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Es lo que encontramos en sus obras: una luz misteriosa que no ciega, pero que sí conquista al espectador: lo incita, reclama, acompaña. Por debajo de la aparente calma de las aguas hay preguntas sin resolver, deseos de escapar, cuentas pendientes con la existencia.... Pedro Serna (Las Torres de Cotillas, 1944) pinta la vida, pero en la mayoría de ocasiones a través de paisajes en soledad. Sus obras han inspirado a poetas como Juan Lamillar, que le ha dedicado versos como estos: «Si esto fuera la luz, celebraría / su efímera victoria, / pero es el color, disuelto y detallado / en la mudez del agua, / el que la logra y finge». El pintor siempre los agradece, pero los recibe descolocado. Ahora, hasta el 30 de marzo de 2023, el Museo Ramón Gaya de Murcia, al que a principios de año donó siete obras, expone 'Mar Menor', una treintena de creaciones, realizadas a lo largo de cuarenta años, que recogen su fascinación por este espacio único.
Serna pinta «porque me emociona hacerlo» y todavía se reconoce a salvo de haber caído «en la rutina». Malo será el día en que pinte «por costumbre», sin emoción. Pintor sobre todo de acuarelas, es cada vez más escueto en sus palabras, más amigo de guardar silencio. Ofrece su obra al público y prefiere no dar apenas explicaciones sobre su trabajo. «Que el espectador dialogue con las obras si quiere», suele indicar.
No tiene discurso estudiado, no persigue titulares, ni se pronuncia sobre temas que no estén estrechamente vinculados a sus acuarelas. «Yo soy pintor, nada más», asegura. Es pintor de soledades y luz, de calmas y lugares que parecen reclamarle, a los que acude siempre que le es posible a pintar en vivo, dejándose arropar por el paso del tiempo. Su pintura busca el espíritu. Su materia es, sobre todo, la naturaleza. Su lenguaje es resultado, pese a lo que pueda parecer, de la inquietud, porque «hay gente que se cree que soy un hombre que no se altera nunca, pero no es así...», reconoce. «A veces lo paso muy mal, le doy mil vueltas a las cosas, no pinto como me gustaría, no estoy satisfecho con nada...», precisa.
La realización de esta muestra «no ha sido tárea fácil», cuenta el responsable del Museo Ramón Gaya, el también artista Rafael Fuster. «En el estudio de Serna había cientos de obras mezcladas en carpetas sin un orden», indica, si bien «la providencia quiso que Isabel Barquero, su mujer, fuera la compañera inseparable, su continuo apoyo. Ella ha ido ordenando pacientemente las carpetas por temas: Sainte-Victoire (la montaña cézanniana); Italia; la huerta; retratos…». «A Isabel», agadece Fuster, «le debemos que haya aislado estas obras del resto. El resultado es una suerte de diario íntimo del Mar Menor, de paisajes que apremiaban ser pintados por fugaces y cambiantes».
Y «una vez ordenada la carpeta con el tema genérico del Mar Menor», precisa, «se hicieron cuatro apartados en los que se divide la exposición: balnearios, esa arquitectura popular tan característica de la laguna y que recuerdan a su admirada Venecia; las salinas; atardeceres y amaneceres; y, por último, el interior de la casa ajardinada desde donde se podía ver el mar hasta que una nueva construcción lo impidió». La casa donde el matrimonio pasa largas temporadas se construyó en 1975, en Los Urrutias. Temporadas en las que eran obligatorios los largos paseos, que en ocasiones aprovechaban «para recoger plumas de gaviota que luego usaba Serna para dibujar con tinta china». También era frecuente el disfrute de la bicicleta, las subidas al monte Carmolí o la navegación «con un pequeño Optimist hasta las islas del Mar Menor».
Disfruta perdiéndose en busca de paisajes; buscando rincones para pintar en países que están presentes en sus obra, como Francia, Italia y Marruecos; y, muy especialmente, pintando el mar, sobre todo el Mar Menor. Le duele su actual estado, su degradación, el recuerdo de esas imágenes de miles de peces agonizantes, pero lo suyo es pintar... No entra en terrenos políticos.
Ofrece belleza y llama la atención con sus pinceles sobre un deterioro medioambiental que conoce bien. «Muchos paisajes bellísimos de esta Región están ya destrozados», lamenta. Lleva ya mucho tiempo proclamando que «cada vez resulta más difícil encontrar un rincón para pintar que no esté castigado por la gente», y mostrando extrañeza: «No comprendo este empeño en no cuidar la naturaleza, en dejar que se pierdan el río, la huerta, la costa...».
Serna, quien en su día colaboró con sus obras en la película 'murciana' de Carlos Saura, 'Pajarico' (1997), consigue en sus acuarelas que parezcan habitar en ellas diluvios sutiles y poéticos, o una lluvia fina heredada de una tormenta invernal que se deshace en recuerdos, o una gota de rocío, o la brisa de un río o un oleaje amigable. Cómo no quedar prendados de esos amaneceres pintados en Punta Brava o en las salinas de Lo Pagán... Siente debilidad por el agua, la transparencia, los reflejos... «Cual si fuese a evaporarse el mundo», dice un verso de 'Casi desaparición (Colores de Pedro Serna)', el poema que Tomás Segovia escribió para acompañar algunas de las acuarelas de su admirado amigo. Versos de Tomás Segovia que nos introducen en «el abismo del desplome» y en «la intimidad de un sabor», y que se refieren a tenues hilos, peligros dormidos, fulgores y oscuridades.
Pintura contra el olvido, la belleza congelada en unos cuantos trazos de vida al aire libre y a todo color. Él agradece que sus amigos escritores encuentren inspiración en sus acuarelas. Lo agradece con humildad: «Lo agradezco profundamente, pero al mismo tiempo me produce una cierta vergüenza, no sé...». Serna es muy extraño: a veces quisiera fundirse con el oleaje y regresar, un tiempo después, más sabio.
Otras veces, contemplas alguna de sus acuarelas y parece que llueve en su interior. Escuchas la lluvia y respiras aire fresco. Sus obras se contemplan y no cansan. Son balsámicas, te incitan a descansar en ellas, te animan al contacto directo con el aire puro. Se agradecen, como se agradece un beso refrescante, un lago invisible, una brisa de río, una danza de celebración del agua. Todo muy sencillo. Con los años, suele decir el artista, «en vez de volverme un pintor más conforme con su obra, lo que me sucede es que me he vuelto más y más exigente; rompo muchísimas cosas de las que pinto, lo pienso mucho antes de mostrar una obra mía a los demás». «Siempre he estado en lucha con la pintura... Yo no me quedo nunca satisfecho», asegura.
Niega Pedro Serna ser un lobo solitario, como dicen algunos: «No tengo nada de lobo, y tampoco sé pasar sin mi familia al lado. Necesito a mi familia siempre cerca de mí...». Su mujer, sus hijos, sus nietos. Con Serna, cuando se habla de pintura y de vida, de momentos felices, es difícil que no salga a relucir el nombre de Ramón Gaya, quien se refirió a él como «uno de los pintores más finos, más agudos, más sensibles». De sus acuarelas, Gaya llegó a decir que «a veces se pueden incluso codear con las de Constable o Turner». Así presentaba al mundo a Serna: «Se trata de un pintor murciano, muy pintor, y también muy murciano, pero sin sombra de regionalismo -todo 'ismo', como se sabe, encierra falsedad, tendenciosidad, demagogia-; sin sombra de provincianismo y sin caer tampoco en esa 'universalidad pueblerina', buena para papanatas, que se estila hoy».
«Yo diría», añadía Gaya en sus palabras, «que Pedro Serna es un pintor murciano, casi chino, fino, 'delgadico', de una «exquisita sensibilidad», como rezan las críticas al uso (equivocando entonces lo que puede haber en esa expresión de verdadero, ya que la palabra 'exquisito' hace pensar enseguida en algo artificioso que él no tiene en absoluto); su indudable finura no es estilizada ni decadente, sino limpia y sana, un poco a la buena de Dios».
Defiende el profesor y crítico literario José Belmonte que «Pedro Serna no va a la pintura. El artista está allí de antemano, a la espera, como un cazador solitario. Y aguarda el instante preciso para transmitirle, con extremada delicadeza, con finura, el aire tibio de su pincelada. Serna es, retratado con palabras de García Montalvo, «tranquilo como el árbol, la balsa y la acequia que vienen a renacer amorosa y obedientes en su creación».
«No deja de asombrarme la pintura de Pedro Serna», reconoce el poeta gaditano José Mateos, nacido en 1963. «Tiene una destreza en la pincelada y un uso del color, siempre exacto y acertado, que forman parte de su sabiduría técnica», prosigue. «Pero lo sorprendente», añade el poeta, «es que no la utiliza para demostrar nada, ni para dar ninguna lección de virtuosismo». La emplea «para crear emoción, para acercarse al misterio de la realidad». A él, los cuadros de Serna le dan la impresión de que «no están buscados, ni el pintor los conquista mediante el esfuerzo, sino que parecen un puro milagro». Se trataría, en su opinión, de «cuadros que le han sido concedidos, a pesar de la sabiduría técnica que se ve que hay detrás de todos ellos. Cada vez que pinta algo es como un don que comparte con todos nosotros». Ver una exposición suya, concluye, implica salir a la calle «lleno de plenitud y de serenidad, con la sensación de haber estado en contacto con el misterio de la creación, de la naturaleza y del arte, que es algo que te toca en lo más profundo».
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