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La figura de María Dolores Gil Vera, la soprano murciana que triunfó en los años 40 y 50 y cuya voz cayó en un ominoso y despiadado silencio, vuelve a brillar a la luz de los focos que ha encendido estos días la asociación Pro Música de Murcia, que recientemente organizó, en el Real Casino de Murcia, y con el apoyo de 'La Verdad', una velada memorable para deshacer un imperdonable atropello del destino. Discípula de Elvira Hidalgo (1891-1980), la maestra de canto turolense que en la Atenas de los años 30 tuvo entre sus alumnas a una muchacha que pasó a la historia como María Callas («perfecta, obediente, inteligente y trabajadora»), María Dolores Gil Vera, nacida en Beniaján (Murcia) en 1924, fue la 'Voz de Oro' de la lírica en España. «Posee una voz bien timbrada, finura en el decir, afinación perfecta, claridad y justeza, que bien merecen destacarse», escribió en 'ABC' Antonio Fernández-Cid, renombrado musicólogo y crítico. «Su voz clara, de un timbre bellísimo, nos entusiasmó a lo largo de su escogido programa, acompañada por la Orquesta que ha dirigido Conrado del Campo», apuntaba el diario 'Arriba' en el año 1949.
«La tenemos que encajar no en la España de ahora, sino en la España de la posguerra», advierte Octavio de Juan, presidente de la asociación Pro Música y crítico musical de 'La Verdad' desde hace 40 años. «Nosotros no somos considerados Europa hasta 1955. Aquí entonces la música traía la influencia de la época anterior a la República, y aquí había una temporada de zarzuela y otra de ópera. El Orfeón, junto con el Romea y el Conservatorio de entonces, eran los únicos puntos de referencia. En este contexto tenemos que enmarcar el caso de María Dolores Gil Vera. Y habiendo sido discípula de la maestra de María Callas, a mí me parece cuando escucho las grabaciones de María Dolores Gil Vera estar escuchando a la Callas, el vibrato, la expresividad... son huellas que están ahí y siempre presentes. Cuando la escuchas, escuchas verdad, y ahí hay una artista como un templo de grande», se sorprende De Juan.
María Dolores Gil Vera obtuvo el premio Lucrecia Arana del Real Conservatorio de Madrid en 1945, uno de los más prestigiosos. En el encuentro del Real Casino intervinieron Andrea Montalvo Gil y Andrea Fernández Montalvo, hija y nieta, respectivamente, de la soprano de Beniaján fallecida en 2017, que recordaron su trayectoria profesional y personal. «No me he separado en todos los años de mi vida del lado de mi madre», contó Andrea Montalvo. «Según yo la conocí y me transmitía, ella tuvo a lo largo de su vida tres grandes amores: el primero fue su familia, donde recibió los valores y la fuerza para luchar; el segundo fue el canto, su pasión, y la familia que después formó al lado de su marido [el ingeniero agrónomo toledano Tomás Montalvo Caro], sus tres hijos y sus nietos. De su familia de niñez me habló siempre con mucho cariño, como una familia ejemplar, muy abierta a la cultura y al estudio, a fomentar la igualdad de hombres y mujeres en sus carreras». Su trayectoria artística se desarrolla en la posguerra, una época llena de dificultades en la que ella, sin embargo, no encontró freno.
«Marchó a Madrid muy joven -recuerda su hija-. Aquella criatura que había nacido en Beniaján luchó contra todo, sin internet ni móviles ni nada, solo el correo de su familia, y se forjó una carrera profesional y académica, actuando por España y Marruecos. Una vez que terminó sus estudios, completó su formación en Turquía, donde vivió seis meses. Ella ya se había casado, encontró en mi padre el amor de su vida, aunque luego se divorciaron, y ya después de Ankara le costó seguir con esa vida artística. Lo primero que le dijo su profesora, Elvira Hidalgo, fue que tenía que olvidarse de España, que la situación que se vivía aquí en la dictadura no era favorable para dedicarse a la música y que tenía que encauzar su vida y marcharse a Italia y Alemania. Pasaron unos meses, echó de menos a la familia, volvió a España y dejó de luchar por esa vía», lamenta hoy su hija.
Ya con 52 años y divorciada, María Dolores Gil decidió desempolvar todos sus títulos, «y prepararse para sacar a su familia adelante, acudió a las oposiciones en Madrid y fue impresionante cómo estudió, ganó su plaza en el Conservatorio Superior de Murcia y disfrutó muchísimo en esa etapa como docente, porque la música era su pasión».
Gabriel Nicolás, arquitecto y biógrafo de la soprano murciana, que ahondó sobre su figura en un taller de recopilación de la historia de Beniaján organizado por el Ayuntamiento de Murcia, afirma que la vida de esta mujer es «un ejemplo en la persecución del sueño de cantar». «Tuvo que elegir entre su carrera o su familia, y eligió su familia, y por eso, seguramente, cayó en el olvido». «Lo que nosotros buscamos con ese libro 'Beniaján y sus gentes' era poner de relieve su figura. Era la mayor de cinco hermanas, y todas ellas viven, excepto Loli Gil, como la conocen en su familia». Beniaján era desde principios del siglo XX un polo cultural en la huerta, a diferencia de otros pueblos, pues tenía banda de música, un teatro, un ateneo e incluso una biblioteca. «Digamos que los vecinos estaban familiarizados con la música culta, no eran todo rondallas y cuadrillas». En ese pequeño coliseo, la propia Loli, siendo adolescente, participó en muchas zarzuelas y empezó a tener contacto con las tablas. Sus padres tenían una mentalidad abierta, y procuraron que sus cinco hijas fueran lo que ellas querían ser. Les dieron formación para ser independientes.
Su madre sabía tocar el violín; una tía, Cruz, había sido discípula del maestro Ramírez; una prima también tuvo cierta fama. Había caldo de cultivo para que se convirtiera en una gran cantante. Su primer concierto fue con la Banda de Beniaján. Con 18 años ingresa en el Conservatorio, en 1942, y montó con sus compañeros 'La Traviata'. Ganó la beca de la Diputación Provincial, y en la prueba le acompañó al piano el barítono Marcos Redondo, que le facilitó el salto a Madrid.
Procuró ponerse bajo la tutela de las mejores profesoras, como Ángeles Otein, «una de las grandes figuras del 'bel canto' en la escena española de principios del siglo XX», y de Ana Martos de Escosura, bisnieta de Espronceda y profesora de declamación, que extrajo de ella sus dotes como actriz dramática. En 1945 debutó en el Romea con el becado guitarrista Manolo Díaz Cano, y la Orquesta Sinfónica de Murcia y el Orfeón Fernández Caballero, donde interpretó 'El barbero de Sevilla'.
Dos años más tarde, como cantante de ópera ya muy solicitada, representó 'Rigoletto', una ópera cuya partitura memorizó y fue su favorita. Por mediación del Ministerio de Información y Turismo participó en giras por ciudades de España y Marruecos entablando amistad con concertistas como José Salas, José Carrasco, Enrique Martí, Martínez del Castillo, Massotti Littel, Vall Ribera o Ramona Sanuy. Actuó en los grandes escenarios interpretando a Verdi, Donizetti, Puccini o Rossini. «Nunca olvidó de donde venía, la humildad fue una de sus mayores cualidades», añade el biógrafo.
Incluso le llegaron a ofrecer la dirección del Conservatorio de Alicante, pero volvió a Madrid a tener su primer hijo, Tomás. Renunció a muchas ofertas de trabajo, por circunstancias familiares. Ismael Galiana dice en 1963 que Loli Gil «prefirió la canción de cuna del matrimonio al 'bel canto'». Es, mantiene Octavio de Juan, «la máxima gloria de la lírica murciana». Como profesora del Conservatorio de Murcia tuvo entre sus alumnos a Encarna Serna, catedrática del mismo Conservatorio Superior; María Teresa Cañas, profesora de Historia en Madrid: Inés Fuentes Carmona, gran promesa del canto; los barítonos José Antonio López y José Bermejo, y el tenor internacional Antonio Carlos Moreno, el abanero que nunca se olvidó en su vida de las lecciones que le transmitió.
La etapa en el Conservatorio fue la más dulce y serena en su vida, dejando su semilla en tantos alumnos, y, entre ellos, en su nieta Andrea, que estudia Canto en el Conservatorio Superior de Murcia. Una figura, sin duda, a reivindicar en la historia de esta Región de Murcia, tal olvidadiza a veces con sus congéneres, especialmente en el ámbito de la cultura. «Mi abuela -rememora Andrea Montalvo Fernández, la mayor de los nietos de María Dolores Gil- fue una segunda madre para mí. Tenía un magnetismo especial. Yo era una canija y me sentaba a su lado en el piano donde daba sus clases, y me quedaba embobada viendo cómo enseñaba y todo lo que transmitía a sus alumnos. Siempre de manera muy honesta. Hablaba de las limitaciones, y también de todo lo bueno que podían sacar. Si encontraba un sonido bueno sabía que se podía sacar mucho más de una voz. Yo aprendí a cantar antes que a hablar, y ella fue mi heroína. No exigía nada extraño, con sus indicaciones salía una voz natural. Solo aire, lo más natural. Lo que yo hago hoy es lo que ella transmitía a sus alumnos».
¿Fue una mujer frustrada por no haber elegido ser María Callas? La familia responde que sí que mostró un cierto desencanto por no haber podido compaginar su vida familiar y su carrera profesional. «Sí, se arrepintió toda su vida de haber dejado el canto», reconoce la nieta, recordando conversaciones privadas. Su control del aire y su voz de naturaleza, que le permitía hacer filados, sonidos mantenidos al piano, y una buena declamación, fueron sus mayores facultades. Miguel Torres, director y catedrático del Conservatorio Superior de Música de Murcia, recuerda el cariño que le profesaba todo el claustro a María Dolores Gil. «Para mí es una enorme sorpresa volver a oír su voz, es una lección magistral», dijo, al escuchar grabaciones antiguas, comprometiéndose a hacer todo lo posible para que esta soprano murciana sea reivindicada y reconocida como se merece.
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