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Carmen María Pujante Segura
Catedrática de Teoría de la Literatura de la UMU
Sábado, 29 de marzo 2025, 07:47
Que tres adolescentes con problemas mentales consigan fugarse es un buen comienzo para una historia, pero solamente puede ser eso, el comienzo, si es el de una buena historia, como es la tramada en 'El borde cortante'. En los primeros breves capítulos de los setenta y nueve que conforman la última novela de Ginés Sánchez (Murcia, 1967) se hará realidad el plan maquinado por ese trío de amigas del hospital psiquiátrico: dos de ellas lograrán escaparse del «loqueródromo» y se encontrarán con una antigua compañera para pasar un intenso fin de semana. Esta ha cogido, a escondidas, las llaves de la casa de veraneo adonde llegarán desde la ciudad en bus, con el dinero que también le ha quitado a su madre.
La novela estrecha esos límites espaciotemporales para poner el foco sobre las reacciones de libertad de las jóvenes, y lo pondrá tan cerca que costará mirar. Se abastecen de comida basura y de algunas sustancias para ese par de días en los que cada una dará rienda suelta a su monstruo, a esa locura para la que no se encuentra definición posible. Dos de ellas apenas saldrán de la casa, y menos mal, pues las reacciones resultan imprevisibles en esa búsqueda sin brújula; en cambio, la tercera en discordia apenas entrará, y menos mal, pues, cuando lo haga, acompañada de un joven con voluntad de ayudar (y de matar su morbosa curiosidad), también desatará lo inesperado.
Mari Cruz puede llegar a ser Mari y también Cruz y dice apellidarse Goebbels como su supuesto antepasado nazi, Litolbely no es capaz de recordar su verdadero nombre y Carrie, Carrie King, se llama la tercera de ellas en homenaje a las historias de terror. A Mari Cruz su madre no quiere odiarla pero la odia, a Litolbely una madre desdibujada en la memoria la abandona y otra (a la) que acaba enfermando la adopta, y a Carrie su madre la llama por teléfono una y otra vez mientras pasa unos días de vacaciones con su nuevo novio. Todas encuentran una manera de dañar sus jóvenes cuerpos, con bordes cortantes o con lo que sea. Todas gritan y gritan, pero nadie las escucha; de hecho, el grito constituye uno de los leitmotivs de la novela, junto a otros como podría ser, aunque de manera más sutil pero igual de contundente, el de la madre, en mayor medida que el del padre.
Estas 'besties' quieren pasar un rato 'chill', 'literal', porque les 'renta', a ritmo de reguetón y trap. Seguramente 'El borde cortante' permanecerá, entre otras cosas, como una obra que retrata la jerga juvenil de los años veinte del siglo veintiuno antes de que, de acuerdo con las leyes naturales (afortunadamente), caduque y se extinga. Ginés Sánchez es bueno ideando y construyendo diálogos ágiles y cortantes, y lo sabe, de ahí que les reserve un espacio destacado en esta novela, permitiendo en ocasiones que esos giros empapen la voz narradora y sean compatibles con la palabra lírica.
Los personajes y los diálogos hasta tal punto son fundamentales que determinan la estructura y el ritmo de las intensas (di)secciones de la novela, cuya línea argumental, en contados momentos, se verá interrumpida por una prolepsis gracias a la cual los lectores podremos conocer el desenlace del desenlace, años después.
Con todo, no se reserva el redoble de tambores para el último de los capítulos, sino que en cada uno de ellos cae un rotundo telón que el lector querrá que se vuelva a levantar en el siguiente. Esta historia es una tragedia, pero también una obra muy cinematográfica, como otras del autor. No solo fortalece las soluciones constructivas que sabe que funcionan literariamente, sino que se encontrarán otras recurrencias temáticas y motívicas propias, como es el mundo de la adolescencia (desde una de sus primeras novelas, 'Lobisón'), entre otras, como la imprescindible presencia de los animales, pues también en esta obra se pasean hombres lobo y tigres, aparte de muchas hormigas, arañas, gusanos y serpientes, entre el mundo real, el simbólico y el imaginario.
Como en la anterior novela del escritor, 'De tigres y gacelas', la historia se desarrolla en la Región de Murcia. En la recientemente publicada se amplían esas localizaciones, contrastando la ciudad, que en un momento dado se identifica explícitamente con Murcia, con unos pueblos de la costa marmemorense, también explicitados (como San Pedro «de algo» o San Javier). Además, al final de 'El borde cortante' se busca a una de las adolescentes por pedanías de la huerta murciana, en un paisaje en el que podrían cruzarse con los personajes de esa novela anterior. Por ello, junto con aquella, podríamos pensar en el díptico murciano de Ginés Sánchez (y también preguntarnos: ¿continuará?, ¿habrá trilogía?).
Tales localizaciones, de hecho, son necesariamente explicitados para introducir una subtrama crítica e interesante: la de los pozos ilegales que se utilizan para la agricultura en esta región española (de ese hilo bien se podría tirar más, en esta u otras obras, literarias o de otros géneros como el cine). De este modo, esta última novela de Ginés Sánchez no solo dialoga con las anteriores del autor, sino con otras recientes en diversos sentidos, en clave ficcional o no, como 'Lodo', de Begoña Méndez, o 'El dolor de los demás' y 'Anoxia', de Miguel Ángel Hernández (aparte de 'Las novias', novela sobre adolescentes hoy, de Cristina Morano). En la literatura contemporánea hay espacio para el desastre ecológico de provincias y de lo que no son provincias, debe haber espacio para ello, para la «poesía del asco», como se lee en 'El borde cortante'.
Al borde, en el borde, el del abismo de la vida, se encuentra el triángulo protagonista de esta novela de Ginés Sánchez y con ellas, todo aquel que está cerca y que lee esa historia de locura, eso que, tras páginas y páginas, solo una de ellas consigue definir para nosotros «como una insatisfacción muy grande», «como saber cómo eres tú. Pero saber que nadie lo va a entender», ni aunque lo grites.
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Lucía Palacios | Madrid
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