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Javier Gomá, filósofo y escritor. Dolores Iglesias
Javier Gomá, filósofo y ensayista: «Donde existe inteligencia colectiva, existe un riesgo notable de estupidez colectiva»
Ababol

Javier Gomá, filósofo y ensayista: «Donde existe inteligencia colectiva, existe un riesgo notable de estupidez colectiva»

«Somos náufragos asidos a un madero», asegura a LA VERDAD el celebrado autor de la 'Tetralogía de la ejemplaridad' y de 'Universal concreto'. En esta entrevista, con motivo de su próxima participación en Jumilla en el II Festival Literario FILE, habla de inteligencia colectiva, padres, incertidumbres, impuestos y placeres

Sábado, 12 de octubre 2024, 08:35

Entre los muchos placeres, tanto físicos como emocionales e intelectuales, de los que procura disfrutar cada día, hay uno que agradece y que le reconforta: estar consigo mismo durante una porción de tiempo que es oro. «Como decía Pessoa, ser rey de ti mismo», recuerda. «Yo experimento un placer infinito en estar con otros, sobre todo con los míos», explica, «y también lo encuentro en mi profesión y en mi vocación, pero me gusta reservar todos los días un rato para autopertenecerme». Javier Gomá (Bilbao, 1965), filósofo, escritor, director de la Fundación Juan March y de la Cátedra de la Ejemplaridad-Cunef, publicó su celebrada 'Tetralogía de la ejemplaridad' entre 2003 y 2013, y desde 2023 se puede disfrutar de su nuevo ensayo, 'Universal concreto. Método, ontología, pragmática y poética de la ejemplaridad'. Culto, dialogante, cordial, Gomá participará los días 19 y 20 de octubre, en Jumilla, en el II Festival Internacional de Literatura en Español (FILE), que organizan La Fábrica y Fundación Contemporánea (Madrid) y cuyo programa, que se desarrolla también en Yecla y en Lorca, aúna calidad e interés.

-La importancia de la infancia y la adolescencia.

-Yo suelo distinguir entre las personas que viven de la infancia y las personas que viven de la adolescencia. Las personas que viven de la infancia, que han sentido una plenitud existencial en sus primeros años, en armonía con su entorno, sus padres, sus hermanos, su colegio, y con ellos mismos, suelen luego tener una vida un poco melancólica, entrando en el envejecimiento con desencanto al recordar esa edad de oro en el pasado. Y luego están los que viven de la adolescencia, que son aquellos que experimentan dos cosas distintas, porque un chico en la adolescencia siente que, por un lado, descubre que es el más importante del mundo y, por otro, que al resto del mundo no le importa nada. Entonces, tienen una adolescencia conflictiva y, a partir de ahí, plantean toda su vida como un plan de adaptación y superación del conflicto. Así, lejos de la melancolía del pasado, adoptan una actitud como militante y trabajadora hacia el futuro.

-¿Y cuál es su caso?

-Yo tuve una buena infancia en términos objetivos, pero la recuerdo con una cierta grisura, con una cierta monotonía, mientras que mi vida ha sido, hasta hace poco, una prolongación de la adolescencia. Soy un hombre, como decía mi padre, inconsolable ante la adaptación. Toda mi vida he ido ideando un proyecto de adaptación, y cuando ya me estaba adaptando, justo entonces, murió mi padre en 2015; yo tenía 50 años.

«La materia de lo humano está hecha sobre la imperfección, si bien el siglo XXI es el menos imperfecto de la Historia de la Humanidad»

-¿Qué le ocurrió entonces?

-Me di cuenta de que había vivido toda mi existencia adulta, entre los 15 y los 50 años, como una prolongación de los fuegos adolescentes, y la muerte de mi padre, que aunque tenía 85 años fue inesperada por mí, fue como si arrojasen sobre esos juegos un barreño de agua helada. Así que toda mi vida ha sido una prolongación de la adolescencia, pero llevo ya casi nueve años en los que ni siquiera me reconozco como una continuación de la adolescencia, sino que se ha producido una ruptura incluso con aquel tiempo.

-¿Qué ha heredado de sus padres en su forma de ser?

-De mi madre, que afortunadamente todavía vive, un apetito infinito de salud; no de salud física, sino de salud mental. Una tendencia muy grande a lo saludable, como aspiración, y un cierto rechazo o alergia a lo mórbido; a lo mórbido en todos los sentidos, también en el moral y el estético. Y de mi padre me gustaría creer que, como aspiración, he heredado una lucidez y un liberalismo.

-¿La observación del presente le provoca más malestar o más incertidumbre?

-La incertidumbre es total, pero no por nuestro tiempo, sino porque he comprendido que la naturaleza humana es inestable, es caduca, y sus conquistas son reversibles. Todo lo humano es como un castillo de naipes sobre arenas movedizas. Nada es estable para nosotros, somos náufragos asidos a un madero. Dicho lo cual, una 'visión culta' de la realidad nos lleva a la conclusión de que vivimos en el mejor momento de la Historia. No hay que olvidar que la materia de lo humano está hecha sobre la imperfección, si bien el siglo XXI es el menos imperfecto de la Historia de la Humanidad. Esto es lo que nos dicta una 'visión culta', al mismo tiempo que un 'corazón educado' debería llevar a una cierta satisfacción de pertenecer a este siglo; como los ciudadanos de Atenas del siglo V a.C., o los ciudadanos de Florencia en los siglos XV y XVI d.C., o los franceses de la corte de Luis XIV en Versalles -del siglo XVII-, estaban enormemente satisfechos y orgullosos de pertenecer a su época. Sin embargo, los dos paneles del díptico que describen la sociedad contemporánea son: somos los mejores, pero estamos descontentos. Por todas partes vemos el descontento, que no se coordina con la realidad de las cosas.

El filósofo y escritor Javier Gomá, director de la Fundación Juan March. Dolores Iglesias

-¿Cuáles son las razones de ese descontento que cita?

-Hay causas de nuestro actual descontento que son personales; yo puedo estar descontento porque no he encontrado vivienda o porque estoy enfermo o porque me ha tocado vivir en Ucrania o me ha tocado vivir en Gaza; entonces, hay razones circunstanciales que pueden justificar ese descontento. Por otro lado, hay unos descontentos que nacen del hecho de que cuando yo enuncio el principio de que somos los mejores, ese progreso, que no es sólo material sino también moral, muchas veces trasciende el plazo de una vida humana. Si tú le preguntas a un señor que nació en 1890, y que de joven fue a la Primera Guerra Mundial y de maduro fue a la Segunda Guerra Mundial, si el mundo ha progresado en lo material y en lo moral, te dice que absolutamente no; y yo lo entiendo porque simpatizo con su experiencia, pero está equivocado. Hay mucha gente que no observa ese progreso material o moral porque trasciende la vida individual, porque te puede ocurrir, como decíamos, que te haya pillado en Gaza o te haya pillado en Ucrania y entonces tu vida es una vida anulada, aplastada por la Historia.

-¿Y además?

-El descontento es inherente a la condición moderna, y ser moderno es estar descontento. La premodernidad estuvo presidida por un concepto que fue el de felicidad, el del individuo en la felicidad del cosmos. La modernidad está basada en el principio de la individualidad que, por mucha dignidad extraordinaria que pueda acompañarla, está destinada a la indignidad del sepulcro. Así que no es casual que desde el Romanticismo se haya multiplicado como nunca antes la expresión del descontento.

-Y de otros estados de ánimo poco proclives al optimismo.

-Sí, el malestar, el desencanto, la frustración, la infelicidad...; y si bien en la premodernidad el concepto clave era la felicidad, en la modernidad el concepto clave es la dignidad.

«Somos los mejores, pero estamos descontentos. Por todas partes vemos el descontento, que no se coordina con la realidad de las cosas»

-Y los derechos...

-...que, a medida que avanzan, sobre todo los morales, aunque disminuyen los atropellos a la dignidad, estos provocan muchísimo más escándalo. Por ejemplo: durante milenios el cuerpo de la mujer era violado, pero se asumía porque eran hechos inherente a la condición que la sociedad atribuía a la mujer: ser sierva, esclava, concubina; por tanto, el varón podía usar el cuerpo de la mujer a su antojo. Ya en el siglo XIX, empezamos a leer novelas en las que se representan escenas de violaciones de mujeres, y en un acto sin precedentes los lectores sienten asco por el mismo hecho por el que durante milenios no sentían nada. Yo defiendo que el concepto fundamental del progreso moral es el asco. Las violaciones, desde el siglo XIX, disminuyen de una manera rotunda. Hay muchas menos violaciones en el siglo XXI que en el siglo V o X o XV o antes de Cristo, pero, sin embargo, cada nueva violación nos produce más asco, nos parece más asquerosa. En consecuencia, sentimos más asco; en consecuencia, el progreso moral genera descontento. Los progresos morales también producen mayor descontento, en efecto.

-La educación.

-Desde el siglo XIX los teóricos, como pueden ser Marx, Nietzsche y Freud, impusieron un cambio radical en el concepto de educación. La educación ya no es un instrumento de socialización, sino un instrumento de dominación. Así que, en gran parte, se nos educa para desconfiar de nuestra propia cultura, que sería algo que nos domina. Y este sentir que vivimos en un sistema de dominación también incrementa el malestar.

M. Saura

Estilos de vida

-La búsqueda de culpables.

-En la Guerra Fría, a partir de los años 50, la división geopolítica del mundo en dos grandes bloques, el democrático y el comunista, hizo que el malestar inherente a la modernidad en el bloque democrático se imputara, se externalizara al otro bloque, al comunista. Nos sentimos mal, pero la culpa es de la amenazante Unión Soviética. En 1989 cae el bloque y se sube el telón de acero, y ya no hay alternativa como estilo de vida al estilo de vida democrático occidental, porque no hay nadie en el mundo que considere atractivo el estilo de vida chino; es una alternativa empresarial, económica, pero como estilo de vida no es defendible, con lo cual la única opción que hay es la democracia liberal. Y como consecuencia de ello, el malestar que se externalizaba a la Unión Soviética, al otro bloque, no tiene más sentido que interiorizarse en el propio sistema. Vivimos en una democracia liberal que ha interiorizado el malestar.

-¿Con qué consecuencias?

-Creo que ese es el origen de la actual polarización, de la demonización del otro dentro del sistema de la democracia liberal.

-¿En qué punto estamos de la Historia?

-Si hablamos de lo material, está claro que todo ciudadano del siglo XIX hubiera dado un brazo por poder hacer algunas de las cosas que hoy cualquier ciudadano del mundo occidental hace con normalidad, desde utilizar el avión a estar conectado internacionalmente; igualmente, tenemos claro que el progreso moral es la sustitución de la ley del más fuerte, que rige la naturaleza, por la ley del más débil, que rige la cultura. Cuando nos remitimos a esos grupos tradicionalmente discriminados por ser más débiles, y les preguntamos en qué época les gustaría vivir, todos ellos tienen que reconocer que nunca esas minorías o grupos discriminados han estado mejor que ahora. Por ejemplo, no creo que haya una sola mujer que diga que le gustaría vivir en una época distinta a la actual. Y a los pobres, ¿en qué época les gustaría vivir? Y a los enfermos, los discapacitados, los niños, los ancianos, los parados, la población carcelaria, los extranjeros, ¿en qué época les gustaría vivir?

«Me di cuenta de que había vivido toda mi existencia adulta como una prolongación de los fuegos adolescentes»

-Los extranjeros.

-Nos escandalizamos mucho por el trato que se da a los extranjeros, y yo lo entiendo y lo aplaudo, pero antes tenemos que comprender el acto de absoluta creación que se ha producido últimamente con el extranjero. Y es que, por primera vez en la Historia, el extranjero posee una dignidad, y esto es una creación de los últimos años. Es precisamente por eso por lo que nos da asco que se les trate mal. Ni en Platón, ni en Aristóteles, ni en Santo Tomás... el extranjero tenía la misma dignidad del nacional. Vivimos en una sociedad moralmente cosmopolita; sólo existe una raza, la humana; sólo existe un principio, la dignidad. Todos los atributos objetivos que antes creaban jerarquías se han convertido en accidentales respecto a lo único sustantivo: la dignidad total. Insisto en que vivimos en la mejor época, desde el punto de vista moral y, de un modo incomparable, respecto a todas las épocas pasadas. Pero, no obstante, no existe una ley histórica del progreso, que también se ha producido sacrificando en el altar de la Historia millones y millones de vidas que se quedan en la cuneta. Si se ha producido este progreso es sólo por una pulsión de la especie humana que tiende a la adaptación.

-Un progreso de doble filo.

-Porque ese mismo progreso hace que, cada vez más, esa misma especie humana sea un instrumento para la destrucción. Y no solamente de la destrucción de su propia especie, sino de todo el planeta. Y esto es algo que puede ocurrir.

-¿Cree que ocurrirá?

-No me siento optimista porque no sé lo que va a ocurrir. Pienso que hay probabilidades de que esa pulsión a favor de la vida en los miembros de la especie humana continúe.

«No creo que haya una sola mujer que diga que le gustaría vivir en una época distinta a la actual»

-La inteligencia colectiva.

-Nosotros admiramos los frutos extraordinarios de la inteligencia individual, admiramos a Platón, admiramos la Capilla Sixtina, admiramos la 'Novena' de Beethoven...; pero a mí me parecen todavía más admirables las creaciones de la inteligencia colectiva. ¿Quién ha creado la democracia liberal?, ¿quién ha creado el concepto de derechos fundamentales?, ¿quién ha creado el concepto de dignidad? Y quién ha creado nuestra lengua, que es de una perfección, de una sutilidad, de una belleza y de una complejidad extraordinarias. ¡Son productos de la inteligencia colectiva! Pues bien, este progreso material y moral es uno de los frutos más sobresalientes de esa inteligencia colectiva de la especie humana. Pero allá donde existe inteligencia colectiva, existe un riesgo notable de estupidez colectiva. Y está claro que la estupidez colectiva podría llegar en determinados casos a imponerse.

Impacto positivo

-El 19 de octubre -a las 20.00 horas-, en el monasterio jumillano de Santa Ana del Monte, debatirá junto a Elizabeth Duval y Miguel Ángel Hernández sobre 'Electras y Edipos, los complejos de los hijos y las hijas en la cultura occidental'. ¿Qué le fascina de personajes como Electra y Edipo?

-Cuando murió mi padre, escribí un monólogo [se estrenó en el Teatro María Guerrero en 2017] en el que proclamo que los padres son el último animal mitológico; son mitológicos porque preceden a la racionalidad. Antes de que un niño pueda decir la palabra 'yo', ya hay seres potentes, grandiosos, heroicos, que están moldeando su confianza, que están teniendo un impacto extraordinario sobre su educación sentimental e incluso en los substratos de su inconsciente; por eso un padre o una madre se parecen mucho a una figura mitológica. Ahora bien, por supuesto que la influencia mitológica del padre o de la madre puede ser, y a veces es, negativa: si el padre o la madre producen un impacto hostil sobre el niño, ese niño va a pensar, o toda su vida o gran parte de su vida, que el mundo en general es hostil para él o para ella. Pero también es verdad que es difícilmente sustituible la ventaja de unos padres que ejercen un impacto positivo. Si el padre o la madre en esa época mitológica impactan sobre su hijo de manera positiva, cariñosa, ese hijo o esa hija tendrá el resto de su vida, muchas veces de manera inconsciente, como un sentimiento latente de confianza en la naturaleza, en que la naturaleza hará su trabajo.

«Vivimos en una sociedad moralmente cosmopolita; sólo existe una raza, la humana; sólo existe un principio, la dignidad»

-El pago de impuestos.

-Para mí, los sistemas de impuestos son la prueba más grande de existir en comunidad. ¿Qué es una patria? En el fondo, aquellos territorios donde su comunidad admite la distribución de la riqueza a través de los impuestos. Si usted me dice, 'Javier, ¿tú quieres pagar impuestos para construir una carretera en Taiwán?', yo le diré que no. Pero en la medida en que experimentas un sentimiento de pertenencia a una comunidad y te haces solidario con esa comunidad, aceptas la redistribución de la riqueza como contribución y solidaridad para su viabilidad. Los impuestos son, quizás, el pasaporte más importante o más demostrativo de la existencia de una comunidad. Uno soporta e incluso puede llegar a pagar de buena gana unos impuestos, en la medida en que enriquezcan a la comunidad en la que participas. Los impuestos nutren unos presupuestos anuales, y los presupuestos anuales son un plan de justicia social para la comunidad en la que vives. Y la existencia de un plan colectivo de justicia representa, a mi juicio, la substancia de una sociedad, de una democracia liberal.

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