Carmen M. Pujante Segura
Sábado, 8 de febrero 2025, 07:53
Una humana encuentra por casualidad a una perra, o mejor, la Humana encuentra por necesidad a la Perra. Ese momento, el del necesario azar (tan literario), será el detonante de El celo, la última novela de Sabina Urraca (San Sebastián, 1984). No sabemos ni sabremos ... de dónde ha salido ese animal, abandonado, descuidado, que derrama sangre desde la primera escena del libro; en cambio, iremos conociendo de dónde viene esa joven, abandonada, descuidada, que ha derramado sangre en episodios de su vida paulatinamente desvelados a lo largo de la obra.
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En 'El celo' se cuenta una historia lineal, de encuentros y desencuentros, que se despliega durante apenas unos meses de la vida de la Humana en compañía de la Perra, una vida que puede encontrar explicación en el pozo de los treinta y dos años anteriores. La protagonista ha vuelto a la ciudad y entabla amistad con las mujeres maltratadas con las que comparte grupo de terapia y sustancias varias, o lo que es lo mismo, se ha alejado de la isla y del pueblo de su infancia y su adolescencia y huye de sus tóxicas relaciones familiares y sentimentales. La conocemos en ese solitario pero ruidoso presente, en esa huida hacia adelante, hacia el futuro, en la que no se pueden esquivar los ecos insoportables del pasado. De ahí que en la novela sobre la Humana no haya solución de continuidad en el orden narrativo ni tampoco en las palabras del ayer y del hoy, de unos y de otros, como tampoco la hay entre diferentes discursos y textos, que juegan también con la tipografía e incluso con la ortografía: la narración omnisciente alterna con intervenciones en estilo directo de los personajes, chats de foros de internet, entradas de enciclopedia, emails, fragmentos de poemas...
La lectura arranca sin asideros en las primeras páginas, compartiendo la desubicación de la protagonista. Ante la inestabilidad emocional y física, pronunciada por un texto híbrido y polifónico, tampoco la constante que cohesiona prácticamente la totalidad del relato, como es la voz narradora en tercera persona, permanecerá inmutable, pues significativamente, sugerentemente, se verá alterada, transmutada, en un final simbólico, sin sentencia, de la novela.
El ritmo novelesco se marca bien gracias a la estructuración por capítulos, diez capítulos directa o indirectamente dedicados a los principales personajes de El celo: aparte del primero y el último, centrados respectivamente en la propia protagonista humana y en la protagonista animal, en el resto de capítulos leeremos sobre la Abuela, sobre el exnovio, sobre el grupo de terapia, sobre una de las asistentes como es Mecha o sobre las santeras, la mayoría con nombres simbólicos o genéricos. Se sumará una psicológica o una instructora de yoga, personajes todos al filo de la distorsión, en los que, a pesar de todo, la Humana intenta hallar respuesta y refugio más allá de las peores maldiciones, las de las historias que se heredan, que se repiten.
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Sabina Urraca despliega su estilo propio, ese que acaricia y araña en una literatura escatológica, palabrotera y poética a un tiempo. Se puede apreciar bien en una escena de extrañas caricias (como la de la portada), pero caricias al fin y al cabo. Se da un momento, en el segundo capítulo, en el que la Perra no entiende por qué la Humana se acerca tanto a su cuerpo pero no quiere que cese ese momento, de madrugada: «Y la Humana, que tiene el diccionario de la ternura con las hojas arrancadas, que no sabe ya cómo se acerca una al calor del otro, la mira profundo a los ojos» (p. 66) -recordemos que «celo» en latín quiere decir «ardor»-. Lo que al principio es una simbiosis entre mujer y perra acabará convirtiéndose en un cruce entre los diversos personajes femeninos. Y es que a lo largo de la novela se van produciendo una suerte de metamorfosis, como la mutación de Daniel en el Predicador o, inversamente, la de la Perra en Cima. No sabremos realmente qué siente la protagonista, puesto que no es capaz de verbalizarlo al sufrir esa atrofia de la capacidad narrativa ligada a la crisis de la subjetividad (explicada recientemente por Lola López Mondéjar en su premiado ensayo 'Sin relato').
Editada en mayo de 2024 y reeditada en octubre del mismo año, la novela con la que Sabina Urraca confirma su faceta de novelista llega con el don de la oportunidad a la sociedad y a la literatura. La historia de El celo puede medir la temperatura de una sociedad como la española, sumida en problemáticas como la del consentimiento sexual, la salud mental, el maltrato físico y psicológico, el abuso de fármacos, la reconfiguración de los espacios urbanos y rurales, la infravivienda, etc. También puede medir la de la más reciente literatura en español gracias a consonancias con escritores y escritoras que vienen prestando una especial atención a la animalización humana y a la humanización animal, o al contraste de la vida entre el pueblo y la ciudad, entre otras recurrencias observables en narradores tales como Pilar Adón, Andrés Barba, Sara Mesa o Lara Moreno (aunque también en poetas, como el del murciano Luis Sánchez Martín, que trata habitualmente los conflictos familiares y la depresión). Igualmente, en El celo asistimos a crudas escenas como la de un aborto o la demencia de una madre reflejadas, por ejemplo, por Annie Ernaux en esas obras que le valen el Premio Nobel de Literatura en 2022.
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En cualquier caso, se trata de historias que, con mayor o menor distancia, ni a la escritora ni a los lectores les han de resultar ajenas. No tiene por qué serlo la historia de alguien que un día se da cuenta de que un día no es capaz de atarse los cordones, ni de alguien que tiene una «abuela bebé» que quiere reencontrarse con su madre, ni de alguien que se hace inseparable de una perra encontrada en un pueblo cualquiera (de Murcia). Nada es ajeno gracias a la literatura.
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