'Étant donnés' (La cascada), última gran obra de arte de Marcel Duchamp.
NUEVA PUBLICACIÓN

Marcel Duchamp, el artista del siglo

'Étant donnés', una obra aparentemente excesiva en su aparato visual, constituye una auténtica trampa para el espectador

PEDRO ALBERTO CRUZ

Lunes, 7 de noviembre 2016, 22:52

Cuando hablas sobre Marcel Duchamp (1887-1968) con personas que lo conocieron -el dramaturgo Fernando Arrabal, la artista Carolee Schnemann, el coleccionista Pere Vehí-, el tenor de los comentarios suele ser siempre el mismo: un señor educado, más bien silencioso y, en cualquier caso, reacio a hablar sobre arte. De hecho, me comentaba hace años la propia Schnemann que nadie que no estuviera en contexto y atesorase conocimientos de Historia del Arte podría llegar a pensar que ese individuo era no solo un artista, sino uno de los más influyentes de la historia. De hecho, desde mediados de los años 20, y tras los escándalos consecutivos causados por 'Desnudo bajando la escalera' (1912) y su célebre 'Urinario' (1917), Duchamp decidió descansar del arte y consagrarse al ajedrez.

Publicidad

En el periodo de tiempo de casi 40 años comprendido entre esta decisión vital y su muerte, Duchamp no hizo 'oficialmente' nada. Y entiéndase por 'nada' una obra de la ambición de su 'Gran Vidrio' (1915-1923) o un gesto tan revolucionario como el incorporado a sus 'readymades'. Parecía que todo cuanto Duchamp tuvo que aportar a la historia del arte se resolvió durante la intensa franja temporal comprendida entre 1912 y 1923, y que, con posterioridad, su labor artística se reducía a realizar variaciones de trabajos anteriores.

Sin embargo, lo que nadie era capaz de barruntar es que, durante aquellas cuatro décadas de aparente abdicación creativa, Duchamp trabajaba en secreto, con la única complicidad de su esposa, Teeny, en una obra capital para la definitiva comprensión de su universo: 'Étant donnés' (1946-1966). Mostrada en público -por expreso deseo de su autor- después de su muerte, 'Étant donnés' cumple la doble función que Duchamp otorgó a cada una de sus piezas: desvelar y confundir al mismo tiempo. El maniquí femenino desnudo, con las piernas abiertas a fin de exponer abiertamente a la mirada del espectador el genital rasurado, fue de inmediato denunciado como obsceno y ultrajante para la mujer. Mientras que una parte del movimiento artístico feminista reivindicaba al alter ego del artista francés -Rrose Sélavy, el pseudónimo bajo el que se escondía el propio Duchamp travestido de mujer- como el origen del cuestionamiento del género tradicional, otro sector lo atacaba virulentamente por considerar que 'Étant donnès' se limitaba mostrar una escena de violación para beneficio de la pulsión escopofílica masculina.

Pero una de las máximas que vertebra la obra de Duchamp es que lo evidente -en forma de lecturas precipitadas y superficiales- siempre es falso. De hecho, aquello que culmina 'Étant donnés' es un elaborado, complejo y genial discurso sobre la hegemonía de la mirada femenina en su universo artístico, que desbarata cualquier presunción de misoginia inoculada en los circuitos críticos por tantas malinterpretaciones de su obra. Desde el 'Gran Vidrio', la sombra se confirma como el elemento definidor del modo de ver femenino, y la luz como el paradigma de la visualidad masculina. La luz representa la mirada clásica, la perspectiva tradicional, euclidiana, completamente desgastada por los abusos del 'arte retiniano', de la estirpe realista liderada por Courbet. En cambio, la sombra permite al acceso a una pintura intelectual, que huye de las servidumbres de la representación verosímil y que, además, se expresa en los términos de una geometría avanzada, cuatridimensional, volcada hacia la idea de lo invisible. De una u otra manera, la sombra siempre prevalece sobre la luz, en un intento de salvar el arte a través de lo femenino, de procurar una reconceptualización frustrada por movimientos como el realismo, el impresionismo o el expresionismo abstracto, de los cuales Duchamp renegaba con todo su arsenal argumentativo.

En contra de lo afirmado una y otra vez, Duchamp no rechazó la pintura, no utilizó el 'readymade' para darle definitiva sepultura. Para hablar con rigor, aquello contra lo que reaccionó de manera enérgica fue contra el tipo de pintura consagrada por la mentecatez retiniana. Porque, desde el 'Gran Vidrio' hasta 'Étant donnés', pasando por cada uno de sus 'readymades', lo que se expresa es el intento por inaugurar un nuevo régimen para la pintura: conceptual, invisible, femenino. De ahí que 'Étant donnés', una obra aparentemente excesiva en su aparato visual, constituya una auténtica trampa para el espectador: el genital femenino que preside el campo de visión aporta un falso centro para la composición. Se trata de una 'falsa vagina', que obliga a leer esta obra en términos muy diferentes a los establecidos hasta el momento. Ahí -nos dice Duchamp- no hay que mirar, por más tentador que sea.

Publicidad

El artista más influyente del siglo XX, cuya novedad nunca desvanece y sobre el que más textos hermenéuticos se escriben a lo largo y ancho del planeta, es también el más enigmático e inasible. Su obra multiplica las posibles verdades y frustra cualquier intento por cerrarla a cal y canto para la posteridad. Intratable, constituye el auténtico artista del siglo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad