Izquierda: La joya de Orihuela. 'La Tentación de Santo Tomás de Aquino'. Museo Diocesano de Arte Sacro de Orihuela. 1632. Derecha: 19 obras de Gaya en la muestra. La exposición incluye esta pieza de Gaya a modo de homenaje a 'La tentación' de Velázquez. Mdaso y Museo Gaya
Exposición

Velázquez y Gaya: un diálogo a través del tiempo

Reflexiones sobre los dos artistas a propósito de la interesante muestra en el Museo de Arte Sacro de Orihuela, con entrada gratuita, hasta el 30 de septiembre

Sábado, 22 de junio 2024, 07:54

Toda cita, argumenta Mieke Bal, se sitúa en la intersección entre la iconografía y la intertextualidad. Se cita una obra visual como se cita un texto, propiciando un encuentro entre dos elementos que es siempre un cruce entre dos tiempos. Aunque tal vez sea el ... barroco el periodo en el que la cita se hace más evidente, este procedimiento alegórico se puede rastrear en la Historia del Arte desde sus inicios. Citar es aprovechar un impulso, una dinámica, pero es también un modo de mostrar las cartas, evidenciar que toda obra, que todo discurso, proviene de una conversación previa, un diálogo que se establece más allá del espacio y el tiempo.

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El modo en que Ramón Gaya homenajea a Velázquez tiene mucho que ver con este sentido de la cita entendida como una conversación. En su pintura, la obra de Velázquez se desgaja de su temporalidad concreta y se hace presente. No está en el pasado, en el siglo XVII, sino que forma parte del paisaje visual y emocional del pintor murciano. Las estampas, postales, fragmentos de pinturas o ilustraciones de libros sobre Velázquez que aparecen en sus cuadros conviven con el artista, son elementos de su cotidianidad.

La pintura de Gaya trata del sentimiento, de la emoción, de la realidad y de la verdad. Pero también trata de la pintura misma. Gaya dialoga con su mundo cercano, y en ese mundo la propia historia de la pintura adquiere un papel fundamental. De ahí que siempre encontremos esas referencias constantes a otras obras que transforman muchos de sus cuadros en metapinturas. Unas «metaimágenes», como las denominaría W. J. T. Mitchell, que sirven a Gaya para homenajear a Velázquez y que, bien pensado, aluden en realidad a la memoria. En el fondo, las postales de las Meninas, las ilustraciones de la Villa Medicis, los propios fragmentos dibujados en el interior... indican una relación importante con el recuerdo de la obra real. Generan una conexión entre lo que se representa y el referente primero, en este caso Velázquez, que parece estar en la memoria, casi como si esta fuera un repositorio, un archivo pictórico.Es el significado literal del término souvenir, un recuerdo, la apertura en la memoria de un camino hacia lo real. Ese parece ser el sentido que opera también en las postales y reproducciones que Gaya introduce en el interior de muchos de sus homenajes.

No es Velázquez quien influye en Gaya, sino al revés: es Gaya quien transforma a Velázquez

Es así como podemos entender, por ejemplo, un cuadro como 'Espejo y flor de Cardese', de 1939, la primera obra en la que aparece unareferencia a 'Las Meninas' a través de una postal en la que se intuye la obra maestra de Velázquez. En el cuadro, pintado poco después de la infausta experiencia en el campo de concentración de Saint-Cyprien y de la trágica muerte de su mujer, la alusión a la pintura de Velázquez sirve para tomar impulso, para levantar el propio cuadro. La postal de 'Las Meninas' que aparece representada en la imagen acompañó a Gaya durante los aciagos días de su huida de España, e incluso fue el único objeto que conservó en el campo de refugiados. Tal vez la utilizase como consuelo, pero también como memoria de la pintura en mitad de la barbarie. La pintura como salvación.

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Es curioso que esa reproducción, que tanto había resistido, se volase con el viento justo al terminar la pintura y el artista ya nunca más la pudiera recuperar. Se perdió el objeto, pero permaneció la imagen, se infiltró en la pintura de Gaya. Y podemos decir que ya jamás se movió de allí. El influjo de Velázquez, su presencia y especialmente su memoria.

Esta presencia constante de la obra de Velázquez en Gaya, en su pintura y en su pensamiento artístico, se ha tratado con diligencia en más de una ocasión. Esta exposición trata precisamente de dar cuenta de ese hilo invisible que une la obra de los dos artistas. Pero habitualmente, y con toda lógica, la fórmula habitual de presentar esta relación ha sido la de la influencia. Velázquez influye en Gaya. Sin embargo, podríamos tratar de darle la vuelta. No es Velázquez quien influye en Gaya, sino al revés: es Gaya quien transforma a Velázquez, quien nos hace verlo y leerlo de otro modo.

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En 'Quotting Caravaggio: Contemporary Art, Preposterous History', Mieke Bal propone este sentido trastornado de la historia. Debemos romper la causalidad lineal de la historia y entender que las obras no están ancladas a un tiempo concreto, sino que viajan a través de él. El Velázquez de Gaya, por ejemplo, no es el Velázquez del siglo XVII, sino el Velázquez de su contemporaneidad, el que el artista contempla en el Prado, el que lo transforma, el que comparte un tiempo, un espacio y una visión del mundo. En ese sentido, Velázquez y Gaya son contemporáneos. Y en ese mismo sentido, Gaya es capaz de influir en Velázquez. De transformar el modo en que, a partir de su pintura, miramos al maestro sevillano.

Es así como me gustaría leer esta exposición, con este sentido alterado del tiempo. Porque los homenajes y citas de Gaya a Velázquez no lo dejan inmóvil, sino que lo transmutan. Cuando, en este contexto, uno se acerca a esa obra maestra que es 'La tentación de Santo Tomás de Aquino', ya no ve solo el cuadro pintado en 1632, con su sentido original, tal y como fue concebido por Velázquez. Al verlo hoy, nuestra mirada está condicionada por la visión de Gaya.

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Así es como observo el bodegón del primer término, el tizón humeante, los libros en el suelo, el tintero, el taburete. Es, sin duda, un Gaya. También es un Gaya la escena del fondo, la mujer que se pierde escapando por una de esas puertas por las que entra la luz en las acuarelas de Gaya, puertas y ventanas que abren la representación y envían la mirada hacia el exterior. Y, por supuesto, es también un Gaya la corporalidad vaporosa de las figuras, su levedad, el vuelo de las telas, como si nada pesase, como si el aire fuese capaz de elevar cada elemento de la composición.

Sin duda, después de Gaya -de sus pinturas, pero también de sus ensayos- ya no es posible ver a Velázquez del mismo modo. El 'Pájaro solitario' que Gaya imagina es su propio Velázquez, que no coincide exactamente con el Velázquez de la Historia del Arte, el que los historiadores muchas veces tratamos de situar infructuosamente en la época. El Velázquez de Gaya no es el pintor barroco, sino es el pintor eterno. El que más que hablar de un tiempo concreto, habla de un tiempo que alude a todos los demás. Así lo siente Gaya en Velázquez, pájaro solitario, prácticamente como un contemporáneo, como alguien capaz de trascender la época y hablar algo que está fuera del tiempo.

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En 'Un puñado de flechas', escribe María Gainza que «un lugar pertenece para siempre a aquel que lo reclama con más fuerza, lo recuerda mejor, lo exprime, le da forma, lo ama tan radicalmente que lo reinventa a su imagen». Sin duda, el territorio de Velázquez pertenece para siempre a Ramón Gaya. Un Velázquez propio, presente, vivo, capaz de mirar el mundo a través del tiempo.

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