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Si es verdad que «vivos y muertos componen un país» (así lo afirma Federico García Lorca en su famosa 'Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros' que se incluye en el exergo de 'La frontera interior'), Manuel Moyano visita el mapa de España (o una parte ... del mismo) con la intención de cartografiar un territorio inmenso en el que las fronteras entre el mundo de los vivos y el de los muertos tienden a desdibujarse y a diluirse. 'La frontera interior' (RBA, XVI Premio Eurostars de Narrativa de Viajes 2021), el último libro de Moyano, es fundamentalmente un viaje en busca de las huellas que los muertos dejaron para que los vivos que tengan voluntad o ganas de escucharlos puedan volver a entrar en contacto con ellos y puedan sorprenderse de sus hazañas (viles o heroicas, nobles o bárbaras) y de sus palabras (a veces esculpidas en mármol en versos que se resignan a desaparecer del todo).
Género: Narrativa de viajes.
Editorial: RBA. XVI Premio Eurostars Hotels de Narrativa de Viajes 2021.
Colección: Otros No Ficción. 176 páginas.
Precio: 18 euros.
Si en 'Cuadernos de tierra' (Menoscuarto, 2020) se trata de remontar a pie el río Segura desde Orihuela hasta su nacimiento, en 'La frontera interior' será Sierra Morena el lugar escogido por el que el escritor nos acompaña con su coche entre evocaciones líricas del paisaje que contempla a lo largo del viaje y reflexiones hondas sobre el paso del tiempo y sobre la Historia que configura también nuestro presente. El espacio se convierte en el elemento tangible y visible que permite ahondar en el tiempo, ese flujo incesante de objetos, de eventos y de seres humanos que nos antecedieron. Es lo que se puede comprobar al empezar el acto de la lectura: cerca de Santa Elena, Las Navas de Tolosa evocan inmediatamente la famosa batalla que se libró en 1212 entre «moros y cristianos» y que determinó el «principio del fin» de la dominación árabe en España; sin embargo, el museo del pueblo consagrado a recordar aquella batalla está vacío. Al preguntar por la falta de visitantes y la falta de publicidad, el director del mismo museo le explica a Moyano que, si por un lado no se quiere «echar más leña al conflicto entre cristianos y musulmanes» que sigue «en plena combustión» en pleno siglo XXI, por el otro, aquella batalla famosa sigue «asociada» al régimen franquista, debido a la manipulación ideológica que de la misma llevó a cabo el franquismo. He aquí lo que Paul Ricœur definiría como «el conflicto de las interpretaciones». Da vértigo pensar que lo «políticamente correcto» nos impide ver con los ojos del cuerpo, además de con los de la mente, las huellas del pasado de una Historia que sigue influyendo en el presente.
Es lo que ocurre también hacia el final del libro cuando, ya cerca de la frontera con Portugal, Moyano se topa con los lugares que vieron en acción a Miguel Hernández, en particular, la celda en la que quedó preso tras haber sido interceptado por las «guardiñas» del dictador Salazar. Augusto Thassio, investigador que ha estudiado a fondo los últimos días y los últimos movimientos del poeta oriolano, le enseña al autor los lugares en los que éste intentó escapar hacia Lisboa, para luego embarcarse rumbo a América Latina, antes de que se cumpliera el aciago hado que el mismo Hernández evoca en estos versos de 'El rayo que no cesa': «¿A dónde iré que no vaya / mi perdición a buscar?».
La Historia se une a la Literatura, igual que el espacio narrativiza el tiempo. Es lo que ocurre, por poner un ejemplo entre muchos, en el viaje a la Venta de la Inés (también conocida como «del Alcalde»), lugar próximo a la ruta llamada 'Camino Real' que antiguamente unía Córdoba con Toledo. Es en este pueblo donde Moyano conoce a Luis Miguel Román, técnico industrial que, apasionado lector del 'Quijote', empieza a volcarse en el estudio del espacio geográfico 'real' por el que trascurren las andanzas del loco hidalgo. Román le explica con cantidad de datos «objetivos» porqué debió de ser aquella la venta de Palomeque del mundo de ficción y porqué Cervantes no tuvo que imaginar mucho al ambientar los episodios más emblemáticos de la Primera Parte de su obra en aquel lugar más cercano a Alcázar de San Juan que a Despeñaperros. La pregunta de Román sigue en pie: «¿Para qué [Cervantes] iba a inventarse unos caminos, unos parajes, si ya los conocía?» (p. 66).
Y luego, claro, está el «yo» de quien narra todo lo que leemos con el alma en vilo, con la curiosidad de descubrir a nuevos personajes y nuevos relatos. Está el «yo» del autor que es también narrador y protagonista de su mismo viaje: «Me hallaba en las estribaciones de Sierra Morena y desde allí podía ver grandes fábricas de aceite fuertemente iluminadas y oscuros campos de olivos que se perdían en todas direcciones. Seis o siete gatos se apretujaban bajo un banco de piedra, dispuestos a afrontar el helor de la noche. La Osa Mayor y Orión brillaban en el cielo ahora despejado con intensidad, y sobre la llanura resplandecían numerosas poblaciones, como islas de luz en la negrura. Una de ellas debía ser Úbeda, la antigua Ubadat de los musulmanes» (p. 35). Este fragmento, desarrollado líricamente a través de la sinestesia y de una sutil capacidad por ampliar el rango de la visión de lo microscópico (esos gatos que se apretujan para afrontar el frío de la noche) hasta lo macroscópico (las constelaciones que, desde los tiempos de Ulises, nos permiten guiarnos por el mar abierto), demuestra lo que el mismo Moyano afirma cuando cita a Francisco Umbral: «La belleza está en los ojos que miran» (p. 90).
Y, podríamos añadir, esa belleza se encuentra en los ojos de quien se abandona a la «curiosidad» y a la «maravilla» que, como afirmaba ya Aristóteles, son los dos motores fundamentales para conocer el mundo que nos rodea y encontrarle sentido aun sabiendo que, a lo mejor, no tiene ninguno.
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