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Es, siempre lo fue, la Región de Murcia una tierra de excelsos escultores e imagineros, con los Salzillo en un altar y exquisitos continuadores como Juan Porcel y Roque López. Las manos de Dios sobre hombres y mujeres como González Moreno, Elisa Séiquer, Planes, Antonio Garrigós, Clemente Cantos, Molera, José Hernández Cano, Pepe Toledo, Campillo, Pepe Lucas, Carrilero, Gabarrón, Juan Martínez Lax, González Beltrán, Pedro Borja, Lola Arcas, Lidó Rico, Sofía Gea, Carmen Baena, Pepe Yagües, Juan José Quirós, Belén Orta, Esteban Bernal, Concha Martínez Montalvo, Olga Rodríguez Pomares, Juan Belando, los Muher... la enumeración podría ser interminable. La creación continuamente anidando de generación en generación. Un gen genuino que el espectador identifica, que traspasa y emociona.
Entre estos escultores hay uno que nunca pide voz ni espacio, aunque la historia ya tiene burilado su nombre: Anastasio Martínez Valcárcel (Murcia, 1941), heredero de una de las sagas más importantes que ha dado la Región de Murcia. Su padre fue Nicolás Martínez Ramón (1905-1990), autor del Sagrado Corazón de Jesús que corona los 169 metros del cerro de Monteagudo, instalado en 1951; su tía era Paz Martínez Ramón, escultora que murió muy joven, con 19 años; su hermano, el escultor y pintor Dolfo; y su abuelo, Anastasio Martínez Hernández (1874-1933), autor junto a Nicolás Martínez del primer Cristo de Monteagudo, instalado en 1926, antes que el de Río de Janeiro, y dinamitado en 1936. De ellos aprendió básicamente un oficio que hoy continúa también su hija María Luisa Martínez León, escultora, muralista, docente y excelente dibujante, que en 2014 dedicó su tesis doctoral en la Universidad Politécnica de Valencia a su familia, bajo el título 'Proceso creativo originado en el taller del escultor Anastasio Martínez Hernández (1874-1933) y su continuación hasta nuestros días'.
Anastasio Martínez Valcárcel recibe a LA VERDAD en su estudio, en un destartalado chalé de la carretera de Barqueros. Parece el Arca de Noé, o Jumanji según el momento. Su nieto Jacobo es el encargado de cuidar de las nuevas parejas de pavos reales y toda la fauna alada que posa y picotea las esculturas esparcidas por el jardín y las piscinas. Es una especie de paraíso apagado, la naturaleza se apodera de los huecos y desfigura logros artísticos; muchas de estas obras son piezas monumentales salvadas de escombreras; palomitas sueltas de antiguos proyectos. ¡Muchísimos proyectos! Estamos ante uno de los escultores de la Región de Murcia que más obra instalada tiene, especialmente en municipios como Alcantarilla y Totana. Un coloso en un mono blanco de trabajo. Algunas obras suyas son muy reconocibles, y casi nadie sabe que son suyas. De su genio. Las 32 figuras del Vía Crucis de La Santa (Totana), las 14 figuras de dos metros y medio de alto cada una instaladas en los años 70 sobre 18 edificios promovidos por Mariano Yúfera en el Puerto de Mazarrón, el relieve de grandes dimensiones en la fachada de la Consejería de Sanidad de 1969, y un amplio catálogo de alegorías, monumentos y bustos, como el dedicado al huertano en el Museo de la Huerta de Alcantarilla o al maestro en Mazarrón, por no hablar de los sagrados corazones instalados por muchos pueblos.
A sus 82 años mantiene intacto el recuerdo de la instalación del Sagrado Corazón de Jesús en Monteagudo en 1951, del cual su padre es el autor. Hoy está en un estado de deterioro importante, y se ve con fuerzas y capacidad para restaurarlo. Le haría ilusión, si así se decide, pero esto ya no depende de él. «A veces ocurre que no somos tan buenos restauradores, si no hay creatividad te aburres».
«Lo que yo recuerdo de aquello es que no me dejaron subir, yo tenía 9 años, y estuve trabajando con mi padre. Es que entonces empezábamos muy jóvenes. Yo estoy en el taller metido desde los 7 años. Tenía el colegio (Maristas) delante de donde mi padre tenía el taller, en la calle San Judas se hizo la escultura. Salió de allí en piezas de un metro. Lo llevaban en mulas a Monteagudo. Yo metí muchos capazos de yeso. Ahí están las fotos».
Una de las manos del Cristo de Monteagudo recibió el impacto de una bala. «Fue de un rifle. Antes en el Sábado de gloria se pegaban tiros y no pasaba nada. Y uno de esos impactó en la mano, yo recuerdo haber ido con mi padre a recoger los pedazos, fuimos un montón y encontramos dos o tres cosas».
¿Pensaban que iba a durar tanto? Porque la obra anterior, instalada en 1926, no aguantó ni una década. De hecho, aquella escultura cayó al interior de la bóveda del castillo que colapsó, y ahí quedó. Por algún agujero asoma la cabeza. O eso dicen. «Hay un sector determinado que no quiere sacar historias antiguas», anota. Instalada sobre la base del Castillo de Monteagudo, atalaya magnífica sobe la huerta, la nueva figura que hizo su padre mide 14 metros. «Muguruza, que también intervino en el Valle de los Caídos [proyecto constructivo propagandista de Franco], fue el arquitecto». Anastasio Martínez tiene una memoria fantástica, y da cuenta de un buen número de obras de su padre que fueron destruidas, por eso ahora anda entretenido esculpiendo de nuevo algunas de ellas de las que solo quedan ya bocetos o fotografías.
Dice que en escultura no se improvisa nada. «Para hacer las esculturas ecuestres en bronce, que se hacen desde la época de los griegos, no se pueden echar en trozos porque no había soldadura eléctrica. Hasta hace nada en la Bazán hacían las anclas con técnicas de taller. Tienes que saber la cantidad de metal que hay que hacer, la leña y de carbón que hay que meter en los hornos, y cómo se pinchaba e iba por la canaleta hasta fundirse, porque el bronce funde rapidísimo, y yo no me explico cómo puede sacar hasta un pelo», aún se sorprende. «Así que cuando dicen que lo hacían esclavos, para mí eso son leches en vinagre, porque eso no se improvisaba. Después de muchos errores llegaban a eso».
Anastasio vive en el taller. No hay otra. Ya el de su abuelo, al que no llegó a conocer, tuvo categoría de santuario, pues, como recuerda María Luisa Martínez León, en él se realizaban todo tipo de quehaceres relacionados con las artes. «Lo mismo se hacía un busto -explica la artista- de un personaje preeminente, que el retablo para una iglesia, el panteón funerario, la carroza festera, el relieve para un zaguán, que la pequeña escultura de fines puramente estéticos, la imagen religiosa, que el desnudo clásico. Se trabajaba todo tipo de materiales, y era lo que podríamos decir una escuela viva para los jóvenes aprendices».
Hoy en día, según Anastasio, ya no hay aprendices para el barro, por ejemplo, porque dice que ya saben más que los maestros. Y lo dice de buena tinta, pues fue profesor de dibujo artístico y de modelado en escuelas de artes y oficios y de institutos, siendo director de la Escuela de Orihuela de 1982 a 1987. Este era, en realidad, el único contacto con el mundo exterior, con lo que había más allá del estudio. «Estoy convencido de que dar enriquece y evita que uno se estacione al tener que volver a encontrar nuevos conceptos que transmitir. Este intento de hacer nuevos los viejos problemas le da unas características especiales al quehacer diario», explica el veterano artista, criado en el estudio de escultura y decoración de su padre. Formación práctica que compaginó con sus clases nocturnas en la Escuela de Artes y Oficios que dirigía José Séiquer y donde tuvo como maestros de dibujo a Mariano Ballester y Francisco Val y de modelado a Juan González Moreno.
En 1961 aprobó el examen de ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, obteniendo matrícula de honor en los cursos preparatorios en modelado de estatua, modelado del natural y perspectiva, y aprendió -a fondo- de gente como Luis Bolinches, Enrique Giner y Octavio Vicent todo aquello que no le habían enseñado ya. Estuvo becado en la Escuela Superior de Bellas artes de San Fernando en Madrid, donde obtuvo matrícula de honor en geometría descriptiva.
En los años 60 ya define su personalísimo estilo caracterizado por un concepto expresionista y liberalizador de la forma. Todas sus investigaciones en el campo de la plástica y las enseñanzas adquiridas en casa y en las aulas acabarán por hacer de él un creador singularísimo y completo.
«Cuando se jubiló se quitó el reloj», anota María Luisa. «¡Y apareció el puñetero covid!», responde Anastasio. «Hay mucha gente que ha hecho cosas muy bonitas, y parece que no tenemos capacidad para deleitarnos con el buen hacer del otro», dice con honestidad.
«Yo tengo ya dos museos al aire libre tanto en Alcantarilla como en Totana, que se pueden visitar, con obras de todas las épocas. En Totana encuentras el primer relieve que hice, pero entre unas y otras debe haber unas 70 obras. Tengo una plaza dedicada en Alcantarilla, donde tengo una maternidad, así que me siento muy satisfecho. En el instituto de Alfonso X tengo el monumento a Alfonso X, en Maristas tengo otra figurica. Y en Orihuela también tengo obra porque yo cogí la escuela con 30 alumnos oficiales, y a los tres años ya tenía 360 alumnos, empleando las técnicas de taller y diciéndole a los alumnos que lo que allí se hacía podía darles de comer. Es que es la pura verdad».
No parece preocupado por la eternidad. «Yo soy historia. Lo dicen los libros y mi obra, con la que he estado constantemente», afirma sin creerse un vanidoso. «A estas alturas te importa muy poco lo que digan los demás, resuelves con más facilidad los problemas que antes te costaban por el simple hecho de que ya no tienes la presión psicológica de que guste. Te tiene que gustar a ti».
Escultura en vena, sin duda.
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