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Uno de los facsímiles expuestos en La Convalecencia.
CRÓNICA DE ACTUALIDAD

Entre Picasso y Nietzsche

A estas alturas, querer aportar novedad alguna o hallar un detalle desconocido en una obra como el 'Guernica' es un intento, amén de pretencioso, baldío

PEDRO SOLER

Lunes, 24 de abril 2017, 21:54

A estas alturas, querer aportar novedad alguna o hallar un detalle desconocido en una obra como el 'Guernica' es un intento, amén de pretencioso, baldío. La grandeza del cuadro de Picasso no solo en su magnitud material, sino también en su significado, ha copado el interés de auténticos entendidos en la materia, que han exprimido su contenido, porque se trata de una obra que marca un hito en la historia de la pintura mundial, pero también en la tragedia de la Guerra Civil española.

Se han cumplido ochenta años desde que Pablo Picasso finalizara tan monumental obra, sobre la que han vuelto a derramarse las lógicas y merecidas alabanzas y juicios críticos, que desde siempre acaparó. Es cuadro que también tuvo por parte de su autor una estudiada ejecución, a base de una amplia serie de bocetos. Ahora, en La Convalecencia, sede del Rectorado de la Universidad de Murcia, pueden contemplarse no los bocetos originales, pero sí una reproducción facsímil -propiedad de Concepción Martínez Guillamón- de los editados en París, en 1990, en los que bien evidente queda todo el empeño que Picasso puso en la preparación del 'Guernica'.

En un repaso sereno, lo que emociona es contemplar los pasos que el autor fue dando, como en un deseo de recopilar todos los detalles y significados, que dejó estampados en la monumental obra. Es fácil advertir que no se trata de trozos conclusos, sino de arranques de las ideas que Picasso se fue forjando sobre cada uno de los protagonistas que en el cuadro quedarían reflejados. Y cierto es que en ellos se palpa el rictus de tragedia, el llanto y el horror de las personas y los alaridos que brotan de unas gargantas dominadas por el miedo y la desesperación

En estos bocetos, Picasso parece actuar sin pensar en el acoplamiento, que debería otorgar a las imágenes en la obra definitiva; incluso sueña con aplicar a no pocos un contenido cromático, de los que el rojo brota, por ejemplo, como lo haría la sangre de cuerpos y cabezas. En ellos, es fácil advertir la sinuosidad y el quebrantamiento que aplica a las imágenes, y la turbación que ya asigna a las figuras que integrarían la gran obra, pero, en definitiva, limpias de otros tonos cromáticos que no fuesen la penumbra de la propia tragedia representada.

Quizá lo más atractivo pueda ser ese recorrido detallado, que va dejando ver al espeluznante caballo, tan céntrico y despotricado, que parece sobreponerse a las imágenes de cuantas personas, cadáveres infantiles incluidos, quieren escapar, entre aullidos y visiones de tragedia. No se puede escribir de otras cosas, porque es lo que el 'Guernica' encierra en cualquiera de sus rincones, pero también en cualquiera de sus bocetos.

'El nacimiento de la tragedia'

Los rasgos de delicadeza que Manuel Páez desarrolla en la exposición 'El nacimiento de la tragedia', en galería Chys, se sobreponen a las intenciones ocultas, que también aparecen en algunas de las obras expuestas. Ha de explicarlas el autor para captar sinceramente sus significados, aunque, en realidad, lo que atraerá al espectador, a la hora de contemplar los pequeños cuadros, será sin duda ese estilo de claras resonancias clásicas, que nos hacen volver los ojos a las obras de grandes maestros, de la talla de Tiziano, Rivera, Velázquez o Rembrandt, a los que Manuel Páez no tiene inconveniente en reconocer como auténticos pedestales sobre los que se asienta su pintura, y sobre los que ha investigado con interés y parsimonia.

El riesgo que tiene esta añoranza es recordar las obras famosas de esos maestros y querer configurar en su contorno las que ahora se contemplan. De cualquier forma, Páez es un artista -pintor y escultor- que se acoge a este estilo renacentista, en cualquiera de sus métodos expresivos, con el convencimiento de que realiza una obra llamativa y libre de otras influencias posteriores. Porque llamativas son esas escenas de infantiles protagonistas, que aparecen con una atractiva dosis de gestualidad, pero también de recogido movimiento y de suaves expresiones. La presunta tragedia -basada en el título de una obra de Nietzsche-, que el título de la exposición oferta, no parece presente en estos ambientes, como tampoco en esos paisajes que sirven de fondo para arropar las imágenes predominantes, ni en esos rostros de niños, ajenos a que son ellos los que están siendo perpetuados en el cuadro.

Casi diminutas, las obras de Manuel Paéz ofrecen también un acabado que demuestra su interés por culminar todo el proceso descriptivo de cada una de las piezas expuestas, sean pinturas o esculturas.

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