Hubiera sido una pena. Una verdadera pena que la novela se hubiera perdido para siempre o que hubiera sido destruida por los herederos del escritor colombiano, que siempre escribe derecho, aun con renglones torcidos. Se podrá admitir que 'En agosto nos vemos' no es una ... obra maestra; que no está, ni siquiera, entre sus mejores aportaciones, al lado de títulos tan emblemáticos como 'El coronel no tiene quien le escriba', 'Cien años de soledad', 'El otoño del patriarca' o 'El amor en los tiempos del cólera'. De acuerdo. Pero no es menos cierto que a este relato póstumo que, ahora, diez años después del fallecimiento del autor, sale a la luz, no le faltan esos destellos de un inspirado García Márquez que nunca da puntada sin hilo, que siempre, aun en el ocaso de su carrera, mostró sus respetos por la literatura e intentó legarnos una obra original, única, como sucede con los grandes genios de la literatura universal a lo largo del tiempo.
Sus herederos, es decir, sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcia, en un brevísimo prólogo que va al frente de la novela, dan cuenta del hecho, no poco triste, de que su padre, justo cuando redactaba estas páginas, comenzó a perder la memoria, circunstancia que no le permitió escribir con el rigor acostumbrado, lo que para él siempre era la primera palabra del Credo: «La memoria -aseguraba Márquez en una cita que aquí se recoge- es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada».
La varita mágica de Gabo aparece cuando menos se la espera. Así como su imaginación desbordante, aunque sin despegarse de esa realidad en la que vivos y muertos conviven pacíficamente
Ha sido, pues, una buena idea que Rodrigo y Gonzalo, como ha sucedido con otros tantos escritores a lo largo del tiempo -Kafka, al que tanto aprecio le tenía García Márquez, ha sido el ejemplo más lacerante y paradigmático, hayan pasado por alto la orden tajante de su progenitor de destruir el manuscrito, aduciendo que 'este libro no sirve', como apostilló antes de perder definitivamente la memoria.
Porque es cierto que, como se afirma con rotundidad en el prólogo, breve pero sustancioso y revelador, en estas páginas queda demostrada su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora y su cariño por las vivencias y desventuras del ser humano. Se trata, en esta ocasión, de un personaje femenino, Ana Magdalena Bach, que transita por estas páginas que tanta nostalgia y buen recuerdo aportan a los lectores de siempre de este narrador. Ana Magdalena es, ante todo -como lo fue Emma Bovary, con la que mantiene algún tipo de paralelismo, en la novela de Flaubert-, una lectora de obras tan heterogéneas y diversas como 'Diario del año de la peste', de Daniel Defoe; 'El ministerio del miedo', de Graham Greene, o 'El día de los trífidos', la novela de carácter postapocalíptico de John Wyndham. Lecturas que nada tienen que ver con los libros de moda, y que nos descubren a un personaje sensible y recio a un tiempo, viviendo al límite, empeñado en desafiar las más elementales leyes de la gravedad sentimental.
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Género
Novela.
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Editorial
Random House.
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Año de publicación
2024.
La varita mágica de Gabo aparece cuando menos se la espera. Así como su mano sabia y su imaginación desbordante -sin recurrir, en esta ocasión, al recurso de la hipérbole-, aunque sin despegarse jamás de esa realidad en la que vivos y muertos conviven pacíficamente, en amor y compañía. Se aprecian, de vez en cuando, esas expresiones que sólo un autor como Márquez es capaz de inventar, o darles una nueva vida; como cuando habla del «esplendor del mundo desde la cumbre del cementerio», o del «corazón erizado» de quien sufre del mal de amores, o del aleteo de mariposas en el pecho, o de ese personaje masculino, amante por una noche de Ana Magdalena, caracterizado por sus «cabellos nevados y su bigote de senador». Márquez se permite, incluso, ofrecernos un pequeño detalle que hunde sus raíces en la más pura esencia del realismo mágico. Sucede en el último capítulo de la novela. Ana Magdalena, abrumada por las emociones, viaja sin rumbo ni sentido por los arrabales de los pobres; allí se encuentra con una carpa donde un mago ambulante es capaz de adivinar con su saxo una melodía popular conocida que alguien del público estuviera recordando en silencio.
Mediodías sofocantes
El ambiente en el que se desarrolla esta «historia de amor de gente mayor», como la denominó el propio García Márquez, un tanto crepuscular y viscontiano, aunque repleto de animación y colorido -y así se le hace justicia a esa excepcional cubierta, a cargo del artista vasco David de las Heras-, está directamente relacionado con el que se apreciaba en algunos de sus cuentos o, incluso, en ciertas obras 'mayores': mediodías sofocantes, hoteles extravagantes, calles con bazares tumultuosos, donde las cuadrillas de basureros «golpeaban con bastones los cuerpos tendidos en los andenes al amanecer para saber cuáles estaban dormidos y cuáles muertos».
En estas páginas queda demostrada su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora y su cariño por las vivencias y desventuras del ser humano
La fogosa y un tanto desorientada Ana Magdalena, que podría ocupar un puesto relevante entre los personajes femeninos inventados por el novelista colombiano, en su deambular por estas páginas, en un momento determinado, se acomoda en la cama, sin cambiarse de ropa ni apagar la luz, y se duerme llorando de rabia contra ella misma al darse cuenta de su «desgracia de ser mujer en un mundo de hombres».
Sólo García Márquez podría ser capaz de idear un final tan espléndido, de «maestría absoluta», como asegura Cristóbal Pera, el feliz editor de esta novela y amigo de la familia: el restaurador del lienzo de un gran maestro.
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