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Aguilandos, jotas, malagüeñas, seguidillas... Ningún estilo de la música popular se ha resistido al dinamismo y sonoridad del guitarro murciano. Un instrumento genuino del que no se suele hablar en las escuelas, y solo es conocido por aquellos vinculados al folclore. Pero es más que ... un instrumento. Es una pieza viva del folclore regional que ha renacido gracias a la labor de agrupaciones musicales como la cuadrilla de Torreagüera o la de Cañada de la Cruz, a investigadores como el etnógrafo Tomás García y a luthieres como Vael de Ginés o Pascual Ayala.
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El término 'guitarro murciano' engloba a una familia de cuatro o cinco cordófonos, es decir, instrumentos de cuerda. Cada uno de estos cordófonos recibe una denominación u otra dependiendo de la zona geográfica de la Región en la que se encuentra la cuadrilla, auroro o trovero. Hoy día, siguen existiendo variaciones en los términos, pero se pueden establecer cuatro tipos. El más agudo y pequeño de la familia es conocido como zaramangüel, tiple o timple. El siguiente menos agudo es el guitarrico, el guitarrillo o el requinto. Después está el guitarro más estándar, luego el tenor –que es el más extendido– y finalmente la guitarra mayor, que no tiene mucho que ver con la guitarra española. Aparte de los nombres existen otros dos elementos fundamentales a la hora de diferenciarlos: la afinación y el número de cuerdas. Pero, ¿de dónde procede el guitarro murciano? «Es un instrumento que viene de la antigüedad y que hace 200 años tocaban nuestros antepasados en la huerta, Lorca, Caravaca y otros puntos», explica Tomás García, doctor en Ciencias de la Documentación de la Universidad de Murcia. «Es un instrumento transmitido de generación en generación que se sigue utilizando». No obstante, sus orígenes parecen remontarse al siglo XVIII, cuando la guitarra española no existía como tal, sino que reinaba la guitarra barroca. Para José López, miembro de la cuadrilla de Torreagüera y precursor de una investigación, con Alberto Hildago, en torno al guitarro, el término guitarro empezó a adquirir un tono despectivo conforme la guitarra fue adquiriendo protagonismo en la música.
No obstante, para comprender qué es un guitarro es necesario diseccionarlo y señalar sus características. Las tripas –el interior donde se colocan los mecanismos que lo hacen sonar– de estos cordófonos no varían mucho de las de otros instrumentos de cuerda. «Es como construir un ukelele o una guitarra», señala el luthier Vael de Ginés, con taller en Los Alcázares. Al tratarse de un instrumento de música popular, estaba destinado para las clases menos pudientes y para que estas pudieran adquirirlo debía ser sencillo. «Su proceso de construcción no era muy sofisticado, porque se quería que saliera lo más barato posible», afirma Vael. Por eso, no usaban grandes técnicas o materiales. Las maderas empleadas eran de la zona, como el pino, el nogal o incluso de árboles frutales como el peral o el ciruelo. En definitiva, «eran instrumentos para el pueblo que se caracterizaban por su simpleza». Su construcción era rápida y, gracias a los que siguen vivos, se pueden realizar trabajos de reconstrucción. «Intento usar las medidas, materiales y acabados que se usaban», como es el caso del pigmento de almagra que se utilizaba para darle un color rojizo, protegerlo de insectos y darle belleza. «Al ser maderas baratas, se barnizaban para ocultar defectos como nudos feos», agrega el luthier.
En cuanto al sonido, poseen unas voces de «sonoridad muy agradable», indica García, que varía de uno a otro según el tamaño de la caja de resonancia –compartimiento que permite que vibre el sonido dentro de la madera–, el uso de cuerdas simples o dobles y la afinación. En la huerta de Murcia se pueden encontrar guitarros afinados en el quinto traste, el décimo o el noveno; en Moratalla, en el segundo; en Barranda, en el séptimo; y en Caravaca, en el quinto. Todo un mundo de posibilidades sonoras. En su caso, la cuadrilla de Cañada de la Cruz, de Moratalla, usa, entre otras, una afinación especial, el 'requintao': «Aquí decimos que afinamos con la cuenta de la vieja, porque lo hacemos respecto a la guitarra vieja», descubre Ángel Sánchez, miembro de la formación moratallera. Los motivos para decantarse por una u otra dependían simplemente del pueblo y su tradición. «La afinación actual nos la han transmitido los mayores; es tradición oral pura y dura», remarca Sánchez.
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La música tradicional siempre se ha caracterizado por acompañar y dar sonido a los eventos sociales de sus respectivas comunidades con versos que hablaban sobre Dios, el amor, el desamor, los problemas económicos o, incluso, para burlarse de pueblos rivales. «Usaban el cante para expresar cosas que con las palabras no podían», describe García. Estos sonidos tradicionales tenían en la Región de Murcia diversas manifestaciones con las cuadrillas, las campanas de auroros o los troveros. «En casi todos los pueblos había una campana de auroros, como la Hermandad de las Benditas Ánimas de Patiño, que solía acompañar eventos religiosos, como las despiertas, o festivos, como las romerías, los aguilandos, etc.», anota García.
Su papel relevante en la época y la demanda existente favorecieron el surgir de varios constructores, como la familia Alcañí de Murcia, Manzanera en Lorca, o López en el Noroeste, quienes poseían sus propias señas de identidad o firmas. «Todos seguían el aire de la moda de la época, por eso no hay grandes diferencias constructoras, solo variaciones de tamaño o elementos decorativos», matiza José López, de Torreagüera. Uno de esos elementos es la lágrima, un trozo de madera que se colocaba en el puente de los guitarros en la zona de Lorca. Y otro, es el característico espejo que se puede apreciar en los guitarros. Por desgracia, la 'gripe española', la guerra, las riadas y otros problemas provocaron que muchos de estos guitarreros desaparecieran y los murcianos se vieran obligados a acudir a Valencia o a Baza (Granada) para adquirirlos.
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La pérdida de interés y la ausencia de un relevo generacional –indica García– provocaron que durante unos años el guitarro quedase relegado a altillos y desvanes. Afortunadamente, la situación cambió cuando varias cuadrillas de la Región decidieron recuperar su pasado sonoro. Por ejemplo, la cuadrilla de Cañada de la Cruz llevó hace dos décadas dos de estos instrumentos a Baza para que los restaurasen, y, actualmente, Gómez de Guillén –uno de sus miembros– ha reconstruido tres de las voces. Pero, y bajo unanimidad de todos los entrevistados, la gran labor de recuperación del legado en la zona de la huerta tiene dos nombres: Alberto Hilgado y José López, de la cuadrilla de Torreagüera, quienes se han encargado de recuperar instrumentos desechados y darles una nueva vida.
«Cuando llegué en los 90 a Torreagüera quería que tuviésemos instrumentos propios», cuenta López. Así empezó todo, y gracias a la incorporación de Alberto Hildago, el proyecto ganó impulso. Solo en los últimos tres años han recuperado muchos instrumentos, restaurado varios y reconstruido unos seis o siete con ayuda de Vael de Ginés. Un trabajo que ha supuesto un desembolso económico de sus propios bolsillos, así como una cantidad considerable de tiempo. «Nuestra intención siempre ha sido reutilizarlos, no relegarlos a piezas de museo».
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Sin embargo, están comprometidos con la divulgación de este instrumento hasta tal punto que hacen exposiciones de su colección para seguir financiando la investigación. «Queremos que la gente conozca estos instrumentos y los valore, porque son algo nuestro», subraya López. Es muy posible que este año vuelvan a exhibirlos durante la Semana de la Huerta y el Mar de Los Alcázares. Por su parte, Vael de Ginés está construyendo una serie de diez guitarros de estilo propio –sin olvidar el pasado– para poner en relieve a la familia de cordófonos murciana. La influencia del guitarro es cada día mayor gracias al trabajo de personas como José López, Alberto Hilgado, Ginés de Vael, Ángel Sánchez o Tomás García. «Me parece una maravilla que cada vez más profesionales se interesen por él porque es una cosa nuestra», reivindica Vael.
Ni los nuevos hábitos de consumo, ni la música comercial han podido con ellos. Los guitarros se siguen escuchando imperturbables al paso del tiempo en cuadrillas y festivales, y la música tradicional renace de las cenizas del olvido para demostrar que el folclore no es un ente muerto, sino vivo, un legado eterno.
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