José Antonio Marina (Toledo, 1939), en su última visita a Murcia. Ros Caval / AGM
El libro de la semana de Ababol

'El deseo interminable', propósitos poéticos de Marina

Hay que cambiar nuestra percepción del placer y el sufrimiento. Tenemos que encontrar el equilibrio entre nuestra propia «astucia», la de disfrutar, pero tenemos que aceptar, para el interés del proceso que nos dio vida, el sufrimiento de la carencia para sentir el viento en la cara que nos indique que estamos en movimiento

Sábado, 25 de febrero 2023, 08:05

Una reciente visita de José Antonio Marina a Murcia para presentar su libro 'El deseo interminable', en el marco del Aula de Cultura de LA VERDAD, me inspira, después de leerlo, este artículo en el que mezclo sus buenas ideas con algunas ocurrencias propias.

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Cita ... Marina a Goethe diciendo «en el principio fue la acción», asombrosa intuición de la energía que la ciencia define como «capacidad de acción», precisamente. A esta genial frase le sobra, en mi opinión, «en el principio», pues no hay principio cronológico para la realidad, solo incesante cambio creador de estructuras simples y complejas, cuya cúspide es el ser humano, a pesar de nuestro pesimismo. Habría que decir, por tanto, algo así como «el sustrato de la realidad es la acción». Pero, nosotros hablamos de sustratos como Kant que hablaba de la «cosa en sí» por las limitaciones de nuestros sentidos que abarcan espectros limitados de la compleja realidad. Limitación que nos lleva a dividir el mundo físico en visible e invisible, audible e inaudible, etc.; división que prolongamos en la dualidad vida biológica, vida eterna o cuerpo y mente. Divisiones útiles provisionalmente, pero que, al cabo, confunden más que ayudan. Es decir, como Espinosa intuyó no hay más que una realidad balbuciente que actúa inconscientemente creando estructuras que, como el mismo Espinosa dijo, se rigen por el principio de conservación en el ser.

La acción no tiene otro propósito que la conservación, pero, prodigiosamente, la conservación genera el impulso de cambio que a nosotros nos parece dirigido, pero que en realidad es ciego, porque no hay antecedentes ni proyectos previos. Una luminosa ceguera que frena y expande, porque la verdadera conservación está en el cambio. Esta dialéctica de conservación y cambio, que se hace patente, muchos evos después, en las posturas políticas, es alimentada por el combustible más eficaz de todos: el deseo. Hegel habló de la «astucia de la Naturaleza» para referirse al engaño que supone que la persecución del interés individual redunde en el interés colectivo. Situados ya en la cumbre de la evolución que es el ser humano, podríamos decir, con más precisión, que la astucia estaría en la felicidad que al ser humano le produce llevar a cabo la acción de la naturaleza. Entendida la felicidad como el control de la repetición de los goces asociados a las tres dimensiones de la condición humana: el sentir, el pensar y el actuar. El placer sería el anzuelo para la reproducción (sexo, gusto) y la conservación (vista, oído, olfato y tacto). El goce intelectual sería el anzuelo para la construcción de casitas o catedrales teóricas para la solución de los problemas materiales y mentales (artefactos tecnológicos, institucionales y espirituales). Teorías físicas, sociológicas o religiosas que se ajustan a la realidad mediante la experimentación y, finalmente, el goce productivo -que lleva a la realidad las teorías soñadas- sería el premio a la generación de nuevas realidades.

Astucia

La felicidad, que ya hemos dicho que sería la suma de esos goces, puede ser estéril si se limita al disfrute matando la pulsión de cambio. Aquí es donde el deseo muestra su potencia, no tanto por ser deseo, como por ser insaciable. Solamente esta insaciabilidad garantiza que el proceso evolutivo continúe no sabemos hacia dónde. Aquí es donde la Naturaleza muestra su verdadera astucia: impidiendo que ninguna estructura de la realidad, incluyéndonos a nosotros, se pare en el camino y se quede disfrutando de lo que no es más que una herramienta útil: los placeres. De ahí la esterilidad de filosofías como el estoicismo o epicureísmo o pasividades como la contemplación mística o formas de vida cínicas o de eremitas.

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El deseo es el motor y su insaciabilidad y el displacer consiguiente la garantía de continuidad en el esfuerzo. Siendo esto así, hay que cambiar nuestra percepción del placer y el sufrimiento. Tenemos que encontrar el equilibrio entre nuestra propia «astucia», la de disfrutar, pero tenemos que aceptar, para el interés del proceso que nos dio vida, el sufrimiento de la carencia para sentir el viento en la cara que nos indique que estamos en movimiento. Paliados los dolores físicos, alimentados y gozados los cuerpos en piruetas sexuales y amatorias, tenemos que aceptar la ansiedad para no consumirnos en la esterilidad paralizante.

Evolución

No menos apasionante resulta la proyección de estos movimientos ontológicos en la política o el arte. Menciona Marina las metáforas como recurso de los niños para nombrar aquello para lo que, todavía, no tienen nombres. También la capacidad posterior de usar las metáforas con propósitos poéticos. Pues, precisamente la producción poética es parte principal de ese movimiento asombroso de la evolución, pues el poeta rompe la telaraña del lenguaje convencional para poder nombrar, no ya objetos a la vista -como hace el niño-, sino conceptos y sentimientos que percibe el poeta como vibraciones de sus entretelas espirituales anunciando nuevos mundos. Pues bien, la política, bajo la especie de acción para la conservación, rápidamente es transformada en acción para el cambio. De ahí el conflicto inacabable de los que perciben como su misión conservar y los que sienten que su tarea es el cambio. La armonía estaría en la conservación mutante, pero este es el día que, puesto que la naturaleza no ha creado individuos capaces de armonizar en sí conservación y cambio, el único modo de progresar es encargando la gestión de los asuntos a unos y otros. Esto le da a la democracia un fundamente ontológico muy lejos del ingenioso cinismo de Churchill.

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Terminando: parece una buena idea experimentar sin ansiedad la provisionalidad de la satisfacción del insaciable deseo. Esta perspectiva de su trascendencia evolutiva, nos puede llevar a una nueva forma de felicidad saltando al vértigo de una nueva dimensión de la realidad en la que la ansiedad se incorpora para renovar de forma sofisticada nuestra paleta de placeres. Quizá, así, el temor de Marina a la desaparición de la ética, como referencia objetiva, social, de la conducta humana pueda transformarse en la seguridad de que, tras el fracaso de una política de adormecimiento, nacerá poderosa de nuevo la realidad vital rompiendo la costra acumulada.

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