratado moderno sobre la compasión, con un esfuerzo titánico para entender el dolor de las víctimas, sus intentos de perdonar, pero también para acercarse a los motivos de unos jóvenes nacidos en Bruselas, en París, que decidieron abrazar la yihad.
'V13', publicado por Anagrama en España, es un relato que acompaña al lector por todos los estados de ánimo posibles. Desde el desgarro al describir minuciosamente los ataques (sangre por todas partes, miembros cercenados, gritos de dolor, la aceptación de la muerte inminente), pasando por el estremecimiento de los familiares, relatando la ausencia de sus hijos, hasta la indignación ante la actitud de los terroristas, hijos de la yihad o colaboradores desafortunados que transigieron un acto de tal espanto que escapaba de sus dominios.
Radicalización
Carrère se moja. Llora junto a las víctimas. Opina sobre la estrategia de los abogados. Sus horas sentado escuchando el juicio se convierten en páginas de contexto, en apuntes magistrales de derecho para principiantes. También empatiza con algunos terroristas. Se pregunta sobre la naturaleza de nuestras sociedades occidentales, la permeabilidad de nuestro sistema democrático, que no impidió la masacre, que permitió a Salah Abdeslam huir a Bruselas esa misma noche y no ser detenido porque las detenciones, en Bélgica, se hacen a la luz del día. Habla del perdón y del rencor, de los refugiados y del canal abierto para que terroristas accedan a Europa, de las mezquitas europeas y su papel en la radicalización, de las calles de París, sin cicatrizar, esperando una amenaza que tiene rostro. Cuestiona todo para llegar no a una verdad, sino a la limpieza de unos hechos, reflejada en la primera línea del libro: que esto jamás será el Nuremberg del terrorismo, porque los criminales se inmolaron aquella noche del viernes 13 de noviembre. «Se juzgará a segundones, ya que los que mataron han muerto». Se juzga, pero se advierte: Europa luchará por defender la libertad, la música en las calles y la falda corta. Y Carrère escribe sobre esa sociedad que se niega a claudicar.
Portada de 'El colgajo'.
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Portada de 'Aniquilación'.
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Una discusión literaria
De Francia hay que admirar su poder de convertir cualquier situación histórica, por muy macabra que sea, en un debate literario. Ha sucedido en las últimas décadas con el yihadismo y sus devastadores efectos en Europa. El punto de partida fue el secuestro y asesinato del periodista Daniel Pearl en Pakistán, en el año 2002, retransmitido en directo. La resaca del 11-S abría al mundo una nueva forma de mal. Los terroristas grababan en vídeo la decapitación de periodistas y extendían su sadismo por internet. Bernard-Henry Lévy escribió, un año después, un libro polémico por las implicaciones de la investigación. Viajó hasta Pakistán (él, que es judío) para relatar el calvario del periodista. '¿Quién asesinó a Daniel Pearl?' es un retrato del terror moderno y la triste inauguración de una escritura que ha traspasado los límites morales de la intelectualidad francesa.
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2002
Asesinato de Daniel Pearl en Pakistán.
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2003
Publicación de 'Quién ha matado a Daniel Pearl', de Bernard-Henri Lévy.
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30 de septiembre de 2005
'Charlie Hebdo' publica su portada caricaturizando a Mahoma.
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7 de enero de 2015
Publicación de 'Sumisión', de Houellebecq.
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7 de enero 2015
Portada de 'Charlie Hebdo' en la que se caricaturiza a Houellebecq.
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7-9 de enero 2015
Atentado contra la sede de 'Charlie Hebdo'.
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13-14 de noviembre de 2015
Atentado contra el Bataclan, el Stade de France y varios restaurantes del distrito X-XI.
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14 de julio de 2016
Atentado de Niza.
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12 de abril de 2018
Publicación de 'El colgajo', de Philippe Lançon.
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27 de agosto de 2020
Publicación de 'Yoga', de Emmanuel Carrère.
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16 de octubre de 2020
Atentado contra el profesor de filosofía Samuel Paty.
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Septiembre 2021-junio 2022
Juicio contra los terroristas del Bataclan.
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7 de enero de 2022
Publicación de 'Aniquilación', de Houellebecq.
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25 de agosto de 2022
Publicación de 'V13', de Emmanuel Carrère.
Después llegó Houellebecq, y con él cambió todo. Lo hizo porque su escritura está libre de complejos y contiene menos catastrofismo del que nos gustaría. 'Sumisión' nos sitúa en una Francia posible, tras la victoria electoral de un partido islámico en las elecciones nacionales. Se instaura, con la connivencia del partido socialista de Manuel Valls, la sharía. Donde antes se desnudaba la Marianne en las fuentes y plazas públicas, ahora se impone el hiyab. Houellebecq habla de un occidente cercano, sin dejar de ser distópico. Pero sobre todo, alerta de una realidad presente en muchos barrios de Francia y Europa.
Todo sucedió muy rápido. Al escritor excéntrico se le tildó de racista e islamófobo. La revista satírica 'Charlie Hebdo' ultimó para ese mismo 7 de enero de 2015 (coincidiendo con la publicación del libro) una portada en la que se veía a Houellebecq vestido de mago, fumando de forma decadente, y prediciendo que en 2015 perdería sus dientes y en 2022 haría el ramadán. Cuando la revista ya estaba en la calle, se produjo el brutal atentado en su sede, en venganza por una caricatura de Mahoma, asesinando a diecisiete personas, entre ellas, un buen número de caricaturistas. Incluidos los que habían diseñado la portada.
El terror quiso cumplir las predicciones del mago Houellebecq a base de kaláshnikov, bombas y furgonetas. Tras 'Charlie Hebdo' llegó el Bataclan, unos meses después, y al siguiente verano un camión mataba a 86 en el Promenade des Anglais, en pleno paseo marítimo de Niza, mientras se celebraba el 14 de julio. Escribir es mancharse, y por eso Houellebecq vive con la condena de buena parte de la intelectualidad francesa, enérgica a la hora de tildarlo de islamófobo pero displicentes con lo que pasa en los barrios parisinos.
Y así llegaron los testimonios de las víctimas. El más esclarecedor, por su calidad literaria y por lo esperado de su voz, fue el de Philippe Lançon, superviviente del atentado de 'Charlie Hebdo'. Caricaturista, su relato parte de la noche anterior a la masacre, de su perspectiva contraria a Houellebecq y de cómo el ataque le arrebató su vida anterior. Sin mandíbula inferior, cercenada por la metralla, su testimonio se impone al dolor, a los años de trauma y recuperación, la soledad del hospital Pitié-Salpêtrière y emerge un discurso carente de odio, pero sí lleno de inteligencia y perspectiva. 'El colgajo' (Anagrama) responde, en la distancia, a la lectura de 'Sumisión', un libro presente en cada página, tanto que se pueden leer como un diálogo.
Emmanuel Carrère, en 'Yoga', dedica varias partes de la obra a rememorar aquellos días del atentado, a recordar a las víctimas, muchas amigas, y visita Lesbos, la isla griega llena de refugiados, un lugar en donde a Europa se le abren las costuras entre la culpa y la vergüenza por alargar el conflicto migratorio. Se preguntaba el escritor por la bondad de aquellos refugiados, por sus miradas jóvenes y hambrientas, ante las críticas de esas voces radicales que anunciaban el apocalipsis, que los terroristas se vestían de pobres apátridas para entrar por la puerta trasera del continente. Tres años después de esas reflexiones, en 'V13', frente al banquillo de los acusados, la respuesta, con matices, queda resuelta, como reconoce el propio Carrère.
París siguió discutiendo sobre la islamofobia y la pérdida de valores occidentales. Y lo hizo, de nuevo, vestida de terror. En octubre de 2020, volvió la portada de Mahoma de 'Charlie Hebdo' a la palestra. Un profesor de filosofía de un barrio parisino la había mostrado a sus alumnos en una clase de secundaria sobre libertad de expresión. A los pocos días, los familiares de uno de ellos lo decapitó. Son las leyes de la sharía. Un lustro después en Europa se sigue matando por algo tan simple como hablar en libertad. En nuestras ciudades. En nuestros centros educativos.
En 2022 llegó 'Aniquilación', de Houellebecq, un libro que devuelve el guiño a Lançon, situando a su protagonista en el mismo hospital en el que se recuperó el caricaturista, haciendo converger un diálogo metaliterario entre dos escritores tocados por las funestas consecuencias del yihadismo. Cuando la novela ya estaba en la calle, concluía el juicio del Bataclan y Carrère sacaba punta a su lápiz para preparar la crónica de unos meses de dolor que conmocionaron la memoria de todo un país. Un país golpeado por el yihadismo pero que no renuncia a expresar sus dudas, temores, predicciones y buenismos en un debate literario a la altura del momento histórico. Se acabarán las balas y seguiremos leyendo que en Francia gana el pensamiento.
De camino a casa de Pepe Rodríguez (rue Parmentier)
La avenue Parmentier une el distrito X con el XI. Yo ya había decidido marcharme de París, tras cuatro años de estudios y trabajos ocasionales. Tomaba cada día ese camino para visitar a Pepe Rodríguez. Se había acabado mi tiempo allí, a pesar de las insistencias de mis amigos y de las pocas perspectivas que me ofrecía España. Salía de rue Vicq d'Azir y bajaba hasta el Canal Saint-Martin, epicentro de la buena vida, la felicidad, la juventud. Era un ritual, a pesar de alargar el paseo. Lo hacía con gusto. Subía hasta encontrar la avenue Parmentier. Dejaba atrás Le Petit Cambodge y antes de llegar a la rue de la Fontaine au Roi, cerca de La Casa Nostra, giraba por rue Deguerry donde la noche me ofrecía un acento español con el que conversar.
Recuerdo esos meses con tristeza. Ya había tomado la decisión de dejar París. Todo en la vida se acaba, incluida la ciudad más apasionante en la que he estado nunca. Se lo dije a Pepe Rodríguez antes que a nadie. Sus esfuerzos por intentar convencerme fueron inútiles. Se acabaron las conversaciones, las lecturas compartidas de Houellebecq, cuando 'Sumisión' solo era un chiste literario y no conocíamos el nombre de Lançon. Me marché la primera semana de noviembre de 2015. Cuatro días después, el camino de mi casa a la de Pepe Rodríguez se convirtió en un infierno. No he vuelto a pasar por allí.
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