Noviembre de 2018
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Miro a la montaña a través de una ventana rota, en el interior de la casa en ruinas que compré unos días ... atrás. Inquieto y a la expectativa, como uno de tantos animales que en este momento estarán escondidos en sus madrigueras aguardando a que escampe. Llueve sin parar desde la madrugada. La manta de agua potencia el perfume del romero y del cantueso en estas últimas semanas del otoño, extrañamente húmedo. Los pinos, los algarrobos, los acebuches, el esparto y las plantas aromáticas abrigan una sucesión de lomas y pequeños barrancos que buscan el mar. Un Mediterráneo que en la lejanía se percibe revuelto y pulverizado con espuma. Me ciño la capucha del chubasquero para salir al exterior y me siento un bicho más de la sierra de Almenara. Espero ser bien recibido aquí.
La vivienda no es muy grande y está orientada al sur, en un promontorio encajado entre montañas. Con una era frente a la fachada, un eucalipto delante y un pino carrasco detrás. Calculo que la construcción tiene unos ochenta años y sospecho que debió de habitarla una familia humilde, como todas las que dieron vida hasta la mitad del siglo pasado a esta modesta cordillera que se extiende entre Lorca, Águilas y Mazarrón. Un territorio para iniciados en la esquinada Región de Murcia. Casi desconocido, poco apreciado y milagrosamente bien conservado.
No ha sido fácil andar este camino, pero hace unos meses encajó todo: los propietarios accedieron por fin a venderme la finca, treinta y cinco hectáreas de monte, e Inma claudicó por aburrimiento. Puede que nos encontremos en esa etapa de la relación en la que sencillamente queremos lo mejor para el otro. Aunque me ha dejado claro que no cuente con ella para mi aventura de reconstruir una casa en la sierra, una extravagancia que no entraba en sus planes, y mucho menos ahora. De hecho, ni siquiera sabe dónde está. Solo me pide que la tenga informada de lo importante y que no me pase ni un euro del presupuesto que hemos acordado. Le gusta mucho el campo, «pero no este campo», responde invariablemente a mis intentos de convencerla. El paisaje de la Almenara le parece demasiado árido. Así que de momento tendré que ocuparme yo de todo.
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Siempre he querido tener un refugio en la montaña; no para dejarme barba, comer raíces y vivir como un ermitaño, sino para alejarme durante unos cuantos días del teléfono y las prisas, de las ruedas de prensa, las noticias urgentes, los plazos de cierre y en general de la conexión continua, en ciclos de veinticuatro horas los siete días de la semana, que nos ha convertido a los periodistas en esclavos digitales. No un chalé de fin de semana para hacer barbacoas con los amigotes donde corran las cervezas y atruene el reguetón; lo que busco es un escondite íntimo en el que leer y escribir, pasear y disfrutar del paisaje y el silencio. No una segunda vivienda convencional con televisión, piscina y wifi, más bien un espacio personal donde solo el fuego de la chimenea compita por mi atención con los libros, el paso de las nubes y la fauna silvestre. Y espero que también con el cuidado del bancal de olivos y almendros, que está pidiendo un labrado a gritos.
También huyo de algo que me persigue. Una nube negra, un lobo incansable. Pero eso solo lo sé yo.
A las diez de la mañana deja de llover y el sol comienza a reventar las nubes. Las tormentas cesan de golpe en estas tierras. El cloqueo de un bando de perdices me hace sospechar que hoy no caerá más agua.
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Saco un cuaderno de la mochila y me siento en el escalón de la puerta principal, en realidad una piedra desgastada y casi rectangular extraída seguramente de la rambla para otorgarle esta función doméstica. Una transición lógica entre la naturaleza y el hogar, me da por pensar. Hace casi cien años se construía como se podía. Es lo primero que anoto: «Conservar la piedra en el acceso a la casa. Desmontar con cuidado para recolocarla en el mismo sitio».
Y a continuación escribo las ideas básicas de mi futura casa en el campo:
«Concepto.
Cabaña contemporánea, un lugar de retiro para leer, escribir y volver a la tierra. No para vivir ni pasar largas temporadas, aunque tampoco es descartable.
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Proyecto general y entorno.
Tres volúmenes: casa, pequeño almacén o cuarto de aperos (bicicletas, herramientas y leña) y horno moruno. Almacén no imprescindible, horno moruno innegociable. Adecuación de exteriores, paisajismo y cerramiento vegetal sin recurrir a muros ni vallas antiestéticas. Una casa en la naturaleza y con la naturaleza.
Tratamiento del camino. ¿Lo dejamos como está? ¿Algún tipo de pavimentación que se mimetice con el terreno? Estaría bien evitar la intrusión de polvo.
Revegetación del entorno de la vivienda con flora autóctona y algunos árboles que aporten sombra. ¿Algarrobos?
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Piscina: NO.
Pérgolas y otras estructuras exteriores: NO.
La construcción.
Criterios sostenibles en cuanto a materiales y técnicas de edificación, pero no necesariamente una vivienda ecológica. Una casa respetuosa con el medio ambiente, pero sin obsesiones.
Rehabilitación-reconstrucción tradicional con un mínimo toque que le aporte actualidad, algún detalle muy sutil.
Mortero de cal y ladrillos artesanales, madera certificada y resto de materiales sostenibles, en lo posible.
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Conservar las tejas originales. ¿Se puede aprovechar algo más de la casa, puertas, rejería, suelo?
La casa.
Un solo espacio con un dormitorio subterráneo y otro comunitario en altillo que también funcione como zona de almacenamiento.
En la planta: cocina mínima e integrada, como en un 'loft', chimenea (¿abierta o cerrada?) y escalera liviana para subir a la buhardilla. Zona de estar y lectura frente a un gran ventanal con vistas a la montaña, muy horizontal, para que el paisaje entre en la casa. Las dos ventanas pequeñas de la construcción original no tendrían sentido ahora.
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Abastecimientos (electricidad y agua).
Placas solares o tendido eléctrico. En este último caso, ¿línea soterrada o aérea? Hay un pozo al otro lado de la rambla pero lleva décadas seco y los trámites ante la Confederación Hidrográfica del Segura para sondearlo podrían ser eternos. ¿Aljibe excavado en el terreno para recoger agua de lluvia o un depósito? El depósito, ¿enterrado o al aire?
Trámites.
La casa tiene escritura y la primera consulta con el Ayuntamiento de Águilas es positiva. Se puede rehabilitar mientras no se supere el volumen original construido. Finca dentro de la Red Natura 2000, en una zona protegida por la normativa ambiental europea; tener en cuenta posibles limitaciones. Consultar en la Comunidad Autónoma.
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El huerto.
Hay algunos olivos (veinte) y unos pocos almendros que habría que recuperar. Ver la posibilidad de plantar unos naranjos. Importante la disponibilidad de agua para regarlos. Solo son imprescindibles olivos y almendros».
Me levanto y recorro despacio el interior de la casa, un laberinto de compartimentos oscuros salvo una habitación donde se ha hundido el techo. Excrementos y plumas de palomas torcaces cubren el suelo. Huele a humedad y siento más frío que en el exterior. Localizo la esquina donde habrá que excavar el dormitorio y dibujo un plano en la penumbra. Me gusta la idea de una habitación bajo tierra, como el camarote del armador de un barco. Una pequeña tronera horizontal bastará para la ventilación y que penetre un mínimo de luz natural. He copiado la idea de una casa de recreo danesa que vi en una revista de arquitectura: una construcción minimalista con solo un cubo en el interior, para el baño, que oculta el acceso a un cuarto secreto.
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Pretendo algo parecido, pero únicamente por dentro. Porque en apariencia será una casa de labor, como tantas en esta zona, que solo llamará la atención porque estará recién reconstruida y encalada. Y me gusta la idea de que en la noche, cuando arda el fuego o encienda una lámpara, se perciba a lo lejos como un faro en la montaña. Un lugar seguro al que llamar a la puerta y te inviten a pasar y tomar un café.
Recojo la mochila, arranco el coche y enfilo el camino mientras echo una última mirada por el retrovisor a la vieja fachada. La casa se va achicando en el espejo hasta que se queda sola de nuevo en su silencio.
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