Estamos acostumbrados a emplear utensilios muy diversos de aluminio y no apreciamos lo que ha costado hacernos con ese material. El aluminio es abundante en la corteza terrestre pero su empleo como metal es relativamente reciente, aunque algunos de sus compuestos se han utilizado desde ... tiempos muy pretéritos. Así, el modesto alumbre, un sulfato de aluminio que se encuentra en la naturaleza, era muy apreciado por su empleo como mordiente de colorantes y para el curtido de las pieles, entre otros usos. Pero debido a sus peculiares propiedades, el elemento no pudo aislarse como tal hasta mediados del siglo XIX.

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Se ha sugerido un curioso suceso relatado por Petronio y Plinio el Viejo primero y recogido después en las 'Etimologías' de Isidoro de Sevilla como prueba de que los romanos conocían este metal. Según este relato, un artesano presentó al emperador Tiberio una copa hecha de un vidrio que no se rompía con los golpes, sino que se deformaba y podía moldearse. Preguntado por el emperador, el artesano afirmó que solo él conocía el secreto de su fabricación. Tiberio ordenó su ejecución pues no podía permitir que nadie conociera como fabricar un material que sería más valioso que el oro. La sugerencia hecha por algunos de que la copa podría ser de aluminio es muy poco probable dada la dificultad que entraña su obtención por vía química con la tecnología y conocimientos de entonces. Los romanos sabían mucho, pero no tanto.

Napoleón III

En la exposición universal de Paris en 1855, se presentó con gran expectación el metal, en realidad una pequeña cantidad trabajosamente obtenida. El emperador Napoleón III quedó tan impresionado con sus propiedades que, según cuentan las crónicas, se hizo fabricar un casco de aluminio y especuló con la posibilidad de dotar a su ejército de corazas y armas hechas con este metal, una utopía dado que el aluminio era en ese momento más caro que el oro. Al parecer se limitó a hacerse fabricar botones para su abrigo y una cubertería para su uso personal, reservando el oro para las vajillas de sus invitados. El emperador subvencionó con generosidad una primera investigación para obtener aluminio en mayor cantidad, algo que se logró unas décadas después.

La próxima vez que desechemos una lata de refresco deberíamos recordar estos hechos. Con independencia de obvias razones ambientales, no hay que tirarla a la basura (Napoleón III no lo haría), sino reciclarla debidamente. Esa lata es un tesoro.

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