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claudio cerdán
Domingo, 2 de octubre 2022, 11:19
Durante el siglo XVIII a Yecla se la conocía como «Tierra de brujas». Muchos eran los forasteros que evitaban pasar por aquí por miedo a cruzarse con ellas. En una época donde la superstición y la ignorancia se daban la mano, la fama de estas brujas se acrecentó con chascarrillos y leyendas que, en muchos casos, estaban promovidos por la envidia y el rencor.
Uno de los poderes más habituales que se achacaba a las brujas era el de la ligadura, es decir, producir impotencia masculina. Puede que no fueran más que curanderas, mujeres liberales que se rebelaban contra la sociedad, charlatanas o simplemente padecían algún trastorno mental… Aunque quizá, y solo quizá, se trataba de verdaderas brujas de pesadilla. A continuación, relato los casos más significativos, recopilados por el gran historiador Juan Blázquez Miguel.
Esta edición del décimo aniversario de 'Misterios de Yecla' contiene 20 páginas de material inédito incluyendo nuevas imágenes insólitas nunca vistas. El fraile Diente Negro, el extraño invento de Manuel Daza, los vientos de Yecla… 40 historias que sin duda sorprenderán a los lectores de la Región de Murcia.
Yecla, 1981. Autor de novela negra, con más de 15 obras publicadas y varios premios a sus espaldas. Entre ellas, 'El país de los ciegos' (2012), 'Un mundo peor' y 'La revolución secreta' (2014), 'Sangre fría' (2015), 'El club de los mejores' (2016), 'La última palabra de Juan Elías' (2017), 'Nunca mires atrás' (2018) y 'Los señores del humo' (2019).
De esta bruja tenemos noticias por su nuera Magdalena García, casada con su hijo Juan Soriano Azorín. Magdalena estaba enemistada con otra hija de Francisca, que era una experta carterista. Su fama llegó a tal punto que los hombres se escondían al verla aparecer. En 1767 Magdalena, por consejo del alcalde, encerró a su propia cuñada en la casa de Francisca y la ató con cadenas y grilletes. Cuando 'la Padre Nuestra' vio cómo Juan trataba a su propia hermana le lanzó una retahíla de maldiciones que se tradujeron en una ligadura que duró largos meses.
Magdalena, por su parte, sintió fuertes dolores de cabeza. En una ocasión, mientras acunaba a su hijo en brazos, este salió despedido varios metros. Se refugió en el cuarto de su marido, y allí volvió a suceder. El chiquillo se les escurría de los brazos sin saber qué hacer.
A pesar de todo, Magdalena ayudaba a su suegra en las labores de curandera. En aquellos tiempos se sanaban muchas enfermedades con sangrías, es decir, colocando sanguijuelas sobre las heridas del paciente a fin de que esos parásitos limpiaran su sangre. En una de ellas Magdalena vio que Francisca tenía llagas en la pierna. Pedro Muñoz, del que ya hemos hablado en el capítulo anterior, la había atacado con una espada. Al parecer, el hijo de Pedro había tenido una visión en la que veía a Francisca en la casa familiar.
El asunto con Pedro Muñoz fue para largo. Un cura de Yecla de nombre Antonio Ortuño fue a visitarlo y lo encontró con convulsiones y sudores fríos. Tras un exorcismo improvisado, Pedro mejoró y dijo que veía a Francisca en su habitación y entonces cayó en trance. Según dicen muchos de los que allí se presentaron, pese a estar toda la casa cerrada, varias veces sintieron una corriente de aire frío en la habitación.
Tras ver a Francisca en el puchero de 'la Gila', como hemos contado antes, Pedro Muñoz la denunció ante la Inquisición. Aseguró que su miembro viril había desaparecido después de que 'la Padre Nuestra' golpeara la puerta de su prometida con su garrote.
Muchas personas temían a las brujas, que caminaban por Yecla como si fuera de su dominio. Algunos vecinos las echaban violentamente de sus casas y a los pocos días enfermaban. En varios casos llegaron a morir. Incluso el párroco Martín Carpena practicó algunos exorcismos a quienes estaban malditos. Aquello acrecentó aún más la fama de mujeres malas que ya tenían.
En una ocasión Paca Azorín estuvo inconsciente durante cinco horas. Esto lo corrobora el doctor Francisco Palao, que le tomó el pulso y no halló respuesta lógica a su desmayo. Cuando despertó del trance dejó a todos los presentes sorprendidos, ya que conocía conversaciones que habían tenido lugar en esa habitación y en las aledañas. Incluso sabía que habían matado a una gallina para comer, y especificó de cuál se trataba pese a que aquello había ocurrido en el corral.
Algunos vecinos experimentaban con los poderes de la bruja. Una tal Juana Martínez le colocó a Francisca dos agujas de coser bajo la silla donde estaba sentada, formando una cruz, y comprobó que Francisca no podía levantarse. En otra ocasión, varios soldados se turnaron para cruzar sus sables ante la puerta de 'la Padre Nuestra', que no pudo salir de su hogar pese a no verlos al estar escondidos.
Se ocupaba de sus cinco nietos, ya que su hijo Juan murió joven. Viuda desde temprana edad, al morir a los 74 años solo dejó la cama donde dormía y su casa en la calle Morera, donde tenía por vecina a la bruja más famosa de Yecla: María Castaño.
A mediados del siglo XVIII, Yecla contaba con unos 6.500 habitantes. Ciudad fronteriza con Valencia y Castilla, era común el paso de bandoleros y soldados. Sin embargo, por lo que más se la recuerda es por la gran cantidad de brujas que había en aquella época. Realizando un rápido repaso, se conoce a las siguientes: María Castaño, 'la Sevillana'; Francisca Azorín, 'la Padre Nuestro'; María Martínez, 'la Gila'; Josefa Cuevas, 'la Murciana'; María Lozano y Ana Román, 'la Tierna'.
Ana Román es una de las brujas más desconocidas. Se sabe que un tal Benito Martínez, allá en 1767 le pidió que desligara a su cuñado, que estaba gravemente enfermo. Ella accedió, pero sospechaba que quería tenderle una trampa, y así se lo dijo. Benito le replicó que no tenía de qué preocuparse y quedaron para la semana siguiente.
'La Tierna' seguía sin fiarse de Benito, por lo que no acudió a la cita. Fuera de sí, el hombre la encontró y la amenazó con un cuchillo. Aterrada, Ana confesó que quien había hechizado a su cuñado era María Martínez.
A María Martínez la llamaban 'la Gila' y 'la del Trueno'. Un tal Pedro Muñoz la estuvo rondando durante un tiempo, pero al final se casó con otra. Ese fue el principio de sus desdichas. El pobre Pedro comenzó a levitar por encima de la gente hasta el punto que lo tenían que atar para que no saliera por el agujero de la chimenea. Decenas de personas aseguraron haber visto este hecho sin precedentes.
Pedro enfermó de ligadura. Una mañana encontró a María Martínez en su cuadra sin saber cómo había llegado hasta allí. Tanto la puerta como las ventanas estaban cerradas y no habían sido forzadas. María habló un rato con Pedro y le pidió que acudiera a verla, ya que ella tenía el poder de sanarlo. Después, en mitad de un pestañeo, la mujer se desvaneció en la penumbra.
Al día siguiente Pedro fue a visitarla, pero 'la Gila' se mostraba altiva y pretenciosa. El hombre, fuera de sus cabales, la amenazó con un puñal. María Martínez le pidió que se calmara. De manera imposible, ya que no se ayudó de nada, encendió una lumbre y puso un caldero de agua a calentar. Después le pidió a Pedro que se arrodillase ante él y allí, entre el líquido burbujeante, vio a muchas mujeres. La bruja le dijo que, aquella que se detuviese, sería quien lo había hechizado. Una a una fueron pasando rostros que Pedro no conocía, mecidos por el caldero en ebullición, dotando a aquellas extrañas mujeres de un halo onírico. Para su sorpresa, la imagen que más permaneció en aquel caldero fue la de la ya nombrada Francisca Azorín. María Martínez finalizó el ritual con una serie de palabras ininteligibles. La historia de Pedro no termina aquí, pero la continuaremos en próximos capítulos.
Como dato final, este es uno de los pocos casos documentados de hidromancia, es decir, adivinación por agua, siendo una práctica más habitual en África que en Europa.
Autor y editor Claudio Cerdán
Dónde adquirirlo Se puede comprar en librerías de Yecla o escribiendo al correo electrónico claudiocerdan@claudiocerdan.com
Precio 16 euros
La más conocida de nuestras brujas. La más temida y problemática, la más odiada y misteriosa. Ya desde pequeña tenía la facultad de encontrar objetos perdidos y conocía los secretos más ocultos de las personas.
Las historias de malicia de 'la Sevillana' son múltiples y variadas. Por ejemplo, la dueña de un horno le vendió a María Castaño un kilo de harina, pero ésta se lo devolvió al poco tiempo porque le pareció caro. La panadera, no fiándose de la bruja, amasó el pan y se lo dio a sus gallinas. Tras comerlo, las aves se volvieron locas y se mataron entre sí.
Tiempo después también enfermó la panadera. Postrada en la cama, decía ver a María Castaño entrando en su habitación, pese a estar cerrada. Contaba que la molestaba y le hacía heridas. Los familiares vieron que, en efecto, la mujer tenía cardenales por todo el cuerpo. Murió poco después. Esta historia se repite con diferentes protagonistas, como la cuñada de Tomás Martínez, que aseguraba que la bruja entraba por las noches y la maltrataba.
Otra historia cuenta que maldijo a una campesina, y ante las amenazas de su cuñado, María Castaño le devolvió la salud. Sin embargo, de forma inquietante y ante muchas personas, añadió: «Pues no la ven tan robusta y sana, pasados siete años la verán enferma del mismo accidente». La profecía de la bruja se cumplió, y el cuñado que la amenazó quedó ligado por varios años hasta que falleció.
María Castaño era una experta en ligaduras. Un tipo fue a intimidarla para que jamás le ligara, ya que su suegro estuvo maldito. Sin embargo, obtuvo el resultado contrario y quedó inútil para el sexo hasta el punto de que su miembro viril casi desapareció. Este hombre sufría crisis nerviosas cada vez que María estaba cerca.
Como colofón, y con connotaciones humorísticas, nos queda la historia de Cristóbal Bañón. El hombre experimentó impotencia en la noche de bodas y enseguida lo achacó a la bruja. Tras amenazarla con un puñal, desapareció su ligadura, o eso contaba… ya que Cristóbal Bañón tenía 65 años. No hay que ser un experto en biología para saber que, en este caso concreto, tal vez no había elementos sobrenaturales.
Las labores de curandera de 'la Sevillana' eran conocidas. Para que una madre curase a su niño enfermo, debía cantar durante nueve días «por Alicante te hago del negro blanco, del amarillo el colorado y de cuantaliano, hoy te curo y mañana te sano». También debía rezar varios credos y encomendarse a una tal Bárbara, 'la Sorda', de la que nadie había oído hablar. Sea como fuere, el niño se recuperó.
Una ciudadana de Yecla, de nombre Juana Palao, sufría de dolores en los pies. Sus gritos eran terribles, hasta el punto de que muchos de sus vecinos se mudaron. Los médicos no daban con su mal, así que consultaron con el cura. Éste les dijo que agasajaran a María Castaño, ya que ella la había hechizado. Tras hablar con la bruja, Juana quedó curada sin más.
'La Sevillana' también ejercía labores de casamentera. Fue el caso de Francisco Castaño, a quien María buscó como pareja a Bárbara Figuera. Él la rechazó, pero no pudo deshacerse de ella, ya que lo perseguía por Yecla. Poco después, Bárbara perdió el juicio y, por misterios del destino, Francisco aceptó casarse con ella. Cuando recuperaba la lucidez, Bárbara gritaba que la bruja la había engañado y aseguraba ver su rostro flotar sin cuerpo. Murió al cabo de unos años y, según cuenta, su piel mudaba del azul al cobrizo sin que nadie se explicase cómo era posible.
Quiteria Clemente era amiga de 'la Sevillana', pero discutieron cuando la primera se iba a casar. María Castaño le profirió una maldición. Le aseguró que jamás recibiría las «presentellas» que daban los parientes a la novia. Y así fue. Antes de la boda murió su padre y la celebración se suspendió. Su marido, después de casarse, también experimentó un cambio de personalidad y se dedicó a maltratarla durante años.
En una ocasión un tipo estaba enfermo sin que los médicos dieran con el remedio. El pobre desgraciado se pasaba los días con sudores fríos, temblores y chillidos agónicos. Consultaron con María Castaño y ésta introdujo sus manos en mistela. En ese instante el enfermo, en otra habitación, profirió nuevos aullidos de auxilio. Su hermano llegó al pie de la cama y el enfermo le dijo que alguien lo estaba ahogando, pero no se atrevía a decir quién. «Ni lo dirá», añadió la bruja. En septiembre de 1763 murió aquel enfermo con las manos alrededor del cuello, los ojos desorbitados y gritando de forma inhumana.
Otro desdichado que se metió con María también lo pagó caro. El hombre enfermó y se fue consumiendo sobre su cama. Cuando le preguntaban por qué no comían, les contestaba: «¿No veis esa mujer que me dice que no coma? Pues echadla de aquí y comeré». En la habitación, por supuesto, no había nadie.
Al final, María fue apresada por la Inquisición y les aseguró que tenía ciertos poderes que había heredado de su madre, pero que nunca los había usado para hacer el mal. La condenaron a pasar un año recluida en la Casa de Recogidas de Murcia. No llevaba allí ni quince días cuando el director de esa casa-cárcel escribió una carta solicitando su traslado, ya que daba mal ejemplo a las otras delincuentes y no podían con ella. Por si quedaba alguna duda, con esto confirmamos el mal carácter de María Castaño, que hasta resultaba una mala influencia para el resto de criminales.
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