Borrar
'Descendimiento', de Jan van Eyck. Museo Nacional del Prado
Jerusalén, año 33: una crónica fiel de las últimas horas de Jesús
Ababol

Jerusalén, año 33: una crónica fiel de las últimas horas de Jesús

Me embarco en esta tarea teniendo a mano únicamente los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Será un relato entre susurros...

Sábado, 12 de abril 2025, 08:18

Fue la noche de los tiempos, escrita palabra a palabra, por cuatro hombres que decían haber conocido a Jesús, o al menos, a sus seguidores. ¿Cuántas veces me he acercado al Nuevo Testamento con la mirada pura, intentando llegar al fondo de los hechos, sin dar por sentadas las imágenes tantas veces recreadas por las calles de España? Leer para saber, más allá de la fe, como el periodista que necesita encontrar la verdad después de dos mil años.

Esta es una crónica fiel de las últimas horas de vida de Jesús, desde el Getsemaní hasta su Resurrección. Me embarco en esta tarea teniendo a mano únicamente los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Será un relato entre susurros. Ellos me guían por las escenas de tormento, las de los centuriones afilando las lanzas y las mujeres llorando al paso de la cruz. Escribo contra lo nunca dicho. Todo lo que quede fuera de estas cuatro voces desaparece de la historia que pretendo evocar.

Entre los olivos, frente a los maderos clavados en lo alto del Gólgota, de espaldas a la piedra abierta del sepulcro, quisiera traer a estas páginas la Jerusalén de aquellos días, espiar los pasos de los personajes secundarios que conocieron a Jesús, que lo vieron dudar, sufrir y resucitar, y que el cristianismo reconoce como testigos de la Pasión. Algunos no tienen nombre. Son solo un gesto, una palabra, un silencio. Vieron pasar la Historia ante sus ojos. Y decidieron participar de ella, a través de la compasión o el hierro. ¿Acaso no hacemos otra cosa cada vez que llega la primavera?

'La captura de Cristo', de Caravaggio. Galería Nacional de Irlanda

La noche del Getsemaní

Es de noche en los cuatro Evangelios. Jesús reza en soledad mientras Pedro, Santiago y Juan se quedan dormidos. Dice Lucas que en su agonía «su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra». Aparecen, a lo lejos, unas antorchas. Sabe quiénes son y para qué han venido. Judas guía el cortejo de soldados. Mateo, Marcos y Lucas describen el beso en la mejilla, la señal pactada para que la guardia de los fariseos lo prenda. A cambio, Judas recibirá treinta monedas de plata. Hay un forcejeo. Los discípulos se han despertado y acuden al tumulto. Pedro desenvaina la espada y ataca a uno de los guardias. Solamente Juan le da nombre. Malco. El acero ha desmembrado su oreja, que yace en el suelo. Lucas habla de milagro. Jesús toca la herida y la sana, a la vez que reprende a sus discípulos por emplear la violencia. Será el último milagro que realice antes de morir en la cruz.

La tragedia ya está escrita. Marcos menciona un extraño suceso. Dice: «Todos lo abandonaron y huyeron. Detuvieron a un joven que lo seguía cubierto con un lienzo, pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo». Se trata del niño desnudo de Marcos, a quien la teología relaciona con la inocencia del propio evangelista. ¿Pero quién es en realidad este niño que corre asustado hacia las casas de Jerusalén para difundir la noticia del Prendimiento? Miro a los ojos directamente a las palabras de Marcos. El niño desnudo supone un detalle demasiado específico para ser falso. Es la prueba de la verdad. Sin él, nadie sabría que Jesús iba camino del Calvario. Un niño hace saber al mundo que Jesús va a morir.

Marcos menciona un extraño suceso. Dice: «Todos lo abandonaron y huyeron. Detuvieron a un joven que lo seguía cubierto con un lienzo, pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo»

Mientras tanto, la noche de Judas llega a su fin a través de las palabras de Mateo. Solamente él habla de su muerte. Acude al Sanedrín, arrepentido, y les devuelve las treinta monedas de plata. Los miembros del tribunal muestran indiferencia y se desentienden. Judas tira las treinta monedas al suelo del templo y se retira, presumiblemente, fuera de la ciudad, para ahorcarse. Nada se dice del árbol donde pende la cuerda. Los Hechos de los Apóstoles discuten el relato de Mateo y dan a Judas una muerte más violenta. Tras una caída por un barranco, yace destripado. El Sanedrín utilizó las treinta monedas para comprar un terreno, al que llamaron 'campo de sangre', donde enterrarían a los extranjeros que falleciesen en Jerusalén.

Tribunales y sentencias

La rueda del destino ya se ha desatado. Juan conduce los pasos de Jesús, primero, a casa de Anás, el suegro de Caifás. Anás no era el Sumo Sacerdote, pero esto nos indica la influencia que ejercía sobre su yerno. El interrogatorio es breve e intenso. Jesús responde con sentencias socráticas. «He hablado abiertamente ante todo el mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo... y no he hablado nada a ocultas». Anás se impacienta y lo golpea. La bofetada no reduce el verbo de Jesús, que le reprocha: «Si he hablado mal, di lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». La solución es conducirlo al Sanedrín, atado como un criminal.

Durante el trayecto, entre la muchedumbre que se reúne en las dependencias del Sanedrín, a un costado del Templo, varias mujeres reconocen a Pedro como seguidor del detenido. Pedro niega conocerlo hasta tres veces, como atestiguan los evangelistas. Tal y como profetizó Jesús unas horas antes, en la Última Cena, junto a la traición de Judas. Es entonces cuando un gallo canta, casi al romper la madrugada.

'La Resurrección de Cristo', de El Greco. Museo Nacional del Prado

En el Sanedrín es Caifás quien conduce el interrogatorio. Jesús afirma haberse definido como «hijo de Dios». Mateo nos cuenta que el Sumo Sacerdote se rasga las vestiduras, en un gesto de dolor al haber escuchado tal blasfemia. El Sanedrín sentencia el destino de ese Jesús de Nazaret que ha atentado contra la ley judía, pero no tiene la potestad de condenarlo a la pena capital, porque Israel está bajo jurisdicción romana. Es Roma quien marca la ley. Los cuatro evangelistas son conscientes de la complejidad burocrática del momento y coinciden en que los pasos siguientes de su maestro se dirigen al Palacio del prefecto romano, Poncio Pilato.

La administración romana, tan práctica y tan poco espiritual, en poco se parece a la complejidad de la religión judía. Pilato se sorprende cuando le pregunta al detenido sobre las causas de su arresto. Le reprocha que se haya definido como «rey de los Judíos». Es el único punto que importa a Roma, no reconocer al César, el emperador Tiberio, como autoridad máxima. Pero le responde Jesús: «Mi reino no es de este mundo», lo que deja a Pilato un regusto de ambigüedad. Ningún evangelista expresa el parecer del prefecto, si consideró la injusticia que se iba a cometer o si estaba frente a un fanático. Solo percibimos por parte de los cronistas la poca voluntad de Pilato por mancharse las manos con este asunto y la tibieza para decidir sobre su vida.

Lucas aporta un detalle único. Pilato lo manda frente a la corte de Herodes, un rey títere mantenido por Roma a cambio de pacificar la región. La escena es pintoresca. Herodes se burla de Jesús, le coloca un vestido «espléndido» y lo devuelve a Pilato. Tampoco él quiere juzgarlo. El caso pasa de una administración a otra. Nadie se atreve a tomar una decisión en una circunstancia que refleja a las claras la complejidad entre las dos administraciones.

Pedro niega conocerlo hasta tres veces. Tal y como profetizó Jesús unas horas antes, en la Última Cena, junto a la traición de Judas

Pero esta llega. El prefecto romano se niega a considerar a Jesús culpable. En Roma no sería ni azotado, pero en Jerusalén piden su muerte en la cruz. En este momento se sucede una escena inquietante, que menciona solamente Mateo. La mujer de Pilato, cuyo nombre se omite, aunque la tradición la llama Claudia Prócula, advierte a su marido: «No te metas con ese justo porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa».

Pilato desoye también a su esposa y cumple la tradición del día de la Pascua judía, que consiste en liberar a un preso por aclamación popular. Sale al patio, ante la plebe, y da a elegir entre salvar a Jesús o Barrabás. Los cuatro evangelistas mencionan a este personaje cuya etimología deriva de «hijo del padre»: Marcos y Lucas lo tildan de asesino y Juan de bandolero. El pueblo habla. Condena a Jesús, sobre cuyo futuro Pilato se lava las manos. La cruz será su castigo, como grita la muchedumbre, la pena que Roma guarda para los asesinos y gente de la peor calaña.

'Crucifixión', de Brueghel el Joven. Bellas Artes de Budapest

El monte de la calavera

Calvario es la traducción latina del original griego Κρανίου Τόπος (el lugar de la Calavera), tal vez porque la creencia popular fijaba el enterramiento de Adán en lo alto de la colina. En todos los casos, el camino de Jesús hacia el Gólgota se resuelve de una manera breve y sentida. Mateo, Marcos y Lucas mencionan a Simón el Cireneo ayudando a Jesús a cargar la cruz. Nada se dice, en cambio, en los cuatro Evangelios de Verónica, la mujer que seca el rostro de Jesús de sudor y sangre. Este silencio resulta llamativo, al ser una figura tan asentada en nuestra tradición. La Santa Faz, el paño con la efigie de Jesús, es venerado en muchas iglesias católicas y ortodoxas. A Verónica hay que buscarla en los textos apócrifos. El Calvario que oficializa el Nuevo Testamento se desprende de su imagen.

La escena culminante de la Pasión, en lo alto del Gólgota, presenta diversidad de descripciones según el evangelista que sigamos. Todos hablan de las burlas que los soldados romanos ejercen sobre el moribundo Jesús. Se juegan su túnica, de un solo tejido y sin costuras, como dice Juan, a suertes, y no a los dados, como la tradición enseña. Los cuatro cronistas coinciden en resaltar al centurión que empapa una esponja en vinagre para dar de beber a Jesús e intensificar su dolor. Aunque la tradición ha querido identificar a Estefatón como el soldado, ninguno de los evangelistas le da nombre. Sucede lo mismo con Longinos, no mencionado por ninguno. Juan atribuye al centurión la Lanzada en el costado para cerciorar su muerte. De la herida brota sangre y agua. Dicen las leyendas medievales que Longinos era ciego y recuperó la vista al caer la sangre sobre sus ojos. El Evangelio no describe nada de eso. Solo afirma que a Jesús no le rompieron las piernas para acelerar su muerte. Recita dos versos proféticos de los salmos: «No se le quebrará hueso alguno» y «Mirarán al que traspasarán».

Los dos ladrones que acompañan a Jesús en la Cruz son mencionados por Mateo, Lucas y Marcos, pero ninguno desvela su nombre. Gestas y Dimas son aceptados por la lectura de los Evangelios apócrifos. Dimas, el buen ladrón, es considerado el único santo de la Iglesia nombrado directamente por Jesús, pues en la cruz le asegura que «hoy estarás conmigo en el paraíso».

Tal vez, el silencio más estremecedor de las escenas de la Pasión sea el de María. Solamente menciona su presencia Juan, con el diálogo más humano de todo el Evangelio. Dice Jesús, mirándolo a él y a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre». Después muere en la cruz, frente a la mirada llorosa de las Tres Marías: Magdalena, Salomé y María de Cleofás. ¿Por qué los evangelistas otorgan tan poco peso a la figura de la Virgen María en los últimos instantes de la vida de su hijo? El hecho de que solo la mencione Juan, el único de los evangelistas presentes en el Calvario, aporta verosimilitud a su presencia, pero hace más extraño el silencio de los otros.

El sepulcro vacío

En el momento de la muerte de Jesús, se hace la oscuridad en la ciudad y un terremoto provoca que «el velo del templo se rasgara». Tal y como había profetizado el Señor, frente a Caifás unas horas antes en el Sanedrín, Mateo y Marcos describen el temblor de tierra. Lucas va más allá y relata a un centurión alabando a Dios en una revelación: «Ciertamente este hombre era justo». Juan, que se vanagloria de ser el único presente, al que no le han debido contar nada para escribirlo, no menciona ningún temblor de tierra ni tinieblas sobre Jerusalén.

Los cuatro sí se ponen de acuerdo en hablar de José de Arimatea como la persona que cede su sepultura para enterrar a Jesús, una vez que Pilato autoriza que lo bajen de la cruz. La descripción del Descendimiento, de tanto desarrollo iconográfico en el arte, solo aparece en Juan y de forma sucinta. José de Arimatea y Nicodemo son los encargados de transportar el cuerpo para darle sepultura.

'Cristo ante Pilato', de Tintoretto. Scuola Grande di San Rocco. Venecia

Y la profecía se cumple. Al tercer día el sepulcro está vacío. Lo judíos contaban el paso de las jornadas tomando tan solo un fragmento de día, sin necesidad de transcurrir todas sus horas. Jesús murió el viernes a la hora novena (las 15:00) y lo enterraron a toda prisa porque estaba a punto de comenzar el sabbath. Cuando amaneció el domingo (para los judíos, el primer día de la semana), ya se habían contabilizado tres días.

Dice Mateo que Pilato, ante las alegaciones de Caifás, manda a unos soldados para proteger la tumba de Jesús. La sellan con una piedra en la entrada y al amanecer, el milagro se ha producido. Los soldados acuden al templo y se lo cuentan al Sumo Sacerdote, pero este los soborna para que difundan por la ciudad que el cadáver de Jesús ha sido robado por sus discípulos y así simular su Resurrección.

Los cuatro evangelistas cuentan que un grupo de mujeres encuentra el sepulcro vacío. No se ponen de acuerdo con los nombres, pero María Magdalena prevalece por encima de todos. Tuvo la Magdalena el honor de ser la primera persona a la que Jesús se le apareció ya resucitado.

Tras este hecho, los Evangelios callan para siempre. La historia del Cristianismo se ha construido sobre estas palabras, a veces parcas, contradictorias, pero siempre hermosas y sentidas. La historia de la Pasión de Jesús es también la de los personajes que lo acompañaron en sus últimas horas. Ellos son historia pura. La sal de la herida sobre la que se asienta la civilización occidental.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Jerusalén, año 33: una crónica fiel de las últimas horas de Jesús