PEDRO SOLER
Martes, 21 de junio 2016, 01:34
Uno de los buenos conceptos que Aitor Lajarín descarga en sus obras -sean pinturas o las pequeñas esculturas, que muestra actualmente en galería Art Nueve- es la libertad que concede al espectador, para desentrañe la significación de la obra. No busca ataduras, ni obligaciones en torno a esas imágenes que ha establecido en planos muy diferentes, de modo que puedan ser interpretadas como el runruneo propio del animal que rumia para su subsistencia, o como la meditación elevada que cada cual realiza, en su intento de descifrar el presunto misterio que se oculta más allá de unos espacios matéricos, sin otros aditamentos, que puedan considerarse imprescindibles.
Publicidad
Las temáticas tampoco son ineludibles, porque en todo lo expuesto hay una sencillez extrema a la hora de recalificar los motivos, que no son otros que la visión más directa y, sobre todo, más personal, del encuentro diario con una realidad, que el artista transforma a su manera, como mejor método de autosatisfacer sus necesidades artísticas. De ese personalismo brotan los signos y los símbolos que aparecen en las distintas obras, sobre las que el espectador ha de ampliar su mirada y su concepto del arte, para intentar desentrañar lo que de oculto pueda haber en cada una de las piezas expuestas. Al margen de esto, de que lo consiga o, simplemente, se quede con la visión primaria de lo que contempla, lo cierto es que la obra de Lajarín es capaz de sembrar una inquietud, por esa sintonía misteriosa que conserva; pero también posibilita la complacencia, gracias a unas líneas en las que la estética se impone; y gracias a una búsqueda constante por la creatividad y por hallar en la vulgaridad de los objetos una transformación capaz de embellecerlos más allá de sus propias características.
Obras densas en el trazo, con presuntas dificultades para conseguir una solución que podría ser más que trabajosa, Lajarín limita sus pretensiones, para acoplarse a una expresividad carente de artilugios y de efímeras composiciones, sometidas a unos sentimientos de personal intimidad y a una visión única de las cosas. Existe una ilación entre las obras expuestas, porque ofrecen de un modo bien claro una rigidez consciente en el uso de los colores, a la vez que permanecen fieles al desarrollo que el autor les ha querido inyectar. Sobre todo, responden a un convencimiento de que se sigue un camino incitante, para que el espectador se devane la mente rumiando y rumiando el intrínseco mensaje que cada pieza encierra.
Metáforas
Habrá que acatar las insinuaciones de su autor, Aram Dervent, cuando afirma, sobre la exposición de fotografías que muestra en la sala de La Merced, que «de la realidad sobrevive únicamente el material fotográfico, donde la imagen contenida es revelada a través de un marcado proceso editorial de manipulación». Aún siendo así, la exposición 'Nocturno o sus paisajes interiores' contiene una casi increíble penetración en un mundo, aparentemente natural, en el que es preciso aspirar profundamente y dejarse absorber por esa belleza -así de claro- que desprenden los curtidos árboles, las finas ramas y los suelos cubiertos de enmarañada vegetación. No es preciso convertirse en improvisado defensor de la naturaleza, en un naturalista cerrado, para convenir que son fotografías que, manipuladas o no, están envueltas por un afán de hacer el paisaje mucho más atractivo, aunque fantástico, de lo que pueda ser en su propio entorno. Fotografías en color, las menos, nos ofertan unas manchas atenuadas de unos verdores que se limitan a transmitir indicaciones cromáticas, mientras que las que se contemplan en blanco y negro muestran sensaciones de una adustez en el tratamiento, para dejarlas desprovistas de lo que no haya querido captar Aram Dervent. Él habla también de metáforas, de mundos interiores, e insiste en que la emoción confunde la realidad. Es posible cuanto suceda, ante la contemplación de estas fotografías, porque el espectador se encuentra con paisajes llenos de irrealidad, pero adobados con una serie de circunstancias, de sombras y de luces, de enredosas florituras, de tejidos naturalistas, solo capaces de asombrar y de hacerlos increíbles.
De un modo u otro -que opinen los técnicos en la materia- queda claro la maestría de este fotógrafo para la inventiva provocadora y para crear rincones que cualquiera gustaría de encontrar en esos frecuentes paseos sin rumbo, y que supondría un descubrimiento insólito. En definitiva, ante 'Nocturnos o sus paisajes interiores' hay que rendirse y confesar que la naturaleza es bella al natural o cuando se la sabe manipular sin herir.
Primer mes por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.